EJERCICIOS
Comentario
En la Lección 236 vi que sólo yo gobierno mi mente. Dios me creó libre para elegir escuchar Su Voz, o no escucharla. Así pues, la salvación depende de mi decisión. El mensaje de la lección de hoy es ése, y si esto es verdad, Dios tiene que tener toda Su confianza en mí. A la humanidad se la describe normalmente como débil, llena de dudas, o completamente rebelde. Pecadores y no dignos de confianza en absoluto. Pero si Dios puso en mis manos la salvación de Su Hijo y dejó que dependiera de mi decisión (1:3), esa oscura imagen no puede ser la verdad. Si yo no fuera de fiar, si la humanidad fuera tan poco de fiable, Dios nunca habría puesto tan enorme confianza en nosotros. Por lo tanto, “debo ser digno” (1:1). ¡Cuán grande debe ser Tu amor por mí! Y mi santidad debe ser asimismo inexpugnable para que hayas puesto a Tu Hijo en mis manos con la certeza de que Aquel que es parte de Ti y también de mí, puesto que es mi Ser, está a salvo (1:4-5). En resumen: Si Dios confía en mí, yo debo merecerme esa confianza.
No es únicamente mi salvación la que depende de mi decisión: “toda la salvación” depende de ella, porque la Filiación es una. Si una parte permanece separada y sola, la Filiación está incompleta. Sin embargo, Dios ha “puesto a Su Hijo en mis manos con la certeza de que está a salvo” (1:5). Si Dios está seguro de que el Hijo está seguro en mis manos, Él debe saber algo acerca de mí que yo he olvidado. Él me conoce tal como soy (1:2), y no como yo he llegado a creer que soy. La confianza que Él muestra es sorprendente, porque el Hijo no sólo es Su creación sino que además “es parte de” Él (1:5). Dios me ha confiado parte de Su mismo Ser a mi cuidado con la confianza de que mi decisión será: elegir unirme a Su Amor y a Su Voluntad libremente y por mi propia voluntad. Él sabe que al final eso será lo que elegiré y que no puedo elegir otra cosa, pues Él me creó como una extensión de Su propio Amor.
Que hoy elija a menudo pensar en cuánto me ama Dios, cuánto ama a Su Hijo, y como el Amor de Dios a Su Hijo está demostrado al confiar toda la salvación a mi decisión. Que descanse seguro de que el resultado es tan seguro como Dios. Que confíe en la confianza de Dios en mí.
L.pII.2.4:2-5
Cuando acudimos diariamente a este santo lugar, echamos una pequeña ojeada al mundo real, “nuestro sueño final” (4:2). En el instante santo vemos con la visión de Cristo, en la que no hay sufrimiento. Se nos permite tener “un atisbo de toda la gloria que Dios nos ha dado” (4:3). El propósito del Curso es que vengamos al lugar donde obtenemos esta visión y la llevamos con nosotros siempre, el lugar donde nuestra mente cambia de tal manera que vemos sólo el mundo real, y vivimos la vida como un instante santo continuo y eterno. Ese momento puede parecer muy lejos de mí, pero está mucho más cerca de lo que creo, y en el instante santo lo siento como ahora. Venir repetidamente al instante santo, sumergir nuestra mente en la visión del mundo real, es la manera en que este mundo se convierte en la única realidad para nosotros, el sueño final antes de despertar.
En este sueño feliz, “La tierra nace de nuevo desde una nueva perspectiva” (4:5). Las imágenes de brotar la hierba, los árboles florecer y los pájaros hacer sus nidos en su ramaje, nos hablan de la primavera, del renacer después de un largo invierno. Las imágenes representan la nueva visión del mundo, en el que nuestra oscuridad espiritual ha desaparecido, y todas las cosas vivas están unidas en la luz de Dios. Ahora pasamos de largo las ilusiones, más allá de ellas con paso más firme y más seguro, una visión de eterna santidad y de paz. Vemos y respondemos a “la necesidad de cada corazón, al llamamiento de cada mente, a la esperanza que se encuentra más allá de toda desespe-ración, al amor que el ataque quisiera ocultar y a la hermandad que el odio ha intentado quebrantar, pero que aún sigue siendo tal como Dios la creó” (L.185.14:1).
Aquí, en la visión del mundo real, oímos “la llamada cuyo eco resuena más allá de cada aparente invocación a la muerte, la llamada cuyo canto se oye tras cada ataque asesino, suplicando que el amor restaure el mundo moribundo” (T.31.I.10:3). Vemos que el único propósito del mundo es el perdón. “¡Qué bello es el mundo cuyo propósito es perdonar al Hijo de Dios!” (T.29.VI.6:1).
¡Qué bello es caminar, limpio, redimido y feliz, por un mundo que tanta necesidad tiene de la redención que tu inocencia vierte sobre él! (T.23.In.6:5)
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