DESPERTAR AL AMOR

lunes, 28 de agosto de 2017

28 AGOSTO: El miedo, de la clase que sea, no está justificado.

AUDIOLIBRO



EJERCICIOS


LECCIÓN 240

El miedo, de la clase que sea, no está justificado.

1. El miedo es un engaño. 2Da testimonio de que te has visto a ti mismo como nunca podrías ser y, por lo tanto, contemplas un mundo que no puede ser real. 3Ni una sola cosa en ese mundo es verdad. 4Sea cual sea la forma en que se manifieste, 5sólo da fe de tus ilusiones acerca de ti mismo. 6No nos dejemos engañar hoy. 7Somos los Hijos de Dios. 8El miedo no tiene cabida en nosotros, pues cada uno de nosotros es parte del Amor Mismo.

2. ¡Cuán infundados son nuestros miedos! 2¿Ibas acaso a permitir que Tu Hijo sufriese? 3Danos fe hoy para reconocer a Tu Hijo y liberarlo. 4Perdonémosle hoy en Tu Nombre, para poder entender su santidad y sentir por él el amor que Tú también sientes por él.




Instrucciones para la práctica

Propósito: Dar los últimos pasos a Dios. Esperar a que Él dé el último paso.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Tanto tiempo como sea necesario.
Lee la lección.
Utiliza la idea y la oración para dar comienzo al tiempo de quietud. No dependas de las palabras. Utilízalas como una sencilla invitación a Dios para que venga a ti.

·   Siéntate en silencio y espera a Dios. Espera en quieta expectación a que Él se revele a Sí Mismo a ti. Busca únicamente la experiencia de Dios directa, profunda y sin palabras. Estate seguro de Su llegada, y no tengas miedo. Pues Él ha prometido que cuando Le invites, vendrá. Únicamente pides que cumpla Su antigua promesa, que Él quiere cumplir. Estos momentos de quietud son tu regalo a Él.

Recordatorios cada hora: No te olvides.
Da gracias a Dios por haber permanecido contigo y porque siempre estará ahí para contestar tu llamada a Él.

Recordatorios frecuentes: Tan a menudo como sea posible, incluso cada minuto.
Recuerda la idea. Permanece con Dios, deja que Él te ilumine.

Respuesta a la tentación: Cuando te sientas tentado a olvidarte de tu objetivo.
Utiliza la idea del día como una llamada a Dios y desaparecerán todas las tentaciones.

Lectura: Antes de uno de los momentos de práctica del día.

·         Lee lentamente la sección “¿Qué es?”.
·         Piensa en ella durante un rato.

Observaciones generales: Ahora, en esta parte final del año que tú y Jesús habéis pasado juntos, empiezas a alcanzar el objetivo de las prácticas, que es el objetivo del Curso. Jesús está tan cerca que no puedes fracasar. Has recorrido una gran parte del camino. No mires hacia atrás. Fija la mirada en el final del camino. No habrías podido llegar tan lejos si no te hubieses dado cuenta de que quieres conocer a Dios. Y eso es todo lo que se necesita para que Él venga a ti.





Comentario

“El miedo es un engaño” (1:1). Cuando tenemos miedo, hemos sido engañados por alguna mentira, porque, puesto que somos el Hijo de Dios y parte del Amor Mismo (1:7-8), nada puede hacernos daño o causarnos pérdida de ningún tipo. Por lo tanto, cuando aparece el miedo, nos hemos visto a nosotros mismos como nunca podríamos ser (1:2). La realidad de lo que somos no está nunca en peligro: “Nada real puede ser amenazado” (T.In.2:2). Es imposible que nada del mundo pueda amenazarnos, “Ni una sola cosa en ese mundo es verdad” (1:3). “Nada irreal existe” (T.In.2:3).

Todas las amenazas del mundo, sean cuales sean las formas en que se manifiesten, sólo dan fe de nuestras ilusiones acerca de nosotros mismos (1:4-5). Nos vemos a nosotros mismos como indefensos, como un cuerpo, como un ego, como una forma de vida física que puede apagarse en un instante. Eso no es lo que somos; y cuando tenemos miedo, eso es lo que estamos pensando que somos. Para que podamos pensar que somos algo distinto -el eterno Hijo de Dios, por siempre seguros en el Amor de Dios, más allá del alcance de la muerte- tenemos que estar dispuestos a aprender que todo lo del mundo no es real. Finalmente tenemos que ver que el intento de aferrarnos a la realidad de este mundo es aferrarnos a la muerte.

Si insistimos en hacer este mundo real, la afirmación de hoy: “El miedo, de la clase que sea, no está justificado” nunca nos parecerá verdad. En este mundo todo puede ser atacado, todo puede cambiar, y finalmente desaparecer. Si intentamos aferrarnos a ello, no se puede evitar el miedo porque el final de aquello a lo que nos aferramos es seguro. El único modo de liberarnos verdaderamente del miedo es dejar de darle valor a todo y valorar sólo lo eterno.

Esto no significa que no podamos disfrutar de las cosas que son pasajeras, que no podamos por ejemplo pararnos a apreciar la belleza de una puesta de sol que sólo dura unos minutos. Pero entendemos que no es la puesta de sol lo que valoramos, sino la belleza que refleja por un momento. No es el contacto con un cuerpo lo que valoramos, un cuerpo que se marchita y se acaba, sino el amor eterno que alcanza y refleja durante un momento. No la forma, sino el contenido. No el símbolo, sino su significado. No los sobretonos, ni los armónicos, ni los ecos, sino la eterna canción del Amor (Canc.1I.3:4).
Que hoy repita: “El miedo, de la clase que sea, no está justificado”. Y cuando surja el miedo, que recuerde que no hay nada que temer (2:1). Que recuerde que no hay ninguna razón para el miedo. Que mis miedos me recuerden la verdad de que lo que yo valoro nunca muere.


¿Qué es la salvación? (Parte 10)

L.pII.2.5:2

La salvación no es un mundo material perfecto, sino un estado mental en el que “la eternidad haya disuelto al mundo con su luz y el Cielo sea lo único que exista” (5:2). Cuando entramos en el instante santo con mayor frecuencia, y la visión del “mundo real” que trae, estamos literalmente acelerando el final del tiempo. Las palabras “mundo real” es una contradicción, son dos palabras que se contradicen la una a la otra, pues el mundo no es real. (Ver T.26.III.3:1-3). El mundo real es la meta que el Curso quiere para nosotros y, sin embargo, cuando se alcanza completamente, apenas tendremos tiempo de apreciarlo antes de que Dios dé Su Último Paso, y la ilusión del mundo desaparezca en la realidad del Cielo (T.17.II.4:4). La pesadilla se transforma poco a poco en un sueño feliz, y cuando todas las pesadillas hayan desaparecido, no habrá ya necesidad de soñar, despertaremos.


La salvación es el proceso de transformar la pesadilla en un sueño feliz, el proceso de deshacer las ilusiones, el proceso de eliminar los obstáculos que hemos levantado en contra del amor, en resumen, el proceso del perdón. La experiencia en la que ahora estamos es nuestra aula de aprendizaje. La razón por la que estamos aquí es para aprender la verdad o, más bien, para desaprender los errores. El Curso nos pide que nos alegremos de aprender, y que tengamos paciencia. “No temas que se te vaya a elevar y a arrojar abruptamente a la realidad” (T.16.VI.8:1-2). Nos aterrorizaría, como un niño de guardería al que de repente le hacen presidente, o un alumno de primer curso de piano al que obligan a dar un concierto de piano en un lugar de mucho prestigio. Cada uno de nosotros está exactamente donde le corresponde, aprendiendo justamente lo que necesita aprender. Entremos, pues, de todo corazón y llenos de gozo en el proceso, practicando nuestros instantes santos, recibiendo nuestros pequeños destellos del mundo real, cada uno asegurándonos de la realidad de nuestra meta y de la seguridad de su logro.




TEXTO

V. Los heraldos de la eternidad


1. En este mundo, el Hijo de Dios se acerca al máximo a sí mismo en una relación santa. Ahí comienza a encontrar la confianza que su Padre tiene en él. 3Y ahí encuentra su función de restituir las leyes de su Padre a lo que no está operando bajo ellas y de encontrar lo que se había perdido. 4Sólo en el tiempo se puede perder algo, pero nunca para siempre. 5Así pues, las partes sepa­radas del Hijo de Dios se unen gradualmente en el tiempo, y con cada unión el final del tiempo se aproxima aún más. 6Cada mila­gro de unión es un poderoso heraldo de la eternidad. 7Nadie que tenga un solo propósito, unificado y seguro, puede sentir miedo. 8Nadie que comparta con él ese mismo propósito podría dejar de ser uno con él.

2. Cada heraldo de la eternidad anuncia el fin del pecado y del miedo. 2Cada uno de ellos habla en el tiempo de lo que se encuen­tra mucho más allá de éste. 3Dos voces que se alzan juntas hacen un llamamiento al corazón de todos para que se hagan de un solo latir. 4Y en ese latir se proclama la unidad del amor y se le da la bienvenida. 5¡Que la paz sea con vuestra relación santa, la cual tiene el poder de conservar intacta la unidad del Hijo de Dios! 6Lo que le das a tu hermano es para el bien de todos, y todo el mundo se regocija gracias a tu regalo. 7No te olvides de Aquel que te dio los regalos que das, y al no olvidarte de Él, recordarás a Aquel que le dio los regalos para que Él te los diera a ti.

3. Es imposible sobrestimar la valía de tu hermano. 2Sólo el ego hace eso, pero ello sólo quiere decir que desea al otro para sí mismo, y, por lo tanto, que lo valora demasiado poco. 3Lo que goza de incalculable valor obviamente no puede ser evaluado. 4¿Eres consciente del miedo que se produce al intentar juzgar lo que se encuentra tan fuera del alcance de tu juicio que ni siquiera lo puedes ver? 5No juzgues lo que es invisible para ti, o, de lo contrario, nunca lo podrás ver. 6Más bien, aguarda con paciencia su llegada 6Se te concederá poder ver la valía de tu hermano cuando lo único que le desees sea la paz. 7Y lo que le desees a él será lo que recibirás.

4. ¿Cómo podrías estimar la valía de aquel que te ofrece paz? 2¿Qué otra cosa podrías desear, salvo lo que te ofrece? 3Su valía fue establecida por su Padre, y tú te volverás consciente de ella cuando recibas el regalo que tu Padre te hace a través de él. 4Lo que se encuentra en él brillará con tal fulgor en tu agradecida visión, que simplemente lo amarás y te regocijarás. 5No se te ocu­rrirá juzgarlo, pues, ¿quién puede ver la faz de Cristo y aun así insistir en que juzgar tiene sentido? 6Pues esa insistencia es pro­pia de aquellos que no ven. 7Puedes elegir ver o juzgar, pero nunca ambas cosas.

5. El cuerpo de tu hermano tiene tan poca utilidad para ti como para él. 2Cuando se usa únicamente de acuerdo con las enseñan­zas del Espíritu Santo, no tiene función alguna. 3Pues las mentes no necesitan el cuerpo para comunicarse. 4La visión que ve al cuerpo no le es útil al propósito de la relación santa. 5mientras sigas viendo a tu hermano como un cuerpo, los medios y el fin no estarán en armonía. 6¿Por qué se han de necesitar tantos instantes santos para alcanzar una relación santa, cuando con uno solo bastaría? 7No hay más que uno. 8El pequeño aliento de eternidad que atraviesa el tiempo como una luz dorada es sólo uno: no ha habido nada antes ni nada después.

6. Ves cada instante santo como un punto diferente en el tiempo. 2Mas es siempre el mismo instante. 3Todo lo que jamás hubo o habrá en él se encuentra aquí ahora mismo. 4El pasado no le resta nada, y el futuro no le añadirá nada más. 5En el instante santo, entonces, se encuentra todo. 6En él se encuentra la belleza de tu relación, con los medios y el fin perfectamente armonizados ya. 7En él se te ha ofrecido ya la perfecta fe que algún día habrás de ofrecerle a tu hermano; en él se ha concedido ya el ilimitado per­dón que le concederás; y en él es visible ya la faz de Cristo que algún día habrás de contemplar.

7. ¿Cómo ibas a poder calcular la valía de quien te ofrece seme­jante regalo? 2¿Cambiarías ese regalo por otro? 3Ese regalo resti­tuye las leyes de Dios nuevamente a tu memoria. 4Y sólo por recordarlas, te olvidas de las leyes que te mantenían prisionero del dolor y de la muerte. 5No es éste un regalo que el cuerpo de tu hermano te pueda ofrecer. 6El velo que oculta el regalo, tam­bién lo oculta a él. 7Él es el regalo, sin embargo, no lo sabe. 8Tú tampoco lo sabes. 9Pero ten fe en que Aquel que ve el regalo en ti y en tu hermano lo ofrecerá y lo recibirá por vosotros dos. 10Y a través de Su visión lo verás, y a través de Su entendimiento lo reconocerás y lo amarás como tuyo propio.

8. Consuélate, y siente cómo el Espíritu Santo cuida de ti con amor y con perfecta confianza en lo que ve. 2Él conoce al Hijo de Dios y comparte la certeza de su Padre de que el universo des­cansa a salvo y en paz en sus tiernas manos. 3Consideremos ahora lo que tiene que aprender a fin de poder compartir la confianza que su Padre tiene en él. 4¿Quién es él, para que el Creador del universo ponga a éste en sus manos, sabiendo que en ellas está a salvo? 5Él no se ve a sí mismo tal como su Padre lo conoce. 6Sin embargo, es imposible que Dios se equivoque con respecto a dónde deposita Su confianza.



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