Comentario
El Amor es mutuo. Recibimos el Amor de Dios a nosotros al devolvérselo a Él, no hay otro modo de recibirlo, “pues dar es lo mismo que recibir” (1:1). Esta misma frase aparece seis veces en el Curso, y hay muchas otras muy parecidas. Podemos pensar que entendemos lo que significa, pero el Curso nos asegura que para nosotros es el concepto más difícil de aprender de todos los que enseña.
El modo de conocer el Amor de Dios brillando en nuestra mente es devolverle a Dios el Amor. Si ayer en nuestros momentos de quietud nos concentramos en sentir Su Amor a nosotros, concentrémonos hoy en darnos cuenta de nuestro amor a Dios. Donna Cary tiene una hermosa canción que hace uno o dos días escuché en una cinta, y que dice: “Siempre Te amaré”. Desearía poder enviaros a todos esta canción, expresa maravillosamente lo que esta lección dice: “Bailaré a la luz de Tu Amor, amándote eternamente”.
¿Cómo sería tener “plena conciencia de que (el Amor de Dios) es mío, de que arde en mi mente y de su benéfica luz” (1:2)? ¿No es esto lo que todos queremos en lo más profundo de nuestro corazón? Cultivemos hoy esta sensación de amor en nuestro corazón. Que sea esto en lo único en lo que nos concentremos. Nada complicado, ninguna idea, únicamente dejar que nuestro corazón cante con el Amor de Dios, disfrutando de Su Amor por nosotros. Como dice la canción de Salomón en el Antiguo Testamento: “Yo soy de mi Amado, y Él es mío”. Conocer a Dios como el Amado es una de las más elevadas expresiones espirituales.
¿Te has sentado alguna vez en silencio con alguien a quien amas profundamente, mirándole a los ojos, sin palabras? Esa quietud del amor es a lo que esta lección nos está llevando, una unión silenciosa de amor dado y recibido, reconocido y devuelto, fluyendo en una corriente sin fin que fortalece y transforma nuestra mente y nuestro corazón.
L.pII.1.3:1-2
En contraste con la quietud de la que habla la lección de hoy, un pensamiento que no perdona está furiosamente activo. Tiene que estarlo. Tiene que estar furioso porque huye de la verdad, e intenta hacer real una ilusión. La actividad frenética es a menudo la señal de una falta de perdón que no se ha reconocido. Lo que parece oponerse a lo que queremos que sea verdad sigue surgiendo en nuestra mente, como ardillas en el juego infantil del “salto de la ardilla”, y tenemos que seguir acallándolo para mantener nuestra versión de la realidad.
Para empezar a deshacer nuestra falta de perdón a menudo basta con acallar nuestra mente y aquietarnos. La falta de perdón no puede existir en el silencio y la quietud. No puedes estar a la vez en paz y sin perdonar. “Que mi mente esté en paz y que todos mis pensamientos se aquieten” (Lección 221). Algo que puede aumentar esta paz y quietud es concentrarnos en el intercambio de amor que está en el centro de la lección de hoy. El poder de nuestro amor a Dios, y el Suyo a nosotros, puede acabar con los pensamientos violentos y, aunque sólo sea por un momento, traernos un instante de paz serena, en el que la falta de perdón desaparece.
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