DESPERTAR AL AMOR

viernes, 5 de mayo de 2017

5 MAYO: En la quietud recibo hoy la Palabra de Dios.

AUDIOLIBRO


EJERCICIOS


LECCION 125 

En la quietud recibo hoy la Palabra de Dios.


1. Deja que hoy sea un día de quietud y de sosegada escucha. 2La Voluntad de tu Padre es que hoy oigas Su Palabra. 3Por eso te llama desde lo más recóndito de tu mente donde Él mora. 4Óyele hoy. 5No podrá haber paz hasta que Su Palabra sea oída por todos los rincones del mundo, y tu mente, escuchando en quietud, acepte el mensaje que el mundo tiene que oír para que pueda dar comienzo la serena hora de la paz.

2. Este mundo cambiará gracias a ti. 2Ningún otro medio puede salvarlo, pues el plan de Dios es simplemente éste: el Hijo de Dios es libre de salvarse a sí mismo, y se le ha dado la Palabra de Dios para que sea su Guía, y Ésta se encuentra para siempre a su lado y en su mente, a fin de conducirlo con certeza a casa de Su Padre por su propia voluntad, la cual es eternamente tan libre como la de Dios. 3No se le conduce a la fuerza, sino con amor. 4No es juzgado, sino santificado.

3. Hoy oiremos la Voz de Dios en la quietud, sin la intromisión de nuestros insignificantes pensamientos ni la de nuestros deseos personales, y sin juzgar en modo alguno Su santa Palabra. 2Tam­poco nos juzgaremos a nosotros mismos hoy, pues lo que somos no puede ser juzgado. 3Nos hallamos mucho más allá de todos los juicios que el mundo ha formado contra el Hijo de Dios. 4El mundo no lo conoce. 5Hoy no prestaremos oídos al mundo, sino que aguardaremos silenciosamente la Palabra de Dios.

4. Santo Hijo de Dios, oye a tu Padre. 2Su Voz quiere darte Su santa Palabra para que disemines por todo el mundo las buenas nuevas de la salvación y de la santa hora de la paz. 3Nos congre­gamos hoy en el trono de Dios, en el sereno lugar de tu mente donde Él mora para siempre en la santidad que creó y que nunca ha de abandonar.

5. Él no ha esperado a que tú le devuelvas tu mente para darte Su Palabra. 2Él no se ocultó de ti cuando tú te alejaste por un breve período. 3Para Él, las ilusiones que abrigas de ti mismo no tienen ningún valor. 4Él conoce a Su Hijo, y dispone que siga siendo parte de Él a pesar de sus sueños y a pesar de la locura que le hace pensar que su voluntad no es su voluntad.

6. Él te habla hoy. 2Su Voz espera tu silencio, pues Su Palabra no puede ser oída hasta que tu mente no se haya aquietado por un rato y tus vanos deseos hayan sido acallados. 3Aguarda Su Pala­bra en silencio. 4Hay una paz en ti a la que puedes recurrir hoy a fin de que te ayude a preparar a tu santísima mente para oír la Voz que habla por su Creador.

7. En tres ocasiones hoy, y en aquellos momentos que sean más conducentes a estar en silencio, deja de  escuchar al mundo durante diez minutos y elige en su lugar escuchar plácidamente la Palabra de Dios. 2Él te habla desde un lugar que se encuentra más cerca de ti que tu propio corazón. 3Su Voz está más cerca de ti que tu propia mano. 4Su Amor es todo lo que eres y todo lo que Él es; Su Amor es lo mismo que tú eres y tú eres lo mismo qué El es.

8. Es tu voz la que escuchas cuando Él te habla. 2Es tu Palabra la que Él pronuncia. 3Es la Palabra de la libertad y de la paz, de la unión de voluntades y propósitos; sin separación o división en la única Mente del Padre y del Hijo. 4Escucha hoy a tu Ser en silen­cio, y deja que te diga que Dios nunca ha abandonado a Su Hijo y que tú nunca has abandonado a tu Ser.

9. Sólo necesitas estar muy quieto. 2No necesitas ninguna otra regla que ésta para dejar que la práctica de hoy te eleve muy por encima del pensamiento del mundo y libere tu visión de lo que ven los ojos del cuerpo. 3Sólo necesitas estar quieto y escuchar. 4Oirás la Palabra en la que la Voluntad de Dios el Hijo se une a la Voluntad de  su Padre en total armonía con ella y sin ninguna ilusión que se interponga entre lo que es absolutamente indivisi­ble y verdadero. 5A medida que transcurra cada hora hoy, detente por un momento y recuérdate a ti mismo que tienes un propósito especial en este día: recibir en la quietud la Palabra de Dios.




Instrucciones para la práctica

Propósito: Oír a Dios hablarte, recibir Su Palabra.

Más largo: 3 veces (en los momentos más adecuados para el silencio), durante diez minutos.
Ayer se nos dijo que no necesitábamos instrucciones especiales para nuestra práctica más larga. Siguiendo con esto, hoy se nos dice que todo lo que necesitamos es acallar y aquietar nuestra mente. “No necesitas ninguna otra regla” (9:2). Sin embargo, la lección nos dice algo más que esto. Podemos organizar sus instrucciones en tres pasos.

  1. Aquieta tu mente. Acalla tus pensamientos caóticos, tus deseos sin significado, y todos tus juicios.
  2. Entra en ese “sereno lugar de tu mente donde Él mora para siempre” (4:3), el trono de Dios en tu mente, el centro de quietud.
  3. Espera y escucha. Cuando llegas a ese lugar de quietud en tu mente, tu tarea se ha acabado. Simplemente espera y escucha, con confianza de que tu Padre vendrá a ti y te dirá Su Palabra. Por supuesto, oír Su Voz puede presentarse de maneras diferentes: desde oír palabras a recibir ideas o imágenes o sentimientos.
Durante este tiempo, con frecuencia necesitarás apartar tu mente de todos esos pensamientos y deseos insignificantes que intentan molestar. Para este propósito, sugiero usar la idea del día, o elegir una frase como “sólo necesitas estar quieto y escuchar” (9:3). Como siempre, empieza la práctica repitiendo la idea del día.

Recordatorios frecuentes: Cada hora, durante un momento.
Repite la idea. Date cuenta de que al hacerlo te estás recordando a ti mismo el propósito especial de hoy: recibir la Palabra de Dios. Luego pasa un rato escuchando en la quietud.

Comentario

Todo lo que hoy se nos pide es estar en silencio y quietos durante diez minutos, 3 veces durante el día y cada hora. Únicamente estar en silencio. “Sólo necesitas estar muy quieto. No necesitas ninguna otra regla que ésta” (9:1-2). “Sólo necesitas estar quieto y escuchar” (9:3). “Su Voz espera tu silencio, pues Su Palabra no puede ser oída hasta que tu mente se haya aquietado por un rato y tus vanos deseos hayan sido acallados” (6:2).

¿No es sorprendente cuánta práctica se necesita para aprender a aquietarnos? No puedo decirte cuántas veces me he sentado a meditar y aquietarme y, a veces sólo unos pocos minutos más tarde, me he encontrado a mí mismo tan distraído con algunos pensamientos que me venían que abro los ojos y me levanto para “hacer algo” antes de darme cuenta de lo que estoy haciendo. Me dejo caer de nuevo en la silla, diciéndome entre dientes “¡Cielos!” por la distracción de mi mente. Respiro profundamente, pienso para mí: “Quieto, Allen. Quieto. Paz, aquiétate”.

Las dificultades que tengo para aquietarme, en lugar de levantarse como un obstáculo insuperable, se han convertido en indicadores de cuánto necesito esta práctica. Claramente el Curso nos está enseñando que una mente en silencio es esencial. “El recuerdo de Dios aflora en la mente que está serena” (T.23.I.1:1). No podemos oír Su Voz hasta que nos aquietemos durante un rato.

El Curso describe la voz del ego con frases llenas de color: “insensatos alaridos”, “chillidos estridentes e imaginaciones enfermizas”, “alaridos discordantes y chillones”, “insensato ruido de sonidos que no tienen sentido”, “frenéticos y tumultuosos pensamientos, sonidos e imágenes de este mundo demente”, “estridentes gritos e insensatos arranques de furia”, “una voz estridente y ensordecedora”, “frenética avalancha de pensamientos sin sentido”.

Nuestro ego es una máquina constante de hacer ruido que intenta tapar la Voz de Dios; necesitamos aprender a acallar nuestra mente, dejar de prestarle atención a los gritos del ego. El ego es ruido, el espíritu es silencio. Entonces, tiene mucho mérito estar en silencio, aunque parezca que no sucede nada más. Que hoy recuerde dedicar este tiempo para aquietarme, para estar en silencio, y para escuchar.
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1 Referencias de las descripciones de arriba acerca de la voz del ego: T.25.V.3:5; L.49.4:3;

Psicot. 2.VI.2:6; T.31.I.6:1; L.49.4:4; T.21.V.1:6; T.27.VI.1:2; L.198.11:2





TEXTO 


VI. La visión de Cristo

 

1. El ego está tratando de enseñarte cómo ganar el mundo y per­der tu alma. 2El Espíritu Santo te enseña que no puedes perder tu alma y que no hay nada que ganar en el mundo, pues, de por sí, no da nada. 3Invertir sin recibir beneficios es sin duda una manera segura de empobrecerte, y los gastos generales son muy altos. 4No sólo no recibes ningún beneficio de la inversión, sino que el costo es enorme. 5Pues esta inversión te cuesta la realidad del mundo al negar la tuya, y no te da nada a cambio. 6No puedes vender tu alma, pero puedes vender tu conciencia de ella. 7No puedes perci­bir tu alma, y no la podrás conocer mientras percibas cualquier otra cosa como más valiosa.

2. El Espíritu Santo es tu fortaleza porque sólo te conoce como espíritu. 2Él es perfectamente consciente de que no te conoces a ti mismo y perfectamente consciente de cómo enseñarte a recordar lo que eres. 3Puesto que te ama, te enseñará gustosamente lo que Él ama, pues Su voluntad es compartirlo. 4Dado que se acuerda de ti continuamente, no puede dejar que te olvides de tu valía. 5Pues el Padre jamás cesa de mantener vivo en Él el recuerdo de Su Hijo, y el Espíritu  Santo jamás cesa de mantener vivo en el Hijo el recuerdo de su Pare. 6Dios está en tu memoria por causa de Él. 7Tú decidiste olvidar a tu Padre, pero eso no es realmente lo que quieres hacer, y, por lo tanto, puedes decidir de otra manera. 8Y tal como yo decidí de otra manera, tú también puedes hacerlo.

3. Tú no deseas el mundo. 2L o único de valor en él son aquellos aspectos que contemplas con amor. 3Eso le confiere la única reali­dad que jamás tendrá. 4Su valía no reside en sí mismo, pero la tuya se encuentra en ti. 5De la misma forma en que tu propia estima procede de extenderte a ti mismo, de igual modo la per­cepción de tu propia estima procede de extender pensamientos amorosos hacia el exterior. 6Haz que el mundo real sea real para ti, pues el mundo real es el regalo del Espíritu Santo, por lo tanto, te pertenece.

4. La corrección es para todos aquellos que no pueden ver. 2La misión del Espíritu Santo es abrirle los ojos a los ciegos, pues Él sabe que no han perdido su visión, sino que simplemente duer­men. 3Él los despertará del sueño del olvido y los llevará al recuerdo de Dios. 4Los ojos de Cristo están abiertos, y Él contemplará con amor todo lo que veas si aceptas Su visión como tuya.

5. El Espíritu Santo mantiene a salvo la visión de Cristo para cada Hijo de Dios que duerme. 6En Su visión el Hijo de Dios es per­fecto y Él anhela compartir Su visión contigo. 7El Espíritu Santo te mostrará el mundo real porque Dios te dio el Cielo. 8A través del Espíritu Santo, tu Padre exhorta a Su Hijo recordar. 9El des­pertar de Su Hijo da comienzo cuando él empieza a invertir en el mundo real, lo cual le permite aprender a re-invertir en sí mismo. 10Pues la realidad es una con el Padre y con el Hijo, y el Espíritu Santo bendice el mundo real en Nombre de los Dos.

5. Cuando hayas visto el mundo real -como sin duda lo verás- ­te acordarás de nosotros. 2Mas tienes que aprender el costo que supone estar dormido, y negarte a pagarlo. 3Sólo entonces decidirás despertar. 4Y entonces el mundo real aparecerá ante tu vista, pues Cristo nunca ha estado dormido. 5Cristo está esperando a que lo veas, pues Él nunca te ha perdido de vista. 6Él contempla serenamente el mundo real, que desea compartir contigo porque sabe que Su Padre lo ama. 7sabiendo esto, desea darte lo que es tuyo. 8Él te aguarda en el altar del Padre en perfecta paz, ofre­ciéndote el Amor del Padre en la serena luz de la bendición del Espíritu Santo. 9Pues el Espíritu Santo conducirá a todo el mundo a su hogar y a su Padre, donde Cristo les espera como Su Ser.

6. Cada Hijo de Dios es uno en Cristo porque su ser está en Cristo, al igual como el de Cristo está en Dios. 2El Amor de Cristo por ti es Su Amor por Su Padre, que Él conoce porque conoce el Amor de Su Padre por Él. 3Cuando el Espíritu Santo te haya conducido finalmente hasta Cristo en el altar de Su Padre, la percepción se fundirá con el conocimiento porque se habrá vuelto tan santa que su transferencia a la santidad será sencillamente su extensión natural. 4El Amor se transfiere al amor sin ninguna interferencia, pues ambos son uno. 5A medida que percibas más y más elemen­tos comunes en todas las situaciones, la transferencia del entrena­miento bajo la dirección del  Espíritu Santo aumentará y se generalizará. 6Aprenderás gradualmente a aplicarlo a todo el mundo y a todas las cosas, pues su aplicabilidad es universal. 7Una vez que esto se logra, la percepción y el conocimiento se vuelven tan similares que comparten la unificación de las leyes de Dios.

7. Lo que es uno no puede ser percibido como separado, y negar la separación es restaurar el conocimiento. 2En el altar de Dios, la santa percepción de Su Hijo se vuelve tan iluminada que la luz entra a raudales en ella y el espíritu del Hijo de Dios refulge en la Mente del Padre y se vuelve uno con ella. 3Con gran ternura Dios refulge sobre Sí Mismo, y ama la extensión de Sí Mismo que es Su Hijo. 4El mundo deja de tener propósito a medida que se funde con el Propósito de Dios. 5Pues el mundo real ha desaparecido sigilosamente en el Cielo, donde todo lo que es eterno ha existido siempre. 6Allí Redentor y redimido se unen en su perfecto amor por Dios y en el amor perfecto que se profesan el uno al otro. 7El Cielo es tu hogar, y al estar en Dios tiene también que estar en ti.





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