Sólo hay una vida y ésa es la vida que comparto con Dios.
Instrucciones para la práctica
Propósito: Aceptar que la vida que Dios nos ha dado no tiene opuesto, no puede cambiar, no puede morir, y ni siquiera puede dormir. Esforzarnos por mantener nuestra mente como Él la creó, dejar que Él sea el Señor de nuestros pensamientos hoy. Ésta es una lección que acompaña a la Lección 163: “La muerte no existe. El Hijo de Dios es libre”.
Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos o más.
Recuerda que durante estos periodos más largos, en este momento del Libro de Ejercicios, se espera que hagas aquello a lo que te sientas guiado a hacer y que te ha servido hasta este momento.
Mi sugerencia para el día es intentar entrar en contacto con la “mente despierta” (8:1). Esta lección nos enseña que nuestra experiencia de la muerte no se nos impone desde fuera, sino que es únicamente el resultado de nuestra “idea de la muerte” (2:3). Dice que bajo la influencia de esta idea, nuestra mente parece quedarse dormida en el Cielo y soñar con una vida separada de Dios, una vida en este mundo. Y sin embargo, dice la lección, la mente “simplemente parece que se va a dormir por un rato” (9:2; la letra cursiva es mía). De hecho, la mente “no puede cambiar su estado de vigilia” (6:2). Así que, la experiencia de tu mente como algo que cambia, un campo de cambios, con pensamientos de miedo y esperanza constantemente cruzando por ella, es una ilusión. Tu mente está realmente despierta por toda la eternidad, y como tal no puede cambiar en absoluto ni tiene ningún límite. Ésa es la realidad de tu mente. Por lo tanto, intenta en tu meditación ponerte en contacto con esta realidad. Intenta dejar atrás la ilusión de tu mente como un mar agitado, y siente su realidad como una luz firme y sin límites.
Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo permiten).
Repite la idea y luego pasa un rato descansando en el estado de vigilancia despierta que es la realidad de tu mente. Luego dale gracias a Dios por los regalos de la última hora. Y pregúntale cómo puedes expresar, en esta próxima hora, la verdad de que la muerte no existe.
Respuesta a la tentación: (Sugerencia) cada vez que te sientas tentado a reconocer la muerte en cualquier forma, como: sufrimiento, ansiedad, cansancio, incomodidad.
Repite la idea de inmediato. Date cuenta de que tu emoción negativa es una negación de la vida, y utiliza la idea para recordarte a ti mismo que la vida es la única realidad.
Comentario
Aquí hay una repetición, o quizá una afirmación que anticipé cuando al escribir sobre la Lección 163, dije: “La creencia en la muerte es sólo otra forma de la “diminuta y alocada idea de la que el Hijo de Dios olvidó reírse” (T.27.VIII.6:2). Esta lección dice que la muerte “es sólo una idea, y no tiene nada que ver con lo que se considera físico” (3:2). Más adelante dice: “La muerte es el pensamiento de que estás separado de tu Creador” (4:1). Ésa es la esencia de la idea de la muerte: la separación de la vida.
Ésta es la razón por la que podemos decir: “La muerte no existe. Es simplemente imposible: Dios es Vida, y lo que Él crea tiene que estar vivo. Dejar de vivir sería separarse de Dios, para convertirse en Su opuesto. Puesto que Dios no tiene opuestos, la muerte no existe.
La muerte no existe porque lo que Dios creó comparte Su Vida. La muerte no existe porque Dios no tiene opuesto. La muerte no existe porque el Padre y el Hijo son uno. (1:5-7)
“Las ideas no abandonan su fuente” (3:6). Esta idea es muy importante para el Curso. Las ideas existen sólo en la mente del que las piensa. Las ideas no se pierden de la mente, ni tienen una existencia independiente, ni se sustentan a sí mismas, tampoco son capaces de oponerse a la mente que las creó. Simplemente no hacen eso.
Yo soy una idea en la Mente de Dios. Yo soy el pensamiento de “mí”. No puedo separarme de la Mente de Dios, ni vivir independientemente de Él, ni depender únicamente de mí, ni puedo tener una voluntad que se oponga a la de Dios. Sencillamente no puedo hacerlo. Únicamente puedo imaginar que lo estoy haciendo.
(La muerte) Es la creencia fija de que las ideas pueden abandonar su fuente y adquirir cualidades que ésta no posee, convirtiéndose así en algo diferente de su origen, aparte de éste en lo relativo a su naturaleza, así como en lo relativo al tiempo, a la distancia y a la forma. (4-3)
Yo no puedo hacer eso, no puedo abandonar mi Fuente ni adquirir cualidades que no están en esa Fuente. Por lo tanto, no puedo morir.
Necesitamos ver que, como dijo la Lección 163 (párrafo 1), la muerte toma muchas formas. La “atracción de la muerte”, de la que se habla en la sección “Los Obstáculos a la Paz” (T.19.IV), refleja todas esas formas. Esta lección añade unas pocas más:
Sin embargo, hemos aprendido que la idea de la muerte adopta muchas formas. Es la idea subyacente a todos los sentimientos que no son de suprema felicidad. Es la alarma a la que respondes cuando reaccionas de cualquier forma que no sea con perfecta alegría. Todo pesar, sensación de pérdida, ansiedad, sufrimiento y dolor, e incluso el más leve suspiro de cansancio, cualquier ligera incomodidad o fruncimiento de ceño, dan testimonio de la muerte. Por lo tanto, niegan que vives. (2:3-7)
¿Qué es la muerte? Cualquier sentimiento que no sea de suprema felicidad. Cualquier respuesta a algo en nuestra vida que no sea perfecta alegría. ¿Podemos ver que cualquier cosa menor que la suprema felicidad y alegría perfecta es una negación de la vida y una afirmación de la muerte? Ser menos que perfectamente dichoso es afirmar que hay algo distinto a Dios, distinto a la Vida, distinto al Amor, “otra cosa” que disminuye el radiante Ser de Dios.
No estoy defendiendo convertirnos en un feliz idiota, que camina negando el dolor y el sufrimiento en nuestra vida y en las vidas de los que nos rodean, afirmando frenéticamente: “Todo es perfecto. Nada de esto es real. Es una ilusión, no le hago caso. Únicamente existe Dios”
Más bien a lo que animo es a lo contrario. Estoy sugiriendo que necesitamos empezar a darnos cuenta simplemente de cuánta influencia tiene sobre nosotros la idea de la muerte. Necesitamos darnos cuenta de esos ligeros suspiros de cansancio, esas punzadas de ansiedad, y reconocer que la idea de la muerte está detrás de todas ellas, la idea de que la separación de Dios es real, que existe algo distinto a Dios, que se opone y anula Su resplandor. Necesitamos darnos cuenta de que creemos que somos ese “algo distinto”, o al menos parte de ello. Darnos cuenta, y decirle a Dios: “Ya estoy otra vez creyendo en la muerte. Me estoy sintiendo separado de Ti. Y sé, por lo tanto, que este sentimiento no significa nada, porque sólo hay una vida, y la comparto Contigo”.
Únicamente cuando reconoces que tú eres responsable de esos pensamientos de muerte, es cuando puedes entender verdaderamente que no tienen realidad, excepto en tu propia mente. Afirmar que no tienen realidad sin primero hacerte responsable de ellos es una negación enfermiza. Los deja sin una fuente, y tienen que tener una fuente. Así que tu mente atribuye una fuente imaginaria a Dios o a algún otro sitio fuera de ti, y ya estás de vuelta al pensamiento de separación otra vez, porque no existe nada fuera de Dios o fuera de ti. Al gritar: “¡Es una ilusión!” sin saber que tú eres el ilusionista, haces de la idea de la muerte algo real, algo contra lo que luchar y reprimir.
Reconocer los pensamientos de muerte como ilusorios no precisa que ejerzas violencia contra tu mente. Ver más allá de la ilusión es la cosa más natural del mundo cuando sucede de manera natural, como resultado de hacerte responsable de la ilusión. Ver el mundo como una ilusión no necesita esfuerzos coordinados y continuos. No es algo que puedes intentar hacer. Si lo intentas, lo estás haciendo al revés.
El mismo principio sirve cuando la gente dice: “Estoy intentando ver el Cristo en él”. No puedes intentar ver el Cristo en una persona, simplemente lo ves o no. Cuando tienes los ojos abiertos y nada se interpone, ¡no tienes que intentar verle! Simplemente Le ves.
La visión espiritual es lo mismo. Cristo está ahí, en cada persona, y puedes verle ahí. El problema es, si has levantado muchas barreras defensivas, muchas pantallas, que tapan tu vista. Estás viendo el reflejo de tus propias ideas en lugar de ver quién es la persona, que es Cristo.
Por lo tanto, el camino a la visión espiritual, el modo de ver a Cristo en un hermano, es darse cuenta de todas las pantallas que estás levantando, todas las ilusiones que estás proyectando desde tu propia mente, y que impiden la visión. Por raro que parezca, no ves al Cristo en un hermano con mirarle, entrecerrando los ojos y fingiendo que es un ser amoroso; ves al Cristo en él mirando a tu propia mente, tus propios pensamientos, que son el obstáculo a la visión.
Quizá de algún modo tienes miedo de la persona. Te parece una amenaza en algún modo, quizá dispuesto a atacarte físicamente, o a robarte tu dinero. En lugar de intentar verle a través de esa imagen de él como una mala persona, mira a la imagen en sí y pregunta de dónde vino. Con la ayuda del Espíritu Santo, verás que se formó completamente en tu propia mente. Es la suma de tus propios juicios solidificados en una opinión. Es la manera en que te has enseñado a ti mismo a ver a tu hermano. Y eso es todo.
Sabes, o deberías saber, que no puedes juzgar. No puedes tener toda la información. Así que, puedes volverte al Espíritu Santo y decir: “Reconozco que mi opinión de este hermano es mi propia invención. Está basada en la idea de la muerte, de algo separado de Dios y distinto a Él. Como tal, sé que es sólo un mal sueño. No significa nada. Mi hermano no es lo que yo pienso que es, y yo no soy una mala persona por tener este pensamiento, únicamente estoy cometiendo un error. Quiero abandonarlo, y puesto que yo soy la fuente, puedo abandonarlo”.
Puedes seguir sintiendo miedo. La diferencia no está en si el miedo desaparece, a veces desaparecerá. La diferencia está en que, si el miedo (o cualquier sentimiento o juicio del que se trate) está presente, eres consciente de que tú lo estás inventando y que no es real. Esto abre la puerta a que surja en ti un tipo diferente de visión. Si lo que has estado viendo es una ilusión, tiene que haber algo más, otra manera de ver que es real.
La visión de Cristo, que es como el Curso llama esta manera de ver, puede que no entre de repente en tu vista después de una sola aplicación de este proceso mental. Probablemente no lo hará. Tenemos montones y montones de barreras levantadas contra esa visión, y puede que hayas reconocido una de las muchas cosas que te impiden ver al Cristo en tu hermano. Eso es normal. Has entendido que esta barrera concreta es una ilusión, y afirmado que hay otra manera de ver a tu hermano. Eso es todo lo que tienes que hacer. ¡No tienes que intentar buscar la otra manera! Cuando estés listo, cuando las barreras se hayan reconocido como algo que tú te inventas, la visión sencillamente estará ahí.
Sencillamente “estará ahí” porque ya está ahí. El Cristo en ti se reconoce a Sí Mismo en tu hermano. El proceso es parecido a dejar de escuchar la interferencia en una radio que tiene filtros electrónicos. Hay una señal de radio que quieres oír, pero las interferencias y mucho ruido te impiden escucharla. Identificas la interferencia, la aíslas, electrónicamente “das instrucciones” a tu equipo para que no las escuche, y finalmente te llega la señal clara.
Lo que haces en el proceso que el Curso recomienda (mirar al ego y sus pensamientos de muerte, identificarlos, y decidir no hacerles caso porque vienen de una fuente que no es de fiar) es dejar de escuchar la interferencia. Continúa haciendo eso, y la señal clara de la visión de Cristo te llegará. Está ahí, en ti, justo en este momento. Sólo que no puedes “escucharla” por todo el ruido que el ego está haciendo.
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