EJERCICIOS
RESUMEN DE LA PRÁCTICA
Instrucciones generales: Tiempo de quietud por la mañana/ noche, recordatorios cada hora, Respuesta a la tentación. Ver la Lección 153.
Propósito: Dar este paso en el camino de la salvación, para que de aquí en adelante puedas avanzar rápidamente y con facilidad. Abandonar la creencia de que hay un enemigo afuera al que temer. Esto te liberará de tu miedo a Dios y podrás darle la bienvenida en tu mente.
Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos o más.
Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo permiten).
Utiliza la lección: “Es únicamente a mí mismo a quien crucifico”, para perdonar todos los acontecimientos de la hora anterior. No dejes que nada arroje su sombra sobre la hora que empieza. De este modo sueltas las cadenas del tiempo y permaneces libre mientras continúas en el tiempo.
Respuesta a la tentación: Repite la idea siempre que te sientas tentado a creer que puedes atacar a otro y así escaparte tú del ataque.
Comentario
Ésta es una reafirmación de una de las lecciones fundamentales del Curso, el primer paso del perdón en otra forma: tomar el problema de fuera de nosotros, retirar la proyección, y ver que “soy yo quien me estoy haciendo esto a mí mismo”.
Al ego le gusta utilizar mal esta idea para castigarnos. El ego nos hace creer que por naturaleza somos auto-destructivos (que nos atacamos a nosotros mismos). La verdad es que, hacemos cosas que nos perjudican pero tenemos elección en ello. No tenemos que hacerlas, y en verdad no es nuestra voluntad hacerlas. No somos demonios, somos el santo Hijo de Dios.
El obstáculo a la consciencia de nuestro Ser al que esta lección va dirigido es nuestra creencia de que hemos dañado o “crucificado” al mundo. Es la creencia de que nos hemos convertido a nosotros mismos en monstruos que no merecen confianza, listos para atacar sin provocación, para herir y matar.
El Curso llama a la aceptación de la idea de hoy (que sea cual sea la forma en que crucificamos a otro, es a nosotros mismos a quien crucificamos) “un paso que nos conduce desde el cautiverio al estado de perfecta libertad” (4:1). Nos ruega que demos “cada paso en la secuencia señalada” (4:2), es decir, que no nos saltemos ningún paso. La idea de hoy es un paso que consiste en diferenciar el Ser del cuerpo y del ego:
De esta manera le enseñas también a tu mente que no eres un ego… No creerás que eres un cuerpo que tiene que ser crucificado. (3:1-3)
Debido a que creemos que nos convertimos a nosotros en un ego, creemos que somos culpables. Puesto que creemos en la culpa, hicimos al cuerpo para que sufra el castigo. Reconocer que somos los que nos estamos imponiendo el castigo a nosotros mismos, es el primer paso para liberarnos de todo el lío. Para reconocer que somos los que nos estamos imponiendo el castigo, tenemos que dejar a un lado el cuerpo y el ego, y hacernos conscientes de una parte mucho mayor de nosotros mismos. De este modo nos damos cuenta de que el Ser es algo distinto del cuerpo o del ego, algo mucho más grande que ellos. Este algo más grande incluye también a mis hermanos. Todos somos parte de ese Ser. Los “otros” a los que creía herir son realmente parte de mi Ser.
La lección dice que si creo que puedo “atacar a otro y quedar tú libre” (6:1), estoy actuando desde un miedo escondido a Dios, desde la creencia de que Dios es otra cosa, un enemigo que espera para destruirme. Mi relación con los que me rodean siempre refleja la creencia inconsciente que yo tengo acerca de mi relación con Dios, la relación final de la Unidad y la Plenitud. “El temor a Dios es real para todo aquel que piensa que ese pensamiento (que yo puedo atacar a otro y quedar libre) es verdad” (6:4). Si yo puedo atacar a otro y quedar libre, también lo puede hacer Dios. Por lo tanto, hay que temer a Dios.
El párrafo 7 es muy importante para mí. Dice que el pensamiento de que yo puedo atacar a otro y quedar libre tiene que cambiar de forma, antes de que yo pueda poner en duda esa idea, al menos hasta el punto en el que yo pueda dejar de tener miedo de la venganza y empezar a hacerme responsable, empezar a darme cuenta de que “son únicamente tus pensamientos los que te hacen caer, presa del miedo, y que tu liberación depende de ti” (7:3). Si empiezo a darme cuenta de que no estoy atacando a otros sino atacándome a mí mismo, puedo dejar de temer la venganza de esos “otros” a los que pensaba que estaba atacando. Antes de que este pensamiento cambie, tengo miedo de los otros; después de que cambia, me doy cuenta de que mi miedo procede de mis propios pensamientos. Si esto es verdad, tengo el poder de cambiar esos pensamientos.
Según la lección, me parece que el punto decisivo, el punto en el que el miedo empieza a terminarse se encuentra en 9:2: “Si es únicamente a ti mismo a quien crucificas, no le has hecho nada al mundo y no tienes que temer su venganza ni su persecución”. Liberarse del miedo a la venganza del mundo es el comienzo de liberarse del miedo a Dios, que es cuando “a Dios… se le podrá acoger de nuevo en la santa mente que Él nunca abandonó” (8:5).
¡Tenía miedo de mi propia fuerza y libertad porque creía que yo era peligroso! Creía que era una amenaza para el mundo, creía que le había hecho daño. No es de extrañar que no quiera ser fuerte y libre. Si lo fuera, podría destruir el universo. Pensaba que podía atacar y dañar las cosas hasta el punto en que el universo se volvería con furia y me barrería de la faz de la tierra. De hecho, durante todo el tiempo, he creído que esto describe las cosas tal como están, y por esa razón he tenido miedo tanto del mundo como de Dios.
El Curso parece decir aquí que nuestro miedo inconsciente de nosotros mismos, escondido porque proyectamos la causa sobre cosas externas, tiene que hacerse consciente, al menos por un corto pero aterrador momento. “Cuando te das cuenta, de una vez por todas, de que es a ti mismo a quien temes, la mente se percibe a sí misma dividida” (10:2). “Y ahora, por un instante, percibes dentro de ti a un asesino que ansía tu muerte y que está comprometido a maquinar castigos contra ti hasta el momento en que por fin pueda acabar contigo” (11:1).
Esto parece un momento terrible, ¿por qué vamos a buscarlo voluntariamente? “No obstante, en ese mismo instante es el momento en que llega la salvación” (11:2). Ahora, viendo el enemigo dentro de nuestra mente en lugar de fuera, ya no tenemos motivos para temer a Dios. El reconocimiento de nuestra propia terrible responsabilidad nos hace darnos cuenta de que no ha sido Dios Quien nos ha estado castigando, hemos sido nosotros mismos. Dejamos de proyectar nuestros propios sueños de venganza sobre Dios. “Y puedes apelar a Él para que te salve de las ilusiones por medio de Su Amor, llamándolo Padre y, a ti mismo, Su Hijo” (11:4).
No hay comentarios:
Publicar un comentario