DESPERTAR AL AMOR

miércoles, 16 de agosto de 2017

16 AGOSTO: Dios no me ha condenado. Por lo tanto, yo tampoco me he de condenar.

AUDIOLIBRO


EJERCICIOS

LECCIÓN 228


Dios no me ha condenado. Por lo tanto, yo tampoco me he de condenar.


1. Mi Padre conoce mi santidad. 2¿Debo acaso negar Su conoci­miento y creer en lo que Su conocimiento hace que sea imposi­ble? 3¿Y debo aceptar como verdadero lo que Él proclama que es falso? 4¿O debo más bien aceptar Su Palabra de lo que soy, toda vez que Él es mi Creador y el que conoce la verdadera condición de Su Hijo?,

2. Padre, estaba equivocado con respecto a mí mismo porque no recono­cía la Fuente de mi procedencia. 2No me he separado de ella para aden­trarme en un cuerpo y morir. 3Mi santidad sigue siendo parte de mí, tal como yo soy parte de Ti. 4Mis errores acerca de mí mismo son sueños. 5Hoy los abandono. 6Y ahora estoy listo para recibir únicamente Tu Palabra acerca de lo que realmente soy.



Instrucciones para la práctica

Propósito: Dar los últimos pasos a Dios. Esperar a que Él dé el último paso.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Tanto tiempo como sea necesario.
Lee la lección.
Utiliza la idea y la oración para dar comienzo al tiempo de quietud. No dependas de las palabras. Utilízalas como una sencilla invitación a Dios para que venga a ti.

·   Siéntate en silencio y espera a Dios. Espera en quieta expectación a que Él se revele a Sí Mismo a ti. Busca únicamente la experiencia de Dios directa, profunda y sin palabras. Estate seguro de Su llegada, y no tengas miedo. Pues Él ha prometido que cuando Le invites, vendrá. Únicamente pides que cumpla Su antigua promesa, que Él quiere cumplir. Estos momentos de quietud son tu regalo a Él.

Recordatorios cada hora: No te olvides.
Da gracias a Dios por haber permanecido contigo y porque siempre estará ahí para contestar tu llamada a Él.

Recordatorios frecuentes: Tan a menudo como sea posible, incluso cada minuto.
Recuerda la idea. Permanece con Dios, deja que Él te ilumine.

Respuesta a la tentación: Cuando te sientas tentado a olvidarte de tu objetivo.
Utiliza la idea del día como una llamada a Dios y desaparecerán todas las tentaciones.

Lectura: Antes de uno de los momentos de práctica del día.

·         Lee lentamente la sección “¿Qué es?”.
·         Piensa en ella durante un rato.


Observaciones generales: Ahora, en esta parte final del año que tú y Jesús habéis pasado juntos, empiezas a alcanzar el objetivo de las prácticas, que es el objetivo del Curso. Jesús está tan cerca que no puedes fracasar. Has recorrido una gran parte del camino. No mires hacia atrás. Fija la mirada en el final del camino. No habrías podido llegar tan lejos si no te hubieses dado cuenta de que quieres conocer a Dios. Y eso es todo lo que se necesita para que Él venga a ti.

Comentario

Se necesita mucho valor para abandonar la condena a uno mismo. Tenemos miedo de que si dejamos de condenarnos a nosotros mismos nos volveremos locos, de que la maldad dentro de nosotros quedará sin control y estallará en un desastre terrible. Pero, ¿y si no hay maldad dentro de nosotros? ¿Y si Dios tiene razón? ¿Es posible que Él esté equivocado y nosotros tengamos razón? La lección dice que lo que Dios conoce hace que el pecado en nosotros sea imposible: “¿Debo acaso negar Su conocimiento?” (1:2).

La lección simplemente nos pide “aceptar Su Palabra de lo que soy” (1:4). ¿Quién cree que alguien o algo es mejor que su Creador? ¿Y qué conoce Dios de mí? “Mi Padre conoce mi santidad” (1:1). Cada vez que leo tales afirmaciones veo a mi mente luchar para oponerse a la idea, encogiéndose en una falsa humildad que grita: “Oh, no, no puedo aceptar eso acerca de mí”. Si me atrevo a preguntarme a mí mismo: “¿Por qué no?”, mi mente sale inmediatamente con una lista de razones: Mis defectos, mi falta de dedicación total a la verdad, mi adicción a este o aquel placer del mundo. Sin embargo, llevada a la luz del Espíritu Santo, cada una de estas cosas puede verse como nada más que una petición mal dirigida, como un grito de ayuda, como una oculta nostalgia de Dios y del Hogar

“Estaba equivocado con respecto a mí mismo” (2:1). Eso es todo lo que ha ocurrido. Me olvidé de mi Fuente y de lo que yo soy, debido a mi Fuente. Mi Fuente es Dios, y no mis oscuras ilusiones. Mi error acerca de lo que yo soy no es un pecado que deba ser juzgado, sino un error que necesita ser corregido; necesita la sanación del Amor, y no la condena. “Mis errores acerca de mí mismo son sueños” (2:4), eso es todo, y puedo renunciar a ellos. Yo no soy el sueño; yo soy el soñador, todavía santo, todavía parte de Dios.

Hoy, mientras aquieto mi mente en Presencia de Dios, abro mi mente para recibir Su Palabra acerca de lo que yo soy. Aparto los sueños, los reconozco como lo que son, y los abandono. Abro mi corazón al Amor.



¿Qué es el perdón? (Parte 8)

L.pII.1:4:4-5

En las dos últimas frases de este párrafo, date cuenta de la diferencia que se hace entre juzgar y darle la bienvenida a la verdad tal como es. Lo contrario del juicio es la verdad. Entonces, el juicio debe ser siempre una deformación de la verdad. Esta sección ya ha señalado que el propósito de no perdonar es deformar. Si no quiero perdonar, tengo que deformar la verdad, tengo que juzgar. Aquí el juicio significa clarísimamente la condena, ver pecado, hacer que algo parezca malo. El perdón no hace eso; el perdón hace que parezca bueno en lugar de malo, porque “bueno” es la verdad acerca de todos nosotros.

Ninguno de nosotros es culpable. Ésa es la verdad. Dios no nos condena. Si yo condeno, estoy deformando la verdad. El juicio es siempre una deformación de la verdad de nuestra inocencia a los ojos de Dios. Cuando juzgo a otro, lo hago porque estoy intentando justificar que no estoy dispuesto a perdonar. Se me da muy bien eso. Siempre parece que encuentro alguna razón que justifique mi falta de perdón. Pero de lo que no me doy cuenta es de que cada juicio deforma la verdad, la oculta, la oscurece. “Hace real” algo que no es real.

Además, al ocultar la verdad acerca de mi hermano, estoy ocultando la verdad acerca de mí mismo. Estoy confirmando la base de mi propia condena a mí mismo. Por esa razón la última frase del párrafo pasa de la falta de perdón a otro al perdón de uno mismo: “aquel que ha de perdonarse a sí mismo” (4:5).Si quiero perdonarme a mí mismo, tengo que abandonar mis juicios a otros. Si el pecado de ellos es real, también lo es el mío. En su lugar, tengo que aprender a “darle la bienvenida a la verdad exactamente como ésta es” (4:5). Únicamente si le doy la bienvenida a la verdad acerca de mi hermano, puedo verla acerca de mí mismo. Estamos juntos o nos caemos juntos. “En tus semejantes o bien te encuentras a ti mismo o bien te pierdes a ti mismo” (T.8.III.4:5).

Para una mente acostumbrada a verse a sí misma como un ego separado, abandonar todo juicio produce terror. Parece como si nos estuvieran quitando el suelo sobre el que pisamos, no tenemos sobre qué apoyarnos. ¿Cómo podemos vivir en el mundo sin juzgar? Literalmente no sabemos cómo. Hemos montado toda nuestra vida sobre los juicios; sin los juicios tenemos miedo al caos y al desorden total. El Curso nos asegura que eso no sucederá:

Esto te da miedo porque crees que sin el ego, todo sería caótico. Mas yo te aseguro que sin el ego, todo sería amor. (T.15.V.1:6-7)

Cuando renunciamos a los juicios, cuando estamos dispuestos a darle la bienvenida a la verdad tal como es, el amor se apresura a llenar el vacío dejado por la ausencia de los juicios. El amor ha estado ahí todo el tiempo, pero le habíamos impedido el paso. No sabemos cómo sucede esto, pero sucede porque el amor es la realidad, el amor es la verdad a la que estamos dando la bienvenida. El amor nos enseñará qué hacer cuando nuestros juicios se hayan ido.






TEXTO


i. La atracción del dolor


9. Tu pequeño papel consiste únicamente en entregarle al Espíritu Santo la idea del sacrificio en su totalidad 2y aceptar la paz que Él te ofrece a cambio sin imponer ningún límite que impida su exten­sión, lo cual limitaría tu conciencia de ella. 3Pues lo que Él otorga tiene que extenderse si quieres disponer de su poder ilimitado y utilizarlo para liberar al Hijo de Dios. 4No es de este poder de lo que quieres deshacerte, y, puesto que ya dispones de él, no puedes limitarlo. 5Si la paz no tiene hogar, tampoco lo tenemos ni tú ni yo. 6Y Aquel que es nuestro hogar se queda sin hogar junto con noso­tros. 7¿Es eso lo que quieres? 8¿Deseas ser un eterno vagabundo en busca de paz? 9¿Pondrías tus esperanzas de paz y felicidad en lo que no puede sino fracasar?

10. Tener fe en lo eterno está siempre justificado, pues lo eterno es siempre benévolo, infinitamente paciente y totalmente amoroso. 2Te aceptará totalmente y te colmará de paz. 3Pero sólo se puede unir a lo que ya está en paz dentro de ti, lo cual es tan inmortal como lo es lo eterno. 4El cuerpo no puede proporcionarte ni paz ni desasosiego, ni alegría ni dolor. 5Es un medio, no un fin. 6De por sí no tiene ningún propósito, sino sólo el que se le atribuye. 7El cuerpo parecerá ser aquello que constituya el medio para alcanzar el objetivo que tú le asignes. 8Sólo la mente puede fijar propósitos, y sólo la mente puede discernir los medios necesarios para su logro, así como justificar su uso. 9Tanto la paz como la culpabilidad son estados mentales que se pueden alcanzar. 10esos estados son el hogar de la emoción que los suscita, que, por consiguiente, es compatible con ellos.

11. Examina, entonces, qué es lo que es compatible contigo. 2Ésta es la elección que tienes ante ti, y es una elección libre. 3Mas todo lo que radica en ella vendrá con ella, y lo que crees ser jamás puede estar separado de ella. 4El cuerpo aparenta ser el gran trai­dor de la fe. 5En él residen la desilusión y las semillas de la falta de fe, mas sólo si le pides lo que no puede dar. 6¿Puede ser tu error causa razonable para la depresión, la desilusión y el ataque de represalia contra lo que crees que te ha fallado? 7No uses tu error para justificar tu falta de fe. 8No has pecado, pero te has equivocado con respecto a lo que significa tener fe. 9Mas la corrección de tu error te dará motivos para tener fe.

12. Es imposible tratar de obtener placer a través del cuerpo y no hallar dolor. 2Es esencial que esta relación se entienda, ya que el ego la considera la prueba del pecado. 3En realidad no es puni­tiva en absoluto. 4Pero sí es el resultado inevitable de equipararte con el cuerpo, lo cual es la invitación al dolor. 5Pues ello le abre las puertas al miedo, haciendo que se convierta en tu propósito. 6La atracción de la culpabilidad no puede sino entrar con él, y cual­quier cosa que el miedo le ordene hacer al cuerpo es, por lo tanto, dolorosa. 7Este compartirá el dolor de todas las ilusiones, y la ilusión de placer se experimentará como dolor.

13. ¿No es acaso esto inevitable? 2El cuerpo, a las órdenes del miedo, irá en busca de culpabilidad y servirá a su amo, cuya atracción por la culpabilidad mantiene intacta toda la ilusión de su existencia. 3En esto consiste, pues, la atracción del dolor. 4Regido por esta percepción, el cuerpo se convierte en el siervo del dolor, lo persigue con un gran sentido del deber y acata la idea de que el dolor es placer. 5Ésta es la idea que subyace a la excesiva importancia que el ego le atribuye al cuerpo. 6Y man­tiene oculta esta relación demente, si bien, se nutre de ella. 7A ti te enseña que el placer corporal es felicidad. 8Mas a sí mismo se susurra: "Es la muerte".

14. ¿Por qué razón es el cuerpo tan importante para ti? 2Aquello de lo que se compone ciertamente no es valioso. 3Y es igualmente cierto que no puede sentir nada. 4Te transmite las sensaciones que tú deseas. 5Pues el cuerpo, al igual que cualquier otro medio de comunicación, recibe y transmite los mensajes que se le dan. 6Pero éstos le son completamente indiferentes. 7Todos los senti­mientos con los que se revisten dichos mensajes los proporcionan el emisor y el receptor. 8Tanto el ego como el Espíritu Santo reco­nocen esto, y ambos reconocen también que aquí el emisor y el receptor son uno y lo mismo. 9El Espíritu Santo te dice esto con alegría. 10El ego te lo oculta, pues no quiere que seas consciente de ello. 11¿Quién transmitiría mensajes de odio y de ataque si entendiese que se los está enviando a sí mismo? 12¿Quién se acu­saría, se declararía culpable y se condenaría a sí mismo?

15. El ego siempre proyecta sus mensajes fuera de ti, al creer que es otro y no tú el que ha de sufrir por tus mensajes de ataque y culpabilidad. 2E incluso si tú sufres, el otro ha de sufrir aún más. 3El supremo engañador reconoce que esto no es verdad, pero como "enemigo" de la paz que es, te incita a que proyectes todos tus mensajes de odio y así te liberes a ti mismo. 4para conven­certe de que esto es posible, le ordena al cuerpo a que busque dolor en el ataque contra otro, lo llame placer y te lo ofrezca como tu liberación del ataque.

16. No hagas caso de su locura, ni creas que lo imposible es ver­dad. 2No olvides que el ego ha consagrado el cuerpo al objetivo del pecado y que tiene absoluta fe de que el cuerpo puede lograrlo. 3Sus sombríos discípulos entonan incesantemente ala­banzas al cuerpo, en solemne celebración del poderío del ego. 4No hay ni uno solo que no crea que sucumbir a la atracción de la culpabilidad es la manera de escaparse del dolor. 5Ni uno solo de ellos puede dejar de identificarse a sí mismo con su propio cuerpo, sin el cual moriría, pero dentro del cual, su muerte es igualmente inevitable.

17. Los discípulos del ego no se dan cuenta de que se han consa­grado a sí mismos a la muerte. 2Se les ha ofrecido la libertad pero no la han aceptado, y lo que se ofrece se tiene también que acep­tar para que sea verdaderamente dado. 3Pues el Espíritu Santo es también un medio de comunicación, que recibe los mensajes del Padre y se los ofrece al Hijo. 4Al igual que el ego, el Espíritu Santo es a la vez emisor y receptor. 5Pues lo que se envía a través de Él retorna a Él, buscándose a sí mismo en el trayecto y encontrando lo que busca. 6De igual manera, el ego encuentra la muerte que busca, y te la devuelve a ti.






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