DESPERTAR AL AMOR

lunes, 7 de agosto de 2017

7 AGOSTO: SEXTO REPASO: Repaso de la lección 199

AUDIOLIBRO

EJERCICIOS


LECCIÓN 219


No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó.

1. (199) No soy un cuerpo. 2Soy libre.

3Soy el Hijo de Dios. 4Aquiétate mente mía, y piensa en esto por un, momento. 5Luego regresa a la tierra, sin confusión alguna acerca de quién es aquel a quien mi Padre ama eter­namente como Su Hijo.

6No soy un cuerpo. 7Soy libre.
8Pues aún soy tal como Dios me creó.





Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica del Sexto Repaso

Comentario

Bueno, no tenemos mucha elección hoy. Tenemos que echarle otra mirada al hecho de que no somos un cuerpo.

Pienso que la creencia de que soy un cuerpo es lo que me pone aquí en este mundo, con un cuerpo. Puedo decir que creo que no soy un cuerpo y que entiendo lo que estoy diciendo, pero todavía sigo con un cuerpo. Eso me muestra que mis palabras no coinciden completamente con la profunda creencia de mi mente. La razón por la que el Curso nos ha hecho repetir esta idea durante los últimos veinte días (empezó con la Lección 199) no se debe a que ya la creamos y no la necesitemos; está claro que el Curso reconoce que nuestra creencia de que somos un cuerpo está profundamente enterrada dentro de nosotros, y que la repetición es necesaria para deshacer esa creencia. Recuerda que en la Lección 199 se sugería que hiciéramos de esta idea una parte de nuestra práctica de cada día. Nuestra identificación con nuestro cuerpo es una idea que no resultará fácil sacar.

Es interesante la unión de las palabras “No soy un cuerpo” con las palabras “Soy libre”. Si yo hubiera escrito el Curso, probablemente habría dicho: “No soy un cuerpo. Soy espíritu”, o algo así. ¿Por qué crees que Jesús pone juntos estos dos pensamientos?
El cuerpo es algo que aprisiona. Todos nosotros somos esclavos de nuestro cuerpo. Piensa en cuánto tiempo y energía de nuestra llamada vida en este mundo dedicamos al cuidado del cuerpo. Lo alimentamos, trabajamos para darle alojamiento y vestirlo, lo lavamos, dedicamos habitaciones de nuestra casa únicamente para cuidar de sus necesidades de eliminación y limpieza, compramos todo tipo de artilugios para adornarlo. Nos cortamos las uñas cada semana. Fijamos citas para los cortes de pelo. Mira a la sección de libros de cocina en una librería para hacerte una idea de lo que nos ocupamos del aspecto de la alimentación. Mira en los supermercados, en las tiendas de ropa, en las zapaterías. La mayoría de las tiendas en los centros comerciales están relacionadas con el cuidado del cuerpo. Mira a los gastos que dedicamos al cuidado de la salud y hospitales.

¿Y si no soy un cuerpo? ¿Y si tanto derroche de esfuerzo y atención estuviera mal dirigido? ¿Y si nos estamos concentrando en lo que no tiene importancia? ¿Y si el centro de atención de nuestra vida empezara a cambiar del cuidado del cuerpo al cuidado del espíritu? ¿Si eso sucediera cómo sería mi vida y la tuya? ¿Y si fuera tan constante en buscar instantes santos como en atiborrarme de comida? ¿Y si empezara a hacer pausas varias veces al día para alimentar mi espíritu con la misma frecuencia que dedico a comer, ir al baño, o cuidar el cuerpo? Nos resulta muy fácil decirle a un amigo: “¿Te apetece una taza de café?” ¿Y si nos resultara igual de fácil decirle: “¿Te apetece pasar unos minutos de meditación conmigo?”

Al pensar en esto queda muy claro lo poco equilibradas que están nuestras vidas y lo centradas que están en nuestro cuerpo. Me hace darme cuenta de cuánto nos queda todavía por recorrer. Y puesto que el cambio empieza en la mente, sólo con recordarme a mí mismo tan a menudo como pueda “No soy un cuerpo”, es un buen modo de empezar el gran cambio. Quizá sea útil algo tan sencillo como dejar que mis comidas sean un recordatorio para decir una oración, no porque rezar con la comida la haga mejor, sino porque me ayuda a recordar que necesito el alimento espiritual tanto, o más que el alimento físico. Cada vez que me haga consciente de que estoy dedicando tiempo y esfuerzo al cuidado del cuerpo, que eso me recuerde cuidar también de mi espíritu.

Piensa también en la libertad que tendremos cuando nos demos cuenta de que el cuerpo no es gran cosa. Lo que yo soy no es algo que se desgasta, envejece y muere. Lo que yo soy no es “una vela corta” como lo llamó Shakespeare, sino una eterna estrella brillando en el cielo por toda la eternidad. El cuerpo se merece cuidado porque es un instrumento útil para la situación en la que nos encontramos, pero no más que eso. Como un coche es bueno para el propósito que sirve. Pero el cuerpo no es “yo” como el coche tampoco es “yo” (aunque los anuncios de coche digan lo contrario). Piensa en toda la ansiedad y preocupación constante que se nos quitaría de encima si podemos pensar de este modo. Cambiar nuestra forma de pensar acerca de ello se merece todo el esfuerzo que sea necesario.






TEXTO



Capítulo 19

LA CONSECUCIÓN DE LA PAZ




I. La curación y la fe



1. Dijimos anteriormente que cuando una situación se ha dedi­cado completamente a la verdad, la paz es inevitable. 2La consecución de ésta es el criterio por medio del cual se puede determinar con seguridad si dicha dedicación fue total. 3Mas dijimos también que es imposible alcanzar la paz sin tener fe, pues lo que se le entrega a la verdad para que ésta sea su único objetivo, se lleva a la verdad mediante la fe. 4Esta fe abarca a todo aquel que esté invo­lucrado en la situación, pues sólo de esta manera se percibe la situación como significativa y como un todo. 5todo el mundo tiene que estar involucrado, pues, de lo contrario, ello implicaría que tu fe es limitada y que tu dedicación no es total.

2. Toda situación que se perciba correctamente se convierte en una oportunidad para sanar al Hijo de Dios. 2éste se cura porque tú tuviste fe en él, al entregárselo al Espíritu Santo y liberarlo de cualquier exigencia que tu ego hubiese querido imponerle. 3Ves, por consiguiente, que es libre, y el Espíritu Santo comparte esa visión contigo. 4puesto que la comparte, la ha dado, y así, Él cura a través de ti. 5Unirse a Él en un propósito unificado es lo que hace que ese propósito sea real, porque tú lo completas. 6esto es curación. 7El cuerpo se cura porque viniste sin él y te uniste a la Mente en la que reside toda curación.

3. El cuerpo no puede curarse porque no puede causarse enfer­medades a sí mismo. 2No tiene necesidad de que se le cure. 3El que goce de buena salud o esté enfermo depende enteramente de la forma en que la mente lo percibe y del propósito para el que quiera usarlo. 4Es obvio que un segmento de la mente puede verse a sí mismo separado del Propósito Universal. 5Cuando esto ocurre, el cuerpo se convierte en su arma, que usa contra ese Propósito para demostrar el "hecho" de que la separación ha tenido lugar. 6De este modo, el cuerpo se convierte en el instru­mento de lo ilusorio, actuando en conformidad con ello: viendo lo que no está ahí, oyendo lo que la verdad nunca dijo y compor­tándose de forma demente, al estar aprisionado por la demencia. 

4. No pases por alto nuestra afirmación anterior de que la falta de fe conduce directamente a las ilusiones. 2Pues percibir a un hermano como si fuese un cuerpo es falta de fe, y el cuerpo no puede ser usado para alcanzar la unión. 3Si ves a tu hermano como un cuerpo, habrás dado lugar a una condición en la que unirse a él es imposible. 4Tu falta de fe en él te ha separado de él y ha impedido vuestra curación. 5De este modo, tu falta de fe se ha opuesto al propósito del Espíritu Santo y ha dado lugar a que se interpongan entre vosotros ilusiones centradas en el cuerpo. 6Y el cuerpo parecerá estar enfermo, pues lo habrás convertido en un "enemigo" de la curación y en lo opuesto a la verdad.

5. No puede ser difícil darse cuenta de que la fe tiene que ser lo opuesto a la falta de fe. 2Mas la diferencia en cómo ambas operan no es tan obvia, aunque se deriva directamente de la diferencia fundamental que existe entre ellas. 3La falta de fe siempre limita y ataca; la fe desvanece toda limitación y brinda plenitud. 4La falta de fe siempre destruye y separa; la fe siempre une y sana. 5La falta de fe interpone ilusiones entre el Hijo de Dios y su Crea­dor; la fe elimina todos los obstáculos que parecen interponerse entre ellos. 6La falta de fe está totalmente dedicada a las ilusiones; la fe, totalmente a la verdad. 7Una dedicación parcial es imposi­ble. 8La verdad es la ausencia de ilusiones, las ilusiones, la ausen­cia de la verdad. 9Ambas no pueden coexistir ni percibirse en el mismo lugar. 10Dedicarte a ambas es establecer un objetivo por siempre inalcanzable, pues parte de él se intenta alcanzar a través del cuerpo, al que se considera el medio por el que se procura encontrar la realidad mediante el ataque. 11La otra parte quiere sanar y, por lo tanto, apela a la mente y no al cuerpo.

6. La transigencia que inevitablemente se hace es creer que el cuerpo, y no la mente, es el que tiene que ser curado. 2Pues este objetivo dividido ha otorgado la misma realidad a ambos, lo cual sería posible sólo si la mente estuviese limitada al cuerpo y divi­dida en pequeñas partes que aparentan ser íntegras, pero que no están conectadas entre sí. 3Esto no le hará daño al cuerpo, pero mantendrá intacto en la mente el sistema de pensamiento ilusorio. 4La mente, pues, es la que tiene necesidad de curación. 5en ella es donde se encuentra. 6Pues Dios no concedió la curación como algo aparte de la enfermedad, ni estableció el remedio donde la enfermedad no puede estar. 7La enfermedad y el remedio se encuentran en el mismo lugar, y cuando se ven uno al lado del otro, reconoces que todo intento de mantener a la verdad y a la ilusión en la mente, donde ambas necesariamente están, es estar dedicado a las ilusiones. aMas cuando éstas se llevan ante la ver­dad y se ve que desde cualquier punto de vista son completa­mente irreconciliables con ella, se abandonan.



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