DESPERTAR AL AMOR

martes, 4 de noviembre de 2014

4 NOVIEMBRE: Este instante es el único tiempo que existe.

AUDIOLIBRO 



EJERCICIOS


LECCIÓN 308


Este instante es el único tiempo que existe.


1. El concepto que yo he forjado del tiempo impide el logro de mi objetivo. 2Si elijo ir más allá del tiempo hasta la intemporalidad, tengo que cambiar mi percepción acerca del propósito del tiempo. 3Pues su propósito no puede ser que el pasado y el futuro sean uno. 4El único intervalo en el que puedo librarme del tiempo es ahora mismo. 5Pues en este instante el perdón ha venido a libe­rarme. 6Cristo nace en el ahora, sin pasado ni futuro. 7Él ha venido a dar la bendición del presente al mundo, restaurándolo a la intemporalidad y al amor. 8Y el amor está siempre presente, aquí y ahora.

2. Gracias por este instante, Padre. 2Ahora es cuando soy redimido. 3Este instante es el momento que señalaste para la liberación de Tu Hijo y para la salvación del mundo en él.




TEXTO

 
 Capítulo 27


LA CURACIÓN DEL SUEÑO


I. El cuadro de la crucifixión


1. El deseo de ser tratado injustamente es un intento de querer transigir combinando el ataque con la inocencia. 2¿Quién podría combinar lo que es totalmente incompatible y formar una unidad de lo que jamás puede unirse? 3Si recorres el camino de la bon­dad, no tendrás miedo del mal ni de las sombras de la noche. 4Mas no pongas símbolos de terror en tu senda, pues, de lo con­trario, tejerás una corona de espinas de la que ni tu hermano ni tú os podréis escapar. 5No puedes crucificarte sólo a ti mismo. 6Y si eres tratado injustamente, tu hermano no puede sino pagar por la injusticia que tú percibes. 7No puedes sacrificarte sólo a ti mismo, 8pues el sacrificio es total. 9Si de alguna manera el sacrifi­cio fuese posible, incluiría a toda la creación de Dios y al Padre junto con Su Hijo bienamado.

2. En tu liberación del sacrificio se pone de manifiesto la de tu hermano, haciéndose así evidente que tu liberación es la suya. 2Mas cada vez que sufres ves en ello la prueba de que él es culpa­ble por haberte atacado. 3De esta manera, te conviertes en la prueba de que él ha perdido su inocencia y de que sólo necesita contemplarte para darse cuenta de que ha sido condenado. 4Mas la justicia se encargará de que él pague por todas las injusticias cometidas contra ti. 5La injusta venganza por la que tú estás pagando ahora es él quien debería pagar por ella, y cuando recaiga sobre él, tú te liberarás. 6No desees hacer de ti mismo un símbolo viviente de su culpabilidad, pues no te podrás escapar de la sentencia de muerte a la que lo condenes. 7Mas en su ino­cencia hallarás la tuya.

3. Siempre que consientes sufrir, sentir privación, ser tratado injustamente o tener cualquier tipo de necesidad, no haces sino acusar a tu hermano de haber atacado al Hijo de Dios. 2Presentas ante sus ojos el cuadro de tu crucifixión, para que él pueda ver que sus pecados están escritos en el Cielo con tu sangre y con tu muerte, y que van delante de él, cerrándole el paso a la puerta celestial y condenándolo al infierno. 3Mas esto sólo está escrito así en el infierno, no en el Cielo, donde te encuentras a salvo del ataque y eres la prueba de su inocencia. 4La imagen que de ti le ofreces, te la muestras a ti mismo y le impartes toda tu fe. 5El Espíritu Santo, en cambio, te ofrece una imagen de ti mismo en la que no hay dolor ni reproche alguno para que se la ofrezcas a tu hermano. 6Y aquello de lo que se hizo un mártir para que diese testimonio de su culpabilidad se convierte ahora en el perfecto testigo de su inocencia.

4. El poder de un testigo transciende toda creencia debido a la convicción que trae consigo. 2Se le cree porque apunta más allá de sí mismo hacia lo que representa. 3Tu sufrimiento y tus enferme­dades no reflejan otra cosa que la culpabilidad de tu hermano, y son los testigos que le presentas no sea que se olvide del daño que te ocasionó, del que juras jamás escapará. 4Aceptas esta lamenta­ble y enfermiza imagen siempre que sirva para castigarlo. 5Los enfermos no sienten compasión por nadie e intentan matar por contagio. 6La muerte les parece un precio razonable si con ello pueden decir: "Mírame hermano, por tu culpa muero". 7Pues la enfermedad da testimonio de la culpabilidad de su hermano, y la muerte probaría que sus errores fueron realmente pecados. 8La enfermedad no es sino una "leve" forma de muerte, una forma de venganza que todavía no es total. 9No obstante, habla con certeza en nombre de lo que representa. 10La amarga y desolada imagen que le has presentado a tu hermano, tú la has contemplado con pesar. 11Y has creído todo lo que dicha imagen le mostró porque daba testimonio de su culpabilidad, la cual tú percibiste y amaste.

5. Ahora el Espíritu Santo deposita, en las manos que mediante su contacto con Él se han vuelto mansas, una imagen de ti muy dife­rente. 2Sigue siendo la imagen de un cuerpo, pues lo que real­mente eres no se puede ver ni imaginar. 3No obstante, esta imagen no se ha usado para atacar, y, por lo tanto, jamás ha experimen­tado sufrimiento alguno. 4Da testimonio de la eterna verdad de que nada te puede herir, y apunta más allá de sí misma hacia tu inocencia y la de tu hermano. 5Muéstrale esto, y él se dará cuenta de que toda herida ha sanado y de que todas las lágrimas han sido enjugadas felizmente y con amor. 6Y tu hermano contemplará su propio perdón allí, y con ojos que han sanado mirará más allá de la imagen hacia la inocencia que ve en ti. 7He aquí la prueba de que nunca pecó; de que nada de lo que su locura le ordenó hacer jamás ocurrió ni tuvo efectos de ninguna clase; 8de que ningún reproche que haya albergado en su corazón estuvo jamás justifi­cado y de que ningún ataque podrá jamás hacerle sentir el vene­noso e inexorable aguijón del temor.

6. Sé un testigo de su inocencia y no de su culpabilidad. 2Tu cura­ción es su consuelo y su salud porque demuestra que las ilusiones no son reales. 3El factor motivante de este mundo no es la volun­tad de vivir, sino el deseo de morir. 4El único propósito que tiene es probar que la culpabilidad es real. 5Ningún pensamiento, acto o sentimiento mundano tiene otra motivación que ésa. 6Éstos son los testigos que se convocan para que se crea en ellos y para que corroboren el sistema que representan y en favor del cual hablan. 7Y cada uno de ellos tiene muchas voces, y os hablan a ti y a tu hermano en diferentes lenguas. 8Sin embargo, el mensaje que os dan a ambos es el mismo. 8Engalanar el cuerpo es una forma de mostrar cuán hermosos son los testigos de la culpabilidad. 10Preo­cuparte por el cuerpo demuestra cuán frágil y vulnerable es tu vida; cuán fácilmente puede quedar destruido lo que amas. 11La depresión habla de muerte, y la vanidad, de tener un gran interés por lo que no es nada.

7. La enfermedad, no importa en qué forma se manifieste, es el testigo más convincente de la futilidad y el que refuerza a todos los demás y les ayuda a pintar un cuadro en el que el pecado está justificado. 2Los enfermos creen que todas sus extrañas necesida­des y todos sus deseos antinaturales están justificados. 3Pues ¿quién podría amar una vida que queda truncada tan pronto, y no atribuirle valor a los gozos pasajeros? 4¿Qué placer hay que sea duradero? 5¿No tienen los débiles el derecho de creer que cada migaja de placer robado constituye su justa retribución por la bre­vedad de sus vidas? 6Pues pagarán con su muerte por todos sus placeres tanto si disfrutan de ellos como si no. 7A la vida siempre le llega su final, sea cual sea la forma en que ésta se viva. 8Por lo tanto, se deleitan con lo pasajero y con lo efímero.

8. Nada de esto es un pecado, sino un testigo de la absurda creencia de que el pecado y la muerte son reales, y de que tanto la inocencia como el pecado acabarán igualmente en la tumba. 2Si esto fuese cierto, tendrías ciertamente motivos para contentarte con ir en pos de gozos pasajeros y disfrutar de cada pequeño placer siempre que tuvieses la oportunidad. 3No obstante, en este cuadro no se percibe al cuerpo como algo neutral y desprovisto de un objetivo intrínseco. 4Pues se convierte en el símbolo del reproche y en la prueba de la culpabilidad, cuyas consecuencias aún están ahí a la vista, de modo que la causa jamás se pueda negar.

9. Tu función consiste en mostrarle a tu hermano que el pecado carece de causa. 2¡Cuán fútil tiene que ser verte a ti mismo como la prueba fehaciente de que lo que tu función es, jamás tendrá lugar! 3La imagen que te ofrece el Espíritu Santo no convierte al cuerpo en algo que éste no es. 4Lo único que hace es purificarlo de todo vestigio de acusación y reproche. 5Al representársele como algo carente de propósito, no se le puede considerar ni enfermo ni saludable, ni bueno ni malo. 6No da lugar a que se le pueda juzgar en modo alguno. 7No tiene vida, pero tampoco está muerto. 8Cualquier experiencia de amor o de miedo le es ajena. 9Pues ahora no da testimonio de nada, al no tener ningún propósito y al encontrarse la mente libre otra vez para determinar cuál debe ser su propósito. 10Ahora el cuerpo no está condenado, sino en espera de que se le confiera un propósito de modo que pueda llevar a cabo la función que se le encomiende.

10. En este espacio vacío, del que el objetivo del pecado ha sido erradicado, se puede recordar el Cielo. 2Ahora su paz puede des­cender hasta aquí y la perfecta curación reemplazar a la muerte. 3El cuerpo puede convertirse en un símbolo de vida, en una pro­mesa de redención y en un hálito de inmortalidad para aquellos que están cansados de respirar el fétido hedor de la muerte. 4Deja que su propósito sea sanar. 5De esta manera, pregonará el men­saje que recibió y, mediante su salud y belleza, proclamará la verdad y el valor de lo que representa. 6Deja que reciba el poder de representar la vida eterna, por siempre a salvo del ataque. 7Y deja que su mensaje para tu hermano sea: "Contémplame her­mano, gracias a ti vivo".

11. La manera más fácil de dejar que esto se logre es simplemente ésta: no permitas que el cuerpo tenga ningún propósito proce­dente del pasado, cuando estabas seguro de que sabías que su propósito era fomentar la culpabilidad. 2Pues esto -afirma tu imagen enfermiza- es un símbolo duradero de lo que el cuerpo representa. 3Y ello impide que se le pueda conferir una perspec­tiva diferente, un propósito distinto. 4Tú no sabes cuál es su pro­pósito. 4No hiciste sino darle la ilusión de un propósito a una cosa que concebiste para ocultar de ti mismo tu función. 6Esta cosa sin propósito no puede ocultar la función que el Espíritu Santo te encomendó. 7Deja, pues, que el propósito del cuerpo y tu función se reconcilien finalmente y se consideren la misma cosa.

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