DESPERTAR AL AMOR

viernes, 22 de septiembre de 2017

22 SEPTIEMBRE: Lo único que veo es la mansedumbre de la creación.

AUDIOLIBRO



EJERCICIOS


LECCIÓN 265


Lo único que veo es la mansedumbre de la creación.


1. Ciertamente no he comprendido el mundo, ya que proyecté sobre él mis pecados y luego me vi siendo el objeto de su mirada: 2¡Qué feroces parecían! 3¡Y cuán equivocado estaba al pensar que aquello que temía se encontraba en el mundo en vez de en mi propia mente! 4Hoy veo el mundo en la mansedumbre celestial con la que refulge la creación. 5En él no hay miedo. 6No permitas que ninguno de mis aparentes pecados nuble la luz celestial que refulge sobre el mundo. 7Lo que en él se refleja se encuentra en la Mente de Dios. 8Las imágenes que veo son un reflejo de mis pen­samientos. 9Pero mi mente es una con la de Dios. 10Por lo tanto, puedo percibir la mansedumbre de la creación.


2. En la quietud quiero contemplar el mundo, el cual refleja únicamente Tus Pensamientos, así como los míos. 2Concédaseme recordar que son lo mismo, y veré la mansedumbre de la creación.





Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Esta lección afirma muy claramente cómo aparentemente el mundo viene a atacarnos:

Ciertamente no he comprendido el mundo, ya que proyecté sobre él mis pecados y luego me vi siendo el objeto de su mirada: ¡Qué feroces parecían! ¡Y cuán equivocado estaba al pensar que aquello que temía se encontraba en el mundo en vez de en mi propia mente! (1:1-3)

Me siento culpable por algo en mí. Proyecto esa culpa fuera, pongo mis pecados sobre el mundo y luego lo veo devolviéndome esa misma mirada. “La proyección da lugar a la percepción” (T.21.In.1:1). Hay más de un sitio donde el Curso dice que nunca veo los pecados de otro sino los míos (por ejemplo, T.31.III.1:5). El mundo que veo es el reflejo externo de un estado interno (T.21.In.1:5). La Canción de la Oración dice:

Es imposible perdonar a otro, pues son únicamente tus pecados los que ves en él. Quieres verlos allí y no en ti. Es por eso que el perdón a otro es una ilusión. Sin embargo, es el único sueño feliz en todo el mundo, el único que no conduce a la muerte. Únicamente en otro puedes perdonarte a ti mismo, pues le has declarado culpable de tus pecados, y en él debe buscarse ahora tu inocencia. ¿Quiénes sino los pecadores necesitan ser perdonados? Y nunca pienses que puedes ver pecado en nadie excepto en ti mismo. (Canción 2.I.4:2-8)

“Nunca pienses que puedes ver pecado en otro, sino en ti mismo”. ¡Ah! ¡Qué afirmación más poderosa! “Son sólo tus propios pecados lo que ves en él”. Muchas personas, y yo también, tenemos problemas con esta idea. Verdaderamente pienso que nuestro ego lucha contra esto, y usa cualquier medio a su alcance para no aceptarlo.

Ante frases como ésta, una reacción frecuente es: “¡Imposible! Nunca he pegado a mi esposa. Nunca he matado o violado o traicionado como ha hecho él”. Donde creo que nos equivocamos es al mirar a las acciones concretas y decir: “Ellos hacen eso. Yo no”, pensando que hemos demostrado que el pecado que vemos no es el nuestro.

La acción no es el pecado. La culpa sí. La idea es más extensa que las acciones concretas. La idea de ataque es ésta: “Es el juicio que una mente hace contra otra de que es indigna de amor y merecedora de castigo” (T.13.In.1:2). La acción de la persona que estamos juzgando no es importante; estamos viendo a otra persona como “indigna de amor y merecedora de castigo” porque primero nos hemos visto a nosotros mismos de esa manera. Sentimos que somos indignos, no nos gusta ese sentimiento, y lo proyectamos sobre otros. Encontramos determinadas acciones que asociamos con ser indignas y que nosotros no cometemos (aunque a veces están en nosotros, sólo que reprimidas o enterradas), ¡ésta es la manera exacta en que intentamos deshacernos de la culpa!

La proyección y la disociación (separación de ello) continúan en nuestra propia mente así como afuera. Cuando me condeno a mí mismo por, digamos, comer en exceso, y pienso que me siento culpable por comer en exceso, estoy haciendo lo mismo que cuando condeno a un hermano por mentir o por cualquier otra cosa. En unos casos pongo la culpa fuera de mí; en otros casos la pongo en una parte oscura de mí que rechazo. “No sé por qué hago eso, yo sé hacer cosas mejores”.

Cuando me siento culpable, estoy rechazando una parte de mi propia mente. Hay una parte de mí que siente la necesidad de comer en exceso, o de enfadarme con mi madre, o de fastidiar mi profesión, o de abusar de mi cuerpo con alguna droga. Hago estas cosas porque me siento culpable y pienso que merezco castigo. La culpa básica no viene de estas cosas insignificantes, sino de mi profunda creencia de que realmente he conseguido separarme de Dios, de que he hecho de mí mismo algo diferente a la creación de Dios, de que soy mi propio creador. Y puesto que Dios es bueno, yo debo ser malo. Pensamos que el mal está en nosotros, que somos el mal. No podemos soportar esa idea, y por eso apartamos una parte de nuestra mente y de nuestro comportamiento y ponemos la culpa a sus pies.

El mismo proceso funciona cuando veo pecado en un hermano. Pero desde el punto de vista del ego, ver culpa en otro es mucho más atrayente y funciona mejor para esconder la culpa que quiere que conservemos; aleja completamente la culpa de mi vista. En realidad mi hermano es una parte de mi mente tanto como la parte oscura forma parte de mi mente. Todo el mundo es mi mente, mi mente es todo lo que existe.

¡Y cuán equivocado estaba al pensar que aquello que temía se encontraba en el mundo en vez de en mi propia mente! (1:3)

(En su propia identificación con el ego) siempre percibe este mundo como algo externo a él, pues esto es crucial para su propia adaptación. No se da cuenta de que él es el autor de este mundo, pues fuera de sí mismo no existe ningún mundo. (T.12.III.6:6-7)

Quítate las mantas de encima y hazle frente a lo que te da miedo. (T.12.II.5:2)

Necesitamos mirar a aquello que nos da miedo y darnos cuenta de que todo ello está en nuestra propia mente. Finalmente, cuando nos damos cuenta de la verdad de todo esto, podremos hacer algo para solucionarlo. Hasta entonces somos víctimas indefensas.

Vemos pecado en otros porque creemos que necesitamos ver pecado en otros para no verlo en nosotros mismos. Creemos en la idea de que algunas personas no son dignas de amor y que merecen castigo. Dentro de nosotros sabemos que nosotros mismos somos uno de los que condenamos, pero el ego nos dice que si podemos ver la culpa en otros de fuera, verlos como peores que nosotros, podemos escaparnos del juicio. Por eso proyectamos la culpa.

Lo que esta lección dice es que si le quitamos al mundo la mancha de nuestra propia culpa, veremos su “mansedumbre celestial” (1:4). Si puedo recordar que mis pensamientos y los de Dios son lo mismo, no veré pecado en el mundo porque no lo veo en mí mismo.

Por lo tanto, el mundo a nuestro alrededor nos ofrece miles de oportunidades de perdonarnos a nosotros mismos. “Únicamente en otro puedes perdonarte a ti mismo, pues le has declarado culpable de tus pecados, y en él debe buscarse ahora tu inocencia” (Canción 2.I.4:6). Cuando alguien aparece en nuestra vida como pecador, tenemos una oportunidad de perdonarnos a nosotros en él. Tenemos una oportunidad de abandonar la idea fija de que lo que esa persona ha hecho le hace culpable de un pecado. Tenemos la oportunidad de dejar a un lado sus acciones perjudiciales y ver la inocencia que sigue estando en él. Dejamos a un lado nuestro juicio condicionado y permitimos que el Espíritu Santo nos muestre algo diferente.

Parece que estamos trabajando en perdonar a otra persona. En realidad siempre nos estamos perdonando a nosotros mismos. Cuando descubrimos la inocencia en esa otra persona, de repente estamos más seguros de nuestra propia inocencia. Cuando vemos lo que han hecho como una petición de amor, podemos igualmente ver nuestra propia conducta equivocada como una petición de amor. Descubrimos una inocencia compartida, una inocencia total y completa, sin que haya cambiado desde que Dios nos creó.


¿Qué es el cuerpo? (Parte 5)

L.pII.5.3:1-3

El cuerpo es un sueño. (3:1)

Este melodrama de atacar y ser atacado, de vencedor y presa, de asesino y víctima, es un sueño en el que el cuerpo juega el papel principal. Piensa en lo que supone que mi cuerpo es un sueño. En un sueño todo parece completamente real. He tenido sueños terribles y aterradores acerca de mi cuerpo. Una vez soñé que mis dientes se estaban deshaciendo y cayéndose. Pero cuando me desperté, nada de eso estaba sucediendo. Estaba todo en mi mente mientras dormía.

Al decir que el cuerpo es “un sueño”, el Curso está diciendo que lo que le sucede a nuestro cuerpo aquí en realidad no está sucediendo, no es una cosa real. Realmente no estamos aquí como creemos, estamos soñando que estamos aquí. Mi hijo, que trabaja con ordenadores en el terreno de la realidad virtual, fue conectado a un robot a través de un ordenador, viendo a través de los ojos del robot y sintiendo a través de sus manos.

Tuvo la extraña sensación de sentirse a sí mismo al otro lado del laboratorio del ordenador, mientras que su cuerpo estaba en este lado, incluso miró a lo largo del laboratorio y “vio” su propio cuerpo llevando el casco de Realidad Virtual que le habían puesto. Nuestra mente se siente a sí misma como estando “aquí” en la tierra dentro, de un cuerpo; pero no está aquí. Aquí no es aquí. Todo ello está dentro de la mente.

Los sueños pueden reflejar felicidad, y luego repentinamente convertirse en miedo, la mayoría hemos sentido eso en sueños probablemente. Y lo hemos sentido en nuestras “vidas” aquí en el cuerpo. Los sueños nacen del miedo (3.2), y el cuerpo como es un sueño, ha nacido también del miedo. El amor no crea sueños, crea de verdad (3:3). Y el amor no creó el cuerpo:

El cuerpo no es el fruto del amor. Aun así, el amor no lo condena y puede emplearlo amorosamente, respetando lo que el Hijo de Dios engendró y utilizándolo para salvar al Hijo de sus propias ilusiones. (T.18.VI.4:7-8)

El cuerpo es fruto del miedo, y los sueños que son su resultado siempre terminan en miedo.

El cuerpo fue hecho por el miedo y para el miedo, sin embargo “el amor puede usarlo con ternura”. Cuando entregamos al Espíritu Santo nuestro cuerpo para Su uso, cambiamos el sueño. Pues ahora el cuerpo tiene un propósito diferente, dirigido por el amor.






TEXTO


Capítulo 23


LA GUERRA CONTRA TI MISMO



Introducción


1. ¿No te das cuenta de que lo opuesto a la flaqueza y a la debili­dad es la impecabilidad*2La inocencia es fuerza, y nada más lo es. 3Los que están libres de pecado no pueden temer, pues el pecado, de la clase que sea, implica debilidad. 4La demostración de fuerza de la que el ataque se quiere valer para encubrir la fla­queza no logra ocultarla, pues, ¿cómo se iba a poder ocultar lo que no es real? 5Nadie que tenga un enemigo es fuerte, y nadie puede atacar a menos que crea tener un enemigo. 6Creer en enemigos es, por lo tanto, creer en la debilidad, y lo que es débil no es la Volun­tad de Dios. 7Y al oponerse a ésta, es el "enemigo" de Dios. 8Y así, se teme a Dios, al considerársele una voluntad contraria.

2. ¡Qué extraña se vuelve en verdad esta guerra contra ti mismo! 2No podrás sino creer que todo aquello de lo que te vales para los fines del pecado puede herirte y convertirse en tu enemigo. 3lucharás contra ello y tratarás de debilitarlo por esa razón, y cre­yendo haberlo logrado, atacarás de nuevo. 4Es tan seguro que tendrás miedo de lo que atacas como que amarás lo que percibes libre de pecado. 5Todo aquel que recorre con inocencia el camino que el amor le muestra, camina en paz. 6Pues el amor camina a su lado, resguardándolo del miedo. 7Y lo único que ve son seres inocentes, incapaces de atacar.

3. Camina gloriosamente, con la cabeza en alto, y no temas nin­gún mal. 2Los inocentes se encuentran a salvo porque comparten su inocencia. 3No ven nada que sea nocivo, pues su conciencia de la verdad libera a todas las cosas de la ilusión de la nocividad. 4lo que parecía nocivo resplandece ahora en la inocencia de ellos, liberado del pecado y del miedo, y felizmente de vuelta en los brazos del amor. 5Los inocentes comparten la fortaleza del amor porque vieron la inocencia. 6todo error desapareció porque no lo vieron. 7Quien busca la gloria la halla donde ésta se encuentra. 8¿Y dónde podría encontrarse sino en los que son inocentes?

4. No permitas que las pequeñas interferencias te arrastren a la pequeñez. 2La culpabilidad no ejerce ninguna atracción en el estado de inocencia. 3¡Piensa cuán feliz es el mundo por el que caminas con la verdad a tu lado! 4No renuncies a ese mundo de libertad por un pequeño anhelo de aparente pecado, ni por el más leve destello de atracción que pueda ejercer la culpabilidad. 5¿Despreciarías el Cielo por causa de esas insignificantes distracciones? 6Tu destino y tu propósito se encuentran mucho más allá de ellas, en un lugar nítido donde no existe la pequeñez. 7Tu pro­pósito no se aviene con ninguna clase de pequeñez. 8De ahí que no se avenga con el pecado.

5. No permitamos que la pequeñez haga caer al Hijo de Dios en la tentación. 2Su gloria está más allá de toda pequeñez, al ser tan inconmensurable e intemporal como la eternidad. 3No dejes que el tiempo enturbie tu visión de él. 4No lo dejes solo y atemorizado en su tentación, sino ayúdalo a que la supere y a que perciba la luz de la que forma parte. 5Tu inocencia alumbrará el camino a la suya, y así la tuya quedará protegida y se mantendrá en tu conciencia. 6Pues, ¿quién puede conocer su gloria y al mismo tiempo percibir lo pequeño y lo débil en sí mismo? 7¿Quién puede cami­nar temblando de miedo por un mundo temible, y percatarse de que la gloria del Cielo refulge en él?

6. No hay nada a tu alrededor que no forme parte de ti. 2Contém­plalo amorosamente y ve la luz del Cielo en ello. 3Pues así es como llegarás a comprender todo lo que se te ha dado. 4El mundo bri­llará y resplandecerá en amoroso perdón, y todo lo que una vez considerabas pecaminoso será re-interpretado ahora como parte integrante del Cielo. 5¡Qué bello es caminar, limpio, redimido y feliz, por un mundo que tanta necesidad tiene de la redención que tu inocencia vierte sobre él! 6¿Qué otra cosa podría ser más impor­tante para ti? 7Pues he aquí tu salvación y tu libertad. 8Y éstas tienen que ser absolutas para que las puedas reconocer.


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