DESPERTAR AL AMOR

martes, 12 de septiembre de 2017

12 SEPTIEMBRE: Elijo pasar este día en perfecta paz.

AUDIOLIBRO


EJERCICIOS

LECCIÓN 255

Elijo pasar este día en perfecta paz.


1. No me parece que pueda elegir experimentar únicamente paz hoy. 2Sin embargo, mi Dios me asegura que Su Hijo es como Él. 3Que pueda hoy tener fe en Aquel que afirma que soy el Hijo de Dios. 4Y que la paz que hoy elijo experimentar dé fe de la verdad de Sus Palabras. 5El Hijo de Dios no puede sino estar libre de preocupaciones y morar eternamente en la paz del Cielo. 6En Nombre Suyo, consagro este día a encontrar lo que la Voluntad de mi Padre ha dispuesto para mí, a aceptarlo como propio y a concedérselo a todos Sus Hijos, incluido yo.

2. Así es como deseo pasar este día Contigo, Padre mío. 2Tu Hijo no Te ha olvidado. 3 La paz que le otorgaste sigue estando en su mente, y es ahí donde elijo pasar este día.




Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

La paz no parece ser una cuestión de elección: “No me parece que pueda elegir experimentar únicamente paz hoy” (1:1). Nuestro ego quiere hacernos creer que cosas externas a nuestra mente nos pueden quitar la paz o nos pueden dar la paz. No es así.

Si soy el Hijo de Dios y, por lo tanto, como Él Mismo, tengo el poder de decidir, el poder de elegir la paz. Dios dice que es así, voy a tener fe en Él, y voy a actuar de acuerdo a esa fe. ¡Voy a intentarlo! Voy a elegir pasar este día en perfecta paz. Cuanto más me decido a “consagrar este día a encontrar lo que la Voluntad de mi Padre ha dispuesto para mí”, que es la paz del Cielo, y “la acepto como propia” (1:6), más siento esa paz. Probablemente también encontraré un montón de cosas que surgen intentando alterar esa paz. Pero puedo responder a esas cosas diciendo: “Elijo la paz en lugar de esto” o “Esto no puede quitarme la paz que mi Padre me ha dado”. Cuando lo hago, la paz que elijo y que siento “dará fe de la verdad de Sus Palabras” (1:4).

Recuerda: tu estado mental no es perfecto, tampoco se espera que lo sea. Te estás entrenando, éste es un curso en entrenamiento mental. Cuando practico acordes de guitarra, especialmente los nuevos, al principio poner los dedos en la posición correcta necesita mucha concentración y esfuerzo. Tengo que romper el ritmo de la canción, voy más despacio para poner los dedos de la manera adecuada. No espero hacerlo bien todas las veces. Equivocarme y corregir mis fallos es parte del entrenamiento. Finalmente, con el tiempo, mis dedos empiezan a acostumbrarse, van cada vez con más frecuencia al lugar correcto para hacer sonar el acorde sin zumbidos ni notas muertas. Eso es lo que estamos haciendo con estas lecciones: practicar el hábito de la paz.

Nuestro propósito hoy es pasar el día con Dios (2:1). Nosotros, Su Hijo, no Le hemos olvidado, y nuestra práctica da fe de ello. La paz de Dios está en nuestra mente, donde Él la puso. Podemos encontrarla, podemos elegir pasar nuestro día ahí, en paz, con Él. Podemos hacerlo, Dios nos asegura que podemos. Así pues, vamos a practicarlo. Vamos a empezar. Vamos a aceptar Su paz como propia, y a dársela a todos los Hijos de nuestro Padre, incluidos nosotros (1:6).

¿Qué es el pecado? (Parte 5)

L.pII.4.3:1-2

Nuestras ilusiones proceden, o surgen, de nuestros pensamientos falsos. Las ilusiones no son realmente “cosas” en absoluto, son símbolos que representan a cosas imaginadas (3:1). Son como un espejismo, una imagen de algo que no está ahí en absoluto. Nuestros pensamientos de carencia (de que nos falta algo), nuestros sentimientos de poca valía, nuestra culpa y miedo, la apariencia del mundo que nos ataca, incluso nuestros mismos cuerpos, son todos ellos ilusiones, espejismos, símbolos que no representan nada.

“El pecado es la morada de las ilusiones” (3:1). La idea de nuestra podredumbre interior, nuestra naturaleza torcida, alberga la misma ilusión. El pensamiento de pecado y culpa inventa un entorno que apoya y alimenta cada ilusión. Lo que necesita cambiarse es ese pensamiento de la mente. Elimina el pensamiento de pecado y nuestras ilusiones no tienen dónde vivir. Simplemente se convierten en polvo.

Estas ilusiones, que surgen de pensamientos falsos y que hacen del “pecado” su hogar, son “la "prueba" de que lo que no es real lo es” (3:2). Por ejemplo, nuestro cuerpo parece demostrarnos que la enfermedad y la muerte son reales. Nuestros sentidos parecen demostrar que el dolor es real. Nuestros ojos y oídos ven toda clase de pruebas de culpa, de la realidad de la pérdida, y de la debilidad del amor. El mundo parece demostrarnos que Dios no existe o que está enfadado con nosotros. Estas cosas que nuestras ilusiones parecen demostrar no existen en absoluto y, sin embargo, nos parecen reales. Todo esto reside en nuestra creencia en el pecado, y sin esa creencia, desaparecerían.




TEXTO

VIII. El cambio interno

 

1. ¿Son, entonces, peligrosos los pensamientos? 2¡Para los cuerpos sí! 3Los pensamientos que parecen destruir son aquellos que le enseñan al pensador que él puede ser destruido. 4Y así, "muere" por razón de lo que aprendió. 5Pasa de la vida a la muerte, la prueba final de que valoró lo efímero más que lo constante. 6Segu­ramente creyó que quería la felicidad. 7Mas no la deseó porque la felicidad es la verdad, y, por lo tanto, tiene que ser constante.

2. Una dicha constante es una condición completamente ajena a tu entendimiento. 2No obstante, si pudieses imaginarte cómo sería eso, lo desearías aunque no lo entendieses. 3En esa condición de constante dicha no hay excepciones ni cambios de ninguna clase. 4Es tan inquebrantable como lo es el Amor de Dios por Su crea­ción. 5Al estar tan segura de su visión como su Creador lo está de lo que Él sabe, la felicidad contempla todo y ve que todo es uno. 6No ve lo efímero, pues desea que todo sea como ella misma, y así lo ve. 7Nada tiene el poder de alterar su constancia porque su propio deseo no puede ser conmovido. 8Les llega a aquellos que comprenden que la última pregunta es necesaria para que las demás queden contestadas, del mismo modo en que la paz tiene que llegarles a quienes eligen curar y no juzgar.

3. La razón te dirá que no puedes pedir felicidad de una manera inconsistente. 2Pues si lo que deseas se te concede, y la felicidad es constante, entonces no necesitas pedirla más que una sola vez para gozar de ella eternamente. 3si siendo lo que es no gozas de ella siempre, es que no la pediste. 4Pues nadie deja de pedir lo que desea a lo que cree que tiene la capacidad de concedérselo. 5Tal vez esté equivocado con respecto a lo que pide, dónde lo pide y a qué se lo pide. 6No obstante, pedirá porque desear algo es una solicitud, una petición, hecha por alguien a quien Dios Mismo nunca dejaría de responder. 7Dios ya le ha dado todo lo que él realmente quiere. 8Mas aquello de lo que no está seguro, Dios no se lo puede dar. 9Pues mientras siga estando inseguro es que no lo desea realmente, y la dación de Dios no podría ser completa a menos que se reciba.

4. Tú que completas la Voluntad de Dios y que eres Su felicidad; tú cuya voluntad es tan poderosa como la Suya, la cual es un poder que no puedes perder ni en tus ilusiones, piensa detenida­mente por qué razón no has decidido todavía cómo vas a contes­tar la última pregunta. 2Tu respuesta a las otras te ha ayudado a estar parcialmente cuerdo. 3Es la última, no obstante, la que real­mente pregunta si estás dispuesto a estar completamente cuerdo. 

5. ¿Qué es el instante santo, sino el llamamiento de Dios a que reconozcas lo que Él te ha dado? 2He aquí el gran llamamiento a la razón, a la conciencia de lo que siempre está ahí a la vista, a la felicidad que podría ser siempre tuya. 3He aquí la paz constante que podrías experimentar siempre. 4He aquí revelado ante ti lo que la negación ha negado. 5Pues aquí la última pregunta ya está contestada, y lo que pides, concedido. 6Aquí el futuro es ahora, pues el tiempo es impotente ante tu deseo de lo que nunca ha de cambiar. 7Pues has pedido que nada se interponga entre la santi­dad de tu relación y tu conciencia de esa santidad.      



Capítulo 22


LA SALVACIÓN Y LA RELACIÓN SANTA



Introducción


1. Ten piedad de ti mismo, tú que por tanto tiempo has estado esclavizado. 2Regocíjate de que los que Dios ha unido se han jun­tado y ya no tienen necesidad de seguir contemplando el pecado por separado. 3No es posible que dos individuos puedan contem­plar el pecado juntos, pues nunca podrían verlo en el mismo sitio o al mismo tiempo. 4El pecado es una percepción estrictamente personal, que se ve en el otro, pero que cada uno cree que está dentro de sí mismo. 5Y cada uno parece cometer un error dife­rente, que el otro no puede comprender. 6Hermano, se trata del mismo error, cometido por lo que es lo mismo, y perdonado por su hacedor de igual manera. 7La santidad de tu relación os per­dona a ti y a tu hermano, y cancela los efectos de lo que ambos creísteis y visteis. 8Y al desaparecer dichos efectos, desaparece también la necesidad del pecado.

2. ¿Quién tiene necesidad del pecado? 2Únicamente los que deambulan por su cuenta y en soledad, creyendo que sus herma­nos son diferentes de ellos. 3Es esta diferencia, que aunque es visible no es real, lo que hace que el pecado, que si bien no es real es visible, parezca estar justificado. 4Todo esto sería real si el pecado lo fuese. 5Pues una relación no santa se basa en diferen­cias y en que cada uno piense que el otro tiene lo que a él le falta. 6Se juntan, cada uno con el propósito de completarse a sí mismo robando al otro. 7Siguen juntos hasta que piensan que ya no queda nada más por robar, y luego se separan. 8Y así, vagan por un mundo de extraños, distintos de ellos, viviendo tal vez con los cuerpos de esos extraños bajo un mismo techo que a ninguno de ellos da cobijo; en la misma habitación y, sin embargo, a todo un mundo de distancia.

3. La relación santa parte de una premisa diferente. 2Cada uno ha mirado dentro de sí y no ha visto ninguna insuficiencia. 3Al acep­tar su compleción, desea extenderla uniéndose a otro, tan pleno como él. 4No ve diferencias entre su ser y el ser del otro, pues las diferencias sólo se dan a nivel del cuerpo. 5Por lo tanto, no ve nada de lo que quisiera apropiarse. 6No niega su propia realidad porque ésta es la verdad. 7Él se encuentra justo debajo del Cielo, pero lo bastante cerca como para no tener que retornar la tierra. 8Pues esta relación goza de la santidad del Cielo. 9¿Cuán lejos del hogar puede estar una relación tan semejante al Cielo?

4. ¡Piensa en lo que una relación santa te podría enseñar! 2En ella desaparece la creencia en diferencias. 3En ella la fe en las diferen­cias se convierte en fe en la igualdad. 4Y en ella la percepción de diferencias se transforma en visión. 5La razón puede ahora llevaros a ti y a tu hermano a la conclusión lógica de vuestra unión. 6Ésta se tiene que extender, de la misma forma en que vosotros os extendisteis al uniros. 7La unión tiene que extenderse más allá de sí misma, tal como vosotros os extendisteis más allá del cuerpo para hacer posible vuestra unión. 8Y ahora la igualdad que visteis se extiende y elimina finalmente cualquier sensación de diferen­cia, de modo que la igualdad que yace bajo todas las diferencias se hace evidente. 9Éste es el círculo áureo en el que reconocéis al Hijo de Dios. 10Pues lo que nace en una relación santa es impere­cedero.



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