DESPERTAR AL AMOR

lunes, 11 de septiembre de 2017

11 SEPTIEMBRE: Que se acalle en mí toda voz que no sea la de Dios.

AUDIOLIBRO




EJERCICIOS

LECCIÓN 254


Que se acalle en mí toda voz que no sea la de Dios.


1. Padre, hoy quiero oír sólo Tu Voz. 2Vengo a Ti en el más profundo de los silencios para oír Tu Voz y recibir Tu Palabra. 3No tengo otra ora­ción que ésta: que me des la verdad. 4Y la verdad no es sino Tu Volun­tad, que hoy quiero compartir Contigo.


2. Hoy no dejaremos que los pensamientos del ego dirijan nues­tras palabras o acciones. 2Cuando se presenten, simplemente los observaremos con calma y luego los descartaremos. 3No desea­mos las consecuencias que nos acarrearían. 4Por lo tanto, no ele­gimos conservarlos. 5Ahora se han acallado. 6Y en esa quietud, santificada por Su Amor, Dios se comunica con nosotros y nos habla de nuestra voluntad, pues hemos decidido recordarle.



Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Silencio. Silencio interior así como silencio exterior es algo a lo que la mayoría de nosotros no estamos acostumbrados. Cuando vivía en New Jersey, una de las cosas de las que solía darme cuenta cuando visitaba una zona del campo era el silencio, especialmente por la mañana al amanecer. No me daba cuenta de lo continuo que era el ruido donde yo vivía hasta que me alejaba de allí. Camiones que pasaban por una autopista cercana, perros que ladraban, la televisión que sonaba, cajas que retumbaban, sirenas. Incluso el zumbido constante del aire acondicionado o de los frigoríficos. Solía tener la televisión o la radio o el equipo de música enchufado casi todo el tiempo.

Todavía más difícil de desconectar es el parloteo interior constante de nuestra mente.

El Curso continuamente nos pide la práctica del silencio: “Vengo a Ti en el más profundo de los silencios” (1:2). El silencio mental es una costumbre que se consigue, necesita un montón de práctica, al menos en mi propia experiencia. Incluso cuando medito, mi tendencia es a usar palabras: quizá repetir el pensamiento de una lección, o una instrucción mental para mí mismo como “Aspira amor, espira perdón”. Mi mente quiere enzarzarse en un continuo comentario sobre mi meditación “silenciosa”. Sin embargo, últimamente empiezo con una sencilla instrucción a mí mismo como “Ahora voy a aquietarme” o “Que mi mente esté en paz. Que todos mis pensamientos se aquieten”. Y luego me siento durante quince minutos intentando estar quieto y silencioso.

La lección dice que en el silencio podemos oír la Voz de Dios y recibir Su Palabra. Si rara vez parece que recibo algo concreto, se debe a que mis intentos de silencio no tienen mucho éxito. Pero estoy practicando.

La lección tiene algunas instrucciones concretas que me parecen referirse a la pregunta: ¿Qué hago con los pensamientos que vienen cuando estoy meditando? Las instrucciones son muy sencillas: “simplemente los observaremos con calma y luego los descartaremos” (2:2). Mentalmente “descartar” mis pensamientos, y luego sigo manteniendo mi atención en el silencio. Estoy observando mis pensamientos en lugar de meterme en ellos. Esta práctica de separarnos a nosotros mismos de nuestro ego es una práctica importantísima. Los pensamientos vienen. En lugar de identificarnos con ellos y enredarnos con ellos, me distancio simplemente. Reconozco que:

No deseo las consecuencias que me acarrearían. Por lo tanto, no elijo conservarlos. (2:3-4)

“Ahora se han acallado” (2:5). Cuando te separas de los pensamientos, sin condenarlos ni aprobarlos, simplemente observándolos como que no tienen ninguna consecuencia, empiezan a acallarse de verdad. Descubro que realmente estoy a cargo de mi mente (¿quién más iba a estarlo?). Cuando los pensamientos empiezan a acallarse, “en esa quietud, santificada por Su Amor, Dios se comunica con nosotros y nos habla de nuestra voluntad, pues hemos decidido recordarle” (2:6).

Una cosa más. Cuando empezamos a aprender esta práctica del silencio, empieza a extenderse a toda nuestra vida durante el día. Descubrimos que, en la angustia de una situación molesta, podemos “separarnos” de los pensamientos de nuestra mente que nos impulsan a reaccionar, observar la reacción, y elegir con Su ayuda abandonarlos. Durante el día nos acompaña el lugar de silencio y quietud que hemos encontrado en nuestros momentos de quietud. “Este tranquilo centro, en el que no haces nada, permanecerá contigo, brindándote descanso en medio del ajetreo de cualquier actividad a la que se te envíe” (T.18.VII.8:3).

¿Qué es el pecado? (Parte 4)

L.pII.4.2:4-7

Cuando cambiamos el objetivo de nuestra lucha, y establecemos un nuevo objetivo para nuestro cuerpo y sus sentidos, empiezan a “servir a un objetivo diferente” (2:4). El objetivo ahora es la santidad en lugar del pecado, el perdón en lugar de la culpa. A través del cuerpo y de sus sentidos, nuestra mente ha estado intentando engañarse a sí misma (2:5, 2:1). Nuestra mente ha estado intentando hacer que las ilusiones de separación fueran reales. Ahora nuestro objetivo es volver a descubrir la verdad. Cuando nuestra meta elige un nuevo objetivo, el cuerpo lo sigue. El cuerpo sirve a la mente, y no al contrario (T.31.III.4). El cuerpo siempre hace lo que la mente le ordena. Así que cuando conscientemente elegimos un nuevo objetivo, el cuerpo empieza a servir a ese objetivo (T.31.III.6:2-3).

“Los sentidos buscarán lo que da fe de la verdad” (2:7). Dicho sencillamente, empezaremos a ver las cosas de manera diferente. El Texto explica con detalle cómo sucede esto (ver T. 11.VIII .9-14, o T.19.IV (A).10-11). Empezamos a buscar los pensamientos amorosos de nuestros hermanos en lugar de sus pecados. Estamos buscando conocer su realidad (que es el Cristo) en lugar de intentar descubrir su culpa. Pasamos por alto su ego, su “percepción variable” de sí mismos (T.11.VIII.11:1), y sus ofensas. Pedimos al Espíritu Santo que nos ayude a ver su realidad, y Él nos la muestra. “Cuando lo único que desees sea amor, no verás nada más” (T.12.VII.8:1).

Lo que vemos depende de lo que elegimos buscar en nuestra mente. Elige sólo amor, y el cuerpo se convertirá en el instrumento de una nueva percepción.





TEXTO



VII. La última pregunta que queda por contestar



1. ¿No te das cuenta de que todo tu sufrimiento procede de la extraña creencia de que eres impotente? 2Ser impotente es el pre­cio del pecado. 3La impotencia es la condición que impone el pecado, el requisito que exige para que se pueda creer en él. 4Sólo los impotentes podrían creer en el pecado. 5La enormidad no tiene atractivo, excepto para los insignificantes. 6sólo los que primero creen ser insignificantes podrían sentirse atraídos por ella. 7Traicionar al Hijo de Dios es la defensa de los que no se identifican con él. 8Y tú, o estás de su parte o contra él, o lo amas lo atacas, o proteges su unidad o lo consideras fragmentado y destruido como consecuencia de tu ataque.

2. Nadie, cree que el Hijo de Dios sea impotente. 2Y aquellos que se ven a sí mismos como impotentes deben creer que no son el Hijo de Dios. 3¿Qué podrían ser, entonces, sino su enemigo? 4¿Y qué podrían hacer sino envidiarle su poder, y, como consecuencia de su envidia, volverse temerosos de dicho poder? 5Éstos son los siniestros, los silenciosos y atemorizados, los que se encuentran solos e incomunicados, y los que, temerosos de que el poder del Hijo de Dios los aniquile de un golpe, levantan su impotencia contra él. 6Se unen al ejército de los impotentes, para librar su guerra de venganza, amargura y rencor contra él, a fin de que él se vuelva uno con ellos. 7Y puesto que no saben que son uno con él, no saben a quién odian. 8Son en verdad un ejército lamentable, cada uno de ellos tan capaz de atacar a su hermano o volverse contra sí mismo, como de recordar que una vez todos creyeron tener una causa común.

3. Los siniestros dan la impresión de estar frenéticos, de ser voci­ferantes y fuertes. 2Mas no saben quién es su "enemigo", sino sólo que lo odian. 3El odio los ha congregado, pero ellos no se han unido entre sí. 4Pues si lo hubieran hecho no serían capaces de abrigar odio. 5El ejército de los impotentes se desbanda en presencia de la fortaleza. 6Los que son fuertes son incapaces de traicionar porque no tienen necesidad de tener sueños de poder ni de exteriorizarlos. 7¿De qué manera puede actuar un ejército en sueños? 8De cualquier manera. 9Podría vérsele atacando a cual­quiera con cualquier cosa. 10Losueños son completamente irra­cionales. 11En ellos, una flor se puede convertir en una lanza envenenada, un niño en un gigante y un ratón puede rugir como un león. 12con la misma facilidad el amor puede trocarse en odio. 13Esto no es un ejército, sino una casa de locos. 14Lo que parece ser un ataque concertado no es más que un pandemó­nium.

4. El ejército de los impotentes es en verdad débil. 2No tiene armas ni enemigo. 3Puede ciertamente invadir el mundo y buscar un enemigo. 4Pero jamás podrá encontrar lo que no existe. 5Puede ciertamente soñar que encontró un enemigo, pero éste cambia incluso mientras lo está atacando, de modo que corre de inme­diato a buscarse otro, y nunca consigue cantar victoria. 6Y a medida que corre se vuelve contra sí mismo, pensando que tuvo un pequeño atisbo del gran enemigo que siempre elude su ata­que asesino convirtiéndose en alguna otra cosa. 7¡Cuán traicionero parece ser ese enemigo, que cambia tanto que ni siquiera es posible reconocerlo!

5. El odio, no obstante, tiene que tener un blanco. 2No se puede tener fe en el pecado sin un enemigo. 3¿Quién, que crea en el pecado, podría atreverse a creer que no tiene enemigos? 4¿Podría admitir que nadie lo hizo sentirse impotente? 5La razón seguramente le diría que dejase de buscar lo que no puede ser hallado. 6Sin embargo, tiene primero que estar dispuesto a percibir un mundo donde no hay enemigos. 7No es necesario que entienda cómo sería posible que él pudiese ver un mundo así. 8Ni siquiera debería tratar de entenderlo. 9Pues  si pone su atención en lo que no puede entender, no hará sino agudizar su sensación de impo­tencia y dejar que el pecado le diga que su enemigo debe ser él mismo. 10Pero deja que se haga a sí mismo las siguientes pregun­tas con respecto a las cuales tiene que tomar una decisión, para que esto se lleve a cabo por él:

11¿Deseo un mundo en el que gobierno yo en lugar de uno que me gobierna a mí?
12¿Deseo un mundo en el que soy poderoso en lugar de uno en el que soy impotente?
13¿Deseo un mundo en el que no tengo enemigos y no puedo pecar?
14¿Y deseo ver aquello que negué porque es la verdad?     


      
6. Tal vez ya hayas contestado las tres primeras preguntas, pero todavía no has contestado la última. 2Pues ésta aún parece temi­ble y distinta de las demás. 3Mas la razón te aseguraría que todas ellas son la misma. 4Dijimos que en este año se haría hincapié en la igualdad de las cosas que son iguales. 5Esta última pregunta, que es en verdad la última acerca de la cual tienes que tomar una decisión, todavía parece encerrar una amenaza para ti que las otras ya no poseen. 6Y esta diferencia imaginaria da testimonio de tu creencia de que a lo mejor la verdad es el enemigo con el que aún te puedes encontrar. 7En esto parece residir, pues, la última esperanza de encontrar pecado y de no aceptar el poder.

7. No olvides que la elección entre el pecado y la verdad, o la impotencia y el poder, es la elección entre atacar y curar. 2Pues la curación emana del poder, y el ataque, de la impotencia. 3Es imposible que quieras curar a quien atacas. 4Y el que deseas que sane tiene que ser aquel que decidiste que estuviese salvo del ataque. 5¿Y qué otra cosa podría ser esta decisión, sino la elección entre verle a través de los ojos del cuerpo, o bien permitir que te sea revelado a través de la visión? 6La manera en que esta deci­sión da lugar a sus efectos no es tu problema. 7Pero tú decides lo que quieres ver. 8Éste es un curso acerca de causas, no de efectos. 

8. Considera detenidamente qué respuesta vas a dar a esa última pregunta que todavía no has contestado. 2Y deja que la razón te diga que debe ser contestada, y que su contestación reside en las otras tres. 3Te resultará evidente entonces que cuando observes los efectos del pecado en cualquiera de sus formas, lo único que nece­sitarás hacer es simplemente preguntarte a ti mismo lo siguiente:

4¿ Es esto lo que quiero ver? 5 ¿Es esto lo que deseo?

9. Ésta es tu única decisión, la base de lo que ocurre. No tiene nada que ver con la manera en que ocurre, pero sí con el por qué. 3Pues sobre esto tienes control. 4si eliges ver un mundo donde no tienes enemigos y donde no eres impotente, se te proveerán los medios para que lo veas.

10. ¿Por qué es tan importante esta última pregunta? 2La razón te dirá por qué. 3Es igual a las otras tres, salvo en lo que respecta al tiempo. 4Las otras son decisiones que puedes tomar, volverte atrás y luego volverlas a tomar. 5Pero la verdad es constante e implica un estado en el que las vacilaciones son imposibles. 6Puedes desear un mundo en el que tú gobiernas y no uno que te gobierna a ti, y luego cambiar de parecer. 7Puedes desear inter­cambiar tu impotencia por poder, y luego perder ese deseo cuando un ligero destello de pecado te atrae. 8Y puedes desear ver un mundo incapaz de pecar, y, sin embargo, permitir que un "enemigo" te tiente a usar los ojos del cuerpo y a cambiar de parecer.

11. El contenido de todas esas preguntas es el mismo. 2Pues cada una de ellas te pregunta si estás dispuesto a intercambiar el mundo del pecado por lo que el Espíritu Santo ve, puesto que es esto lo que el mundo del pecado niega. 3Los que ven el pecado, por lo tanto, están viendo la negación del mundo real. 4Sin embargo, la última pregunta suma a tu anhelo de querer ver el mundo real el deseo de permanencia, de tal forma que ese deseo se convierta en  el único que tengas. 5Si contestas esta última pregunta con un "sí", añades sinceridad a las decisiones que ya has tomado con respecto a las demás. 6Pues sólo entonces habrás renunciado a la opción de poder cambiar de parecer nueva­mente. 7Cuando eso deje de interesarte, las Otras preguntas quedarán perfectamente contestadas. 

12. ¿Por qué crees que no estás seguro de que las otras preguntas hayan sido contestadas? 2¿Sería acaso necesario plantearlas con tanta frecuencia si ya se hubiesen contestado? 3Hasta que no se haya tomado la decisión final, la respuesta será a la vez un "sí" y un "no". 4Pues has contestado     sin darte cuenta de que "sí' tiene que significar "que no has dicho no". 5Nadie decide en con­tra de su propia felicidad, pero puede hacerlo si no se da cuenta de que eso es lo que está haciendo. 6si él ve su felicidad como algo que cambia constantemente, es decir, ahora es esto, luego otra cosa, y más tarde una sombra elusiva que no está vinculada a nada, no podrá sino decidir en contra de ella.

13. La felicidad elusiva, la que cambia de forma según el tiempo o el lugar, es una ilusión que no significa nada. 2La felicidad tiene que ser constante porque se alcanza mediante el abandono del deseo de lo que no es constante: 3La dicha no se puede percibir excepto a través de una visión constante. 4Y la visión constante sólo se les concede a aquellos que desean la constancia. 5El poder del deseo del Hijo de Dios sigue siendo la prueba de que todo aquel que se considera a sí mismo impotente está equivocado. 6Desea lo que quieres, y eso será lo que contemplarás y creerás que es real. 7No hay un solo pensamiento que esté desprovisto del poder de liberar o de matar. 8Ni ninguno que pueda abando­nar la mente del pensador, o dejar de tener efectos sobre él.

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