Instrucciones para la práctica
Propósito: Interiorizar la idea de que el Amor de Dios te sustenta, no con las cosas del mundo sino para que sientas la protección, la paz y la seguridad que Su Amor trae Consigo.
Ejercicios más largos: 2 periodos, de diez minutos.
Pasa esos diez minutos repitiendo la idea, pensando en ella y dejándote envolver por ella. Deja que pensamientos relacionados “vengan a ayudarte a reconocer su verdad” (5:2). Haz todo esto con el propósito de que la idea se adentre más profundamente en tu mente. Disfruta la idea. Siente los beneficios que te trae. Intenta sentir el Amor de Dios cubriéndote como un manto de paz y seguridad. Éste no es un ejercicio de meditación, sino un ejercicio prolongado en reflexionar sobre la idea. Tus pensamientos tenderán a distraerse durante reflexiones largas como ésta. Cuando suceda, observa a esos pensamientos como intrusos que han entrado sin permiso en el templo de la santa mente del Hijo de Dios. Repite la idea para que desaparezcan.
Recordatorios frecuentes: A menudo.
Repite la idea, no como un loro, sino como “una declaración de independencia” (L.31.4:2), una declaración de que eres libre de necesitar ser sostenido por las cosas vacías de este mundo. Intenta repetirla una vez con este espíritu ahora, y ver el efecto que tiene en tu mente.
Respuesta a la tentación: Siempre que te enfrentes a un problema o dificultad.
Responde a lo que te enfrentas repitiendo la idea. Mientras lo haces, recuerda que “Por medio del Amor de Dios en ti puedes resolver toda aparente dificultad sin esfuerzo alguno y con absoluta confianza” (4:5).
Comentario
¿Qué es lo que me sostiene y me apoya? Cuando me siento vacío y agotado, ¿a dónde me dirijo? ¿A Dios, mi eterna Fuente? ¿O a alguna otra cosa? Tengo que admitir que a menudo es a alguna otra cosa a la que voy para sentirme bien de nuevo. ¿Cómo sería llegar a confiar completamente en algo tan total y completamente digno de confianza?
En el primer párrafo aparece una lista de cosas que se aplican a casi todos nosotros. Cualquiera que sea mi preferencia personal como “lo que me sostiene”, todas ellas son sólo “una lista interminable de cosas huecas y sin fundamento a las que dotas de poderes mágicos” (1:3). Cuando nos volvemos a ellas, algo en nosotros sabe que estas cosas no están realmente solucionando nada, no son nada sino sustitutos, placebos que pueden aliviar los síntomas por un tiempo pero que al final no curan nada.
Creo que fue San Agustín quien dijo que cada uno de nosotros nació con un hueco, con forma de Dios, en nuestro corazón. Podemos intentar llenarlo con todo tipo de cosas, pero nada llena ese hueco sino el Amor de Dios. “Valoramos” las otras cosas únicamente porque estamos intentando conservar nuestra independiente e imaginada identidad como un ego dentro de un cuerpo (2:2-3). Estamos valorando la nada para conservar lo que no es nada. La experiencia de que nada nos falta (plenitud) viene únicamente de la unión con nuestra Fuente.
El Amor de Dios “te llevará a un estado mental que no puede verse amenazado ni perturbado por nada, y en el que nada puede interrumpir la eterna calma del Hijo de Dios” (3:3). Yo quiero ese estado mental. Quiero esa estabilidad interna, esa serenidad de la consciencia. ¿Qué otra cosa podría dármela sino saber que estoy conectado a un suministro sin fin de bondad sin límite?
El Salmista lo dijo muy bien en el primer Salmo. Los “devotos”, aquellos que saben que el Amor de Dios les sostiene, “serán como un árbol plantado a orillas del agua, que dan fruto en su estación, cuyas hojas no se marchitan, y que todo lo que hacen tiene éxito” (S.1:3). Cuando interiormente te das cuenta de que el Amor de Dios te sustenta, es como si fueses un árbol plantado a orillas de un río, cuyas raíces están continuamente sustentadas por el agua que siempre está ahí, y que se está renovando siempre. O del Salmo 23: “El Señor es mi pastor. No desearé… Mi copa se renueva cada día. La bondad y la misericordia irán conmigo todos los días de mi vida” (S.23:1,5-6).
“Deposita toda tu fe en el Amor de Dios en ti: eterno, inmutable y que nunca falla. Ésta es la respuesta a todo problema que se te presente hoy” (4:3-4).
De nuevo las instrucciones nos dicen que “nos sumerjamos muy profundo en nuestra consciencia” (5:1). (Fíjate en que los periodos de meditación se están haciendo más largos, son de diez minutos, por la mañana y por la noche). Tenemos que “permitir que la paz se extienda sobre nosotros como un manto de protección y seguridad” (5:2). A menudo encuentro que me ayuda a entrar en esa sensación el hecho de visualizar algo: que una luz dorada me baña, que mi guía espiritual me abraza,, o simplemente que me meto en un baño templado. Puedo dejar que sea un tiempo de descanso, diez minutos en los que simplemente me dejo llevar, física y mentalmente, y me permito a mí mismo experimentar paz. Me digo a mí mismo: “Estoy bien. Me siento seguro. En Dios estoy en mi Hogar. Su Amor me rodea y me protege. Su Amor me alimenta y me hace lo que yo soy”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario