DESPERTAR AL AMOR

martes, 26 de septiembre de 2017

26 SEPTIEMBRE: Mi vista va en busca de la faz de Cristo.

AUDIOLIBRO



EJERCICIOS


LECCIÓN 269


Mi vista va en busca de la faz de Cristo.


1. Te pido que hoy bendigas mi vista. 2Mi vista es el medio que Tú has elegido para mostrarme mis errores y para poder ver más allá de ellos. 3Se me ha concedido poder tener una nueva percepción a través del Guía que Tú me diste, y, mediante Sus lecciones, superar la percepción y regresar a la verdad. 4Pido la ilusión que trasciende todas las que yo inventé. 5Hoy elijo ver un mundo perdonado en el que todo lo que veo me muestra la faz de Cristo y me enseña que lo que contemplo es mío, y que nada existe, excepto Tu santo Hijo.


2. Hoy nuestra vista es bendecida. 2Compartimos una sola visión cuando contemplamos la faz de Aquel Cuyo Ser es el nuestro. 3Somos uno por razón de Aquel que es el Hijo de Dios, Aquel que es nuestra Identidad.



Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

La lección de hoy trata del perdón, de elegir de antemano ver la inocencia en otros Recordemos algunas cosas que nos han enseñado lecciones anteriores sobre el perdón

Lección 126: La manera de recibir el perdón es dándolo.

¿Cómo se relaciona en esta lección “dar es recibir” con el perdón? Explica como, según el mundo entiende el perdón, no hay nada que nosotros podamos recibir del perdón. “Cuando "perdonas" un pecado, no ganas nada con ello directamente” (L.126.3:1). Si creo que el pecado de alguien es real y se lo “perdono”, es sólo un acto de caridad hacia alguien que no es digno del perdón. Es un regalo que no se merece. De hecho podría parecer que yo salgo perdiendo, y que no gano nada con ello. No hay ninguna liberación para mí en hacer esto.

Sólo cuando he recibido el perdón para mí, puedo darlo; y sólo al darlo reconozco que lo he recibido. ¡Ni siquiera conozco lo que es! ¿Cómo podría reconocerlo? Así que para saber lo que es el perdón, y para saber que lo tengo, tengo que darlo. Tengo que verlo “ahí fuera” para reconocerlo “aquí dentro”. Cuando lo haga, empezaré también a comprender que no hay diferencia entre ahí fuera y aquí dentro.

La idea de que dar es recibir, que “el que da y el que recibe son uno” (L.126.8:1) es una preparación necesaria para liberar nuestra mente de todos los obstáculos al verdadero perdón. El juicio se basa en la separación y las diferencias: el pecado está en otro y no en mí. Él es malo, yo soy mejor. El perdón se basa en la unidad y la igualdad. No hay “otro” a quien hacer o que me haga. Los dos somos inocentes. Nunca hubo pecado alguno. Todos somos parte del mismo Corazón de Amor.

Lección 134: El verdadero perdón perdona las ilusiones, no pecados reales.

Aquí aprendemos que el principal obstáculo para aprender el verdadero perdón es la creencia de que tenemos que perdonar algo real. Creemos que el pecado existe, que se ha causado daño realmente. Es imposible perdonar un pecado que creemos que es real. “Es imposible pensar que el pecado es verdad sin creer que el perdón es una mentira” (L.134.4:2). “La culpabilidad no se puede perdonar” (L.134.5:3).

Éste es un obstáculo muy importante. Puedo asegurar que es posible que algo que antes te pareció un pecado, verlo como un simple error y una petición de amor. Yo lo he sentido. Yo no hice el cambio. No podemos hacerlo nosotros. Pero sí que es necesario querer que el cambio ocurra. Sé que hay muchas cosas que, dándome cuenta o no, todavía juzgo y condeno como pecado, como malo. Cada vez que encuentro juicios en mi mente, no necesito hacer nada, sólo reconocer que está ahí y creer que hay otra manera de verlo. Afirmo que quiero verlo de manera diferente. Pido ayuda para entender el perdón por medio de esa experiencia. Y espero.

Me permito a mi mismo mirar a la ira, al miedo, al resentimiento que puedo estar sintiendo. No lo escondo, eso perpetuaría la mente errada. Quiero también ver mis sentimientos de manera diferente. Reconozco que quizá me estoy juzgando por sentirlos. Por eso, lo que hago con los juicios externos, también lo hago con los juicios internos: Afirmo que quiero verlo de manera diferente y pido ayuda para ello. Y espero.

Lo que entonces sucede es cosa de Dios. Se produce un cambio en mi mente. Puede ocurrir primero en relación con el otro, el “pecador”; o puede suceder primero en relación conmigo. Puesto que el otro y yo somos uno y lo mismo, no importa cómo ocurra o en qué orden. En el cambio, llego a ver algo que estoy juzgando, en el otro o en mí mismo, como una petición de amor. Llego a ver que, sea cual sea la apariencia que tenga, la inocencia está detrás del acto en sí. Puedo ver que estaba enfadado porque quería estar cerca de la otra persona y me alejó. Yo quería unirme, la unidad. No hay nada por lo que sentirse culpable en ello. Lo vi como ataque y ataqué. Ahora veo que no hubo ataque; los dos queremos lo mismo, así que abandono mi ataque y respondo con amor. O puedo ver que la otra persona tenía miedo, se sentía amenazada por mí de alguna manera (y sé que no soy una amenaza), y así perdí la cabeza. Mi ataque fue el mismo error. Veo que no hubo pecado en lo sucedido, y todo el asunto puede abandonar mi mente.

La lección de hoy: Vemos inocencia cuando elegimos verla.

“Mi vista va en busca de la faz de Cristo”. “Hoy elijo ver un mundo perdonado” (1:5). “Ver el rostro de Cristo” es una manera simbólica de decir que vemos inocencia, que vemos un mundo perdonado.

En esta lección vemos que el perdón es una elección. Cuando decidimos que sólo queremos ver inocencia, sólo vemos inocencia. El Espíritu Santo nos da el regalo de la visión. “Lo que contemplo es mío” (1:5). Si veo errores ahí fuera, son mis propios errores. Si veo inocencia, es también la mía propia. Si puedo ver inocencia (y la veré si elijo verla, la veré si lo pido), es la prueba de mi propia inocencia. Únicamente aquellos que ven inocencia en otros conocen su propia inocencia. Los que se sienten culpables siempre verán culpa. Ver inocencia en otros es el medio que Dios nos ha dado para descubrir nuestra propia inocencia. No la podemos encontrar si miramos directamente. Es como intentar verte tu propia cara, necesitas un espejo. El mundo es mi espejo, me muestra el estado de mi propia mente. La imagen en el espejo es sólo una imagen, una ilusión, pero en este mundo es una ilusión necesaria, y lo será hasta que haya conocimiento sin percepción.


¿Qué es el cuerpo? (Parte 9)

L.pII.5.5:1-3

Como se indicó en la Lección 261: “Me identificaré con lo que creo es mi refugio y mi seguridad” (5:1, y ver L.261.1:1). Si pensamos que nuestra identidad física y el ego son nuestra seguridad, nos identificaremos con ellos; si entendemos que ser el amor que somos es lo que nos da seguridad, nos identificaremos con él, en lugar de con el cuerpo y el ego. Si nos identificamos con el cuerpo, nuestra vida se vuelve un intento agobiante e inútil por conservarlo y protegerlo. Si nos identificamos con el amor, el cuerpo se convierte en un instrumento que usamos para expresar nuestro propio ser amoroso, que es Dios expresándose a través de nosotros.

“Tu seguridad reside en la verdad, no en las mentiras” (5:3). El cuerpo es una mentira acerca de nosotros, no es lo que nosotros somos. “Enseña sólo amor, pues eso es lo que eres” (T.6.I.13:2). Ahí es donde reside nuestra verdadera seguridad, y con eso es con lo que tenemos que aprender a identificarnos.

¿Qué me parece “más real” hoy? ¿Mi cuerpo o mi Ser amoroso? ¿A qué le doy más importancia? O ¿a qué dedico la mayor parte de mi tiempo y de mi atención? ¿Qué es lo que más cuido y lo que más me preocupa? La práctica de las lecciones del Libro de Ejercicios puede ser muy reveladora acerca de esto, al comenzar a darme cuenta de que raramente dejo de cuidar mi cuerpo: alimentándolo, vistiéndolo, limpiándolo, durmiendo. ¿Cómo cuido mi espíritu? Cuando la atención a mis necesidades espirituales y a la expresión de mi naturaleza interna sea lo más importante, cuando prefiera perderme el desayuno en lugar de mis momentos de quietud con Dios, sabré que he empezado a cambiar mi identidad de las mentiras a la verdad.

Si al observarme, me doy cuenta de que todavía no es así, que no me sienta culpable por ello. La culpa no sirve para nada positivo. Mi identificación con el cuerpo no es un pecado. Es sólo un error y una indicación de que necesito practicar desaprender esa identificación y, en lugar de ello, aprender a identificarme con el amor. Cuando estoy practicando la guitarra y me doy cuenta de que me estoy saltando algún acorde, no me siento culpable por ello, simplemente intensifico mi práctica de esa canción hasta que la aprendo.


Incluso puedo usar mi costumbre de identificarme con el cuerpo para ayudarme a formar un nuevo enfoque. Cuando me ducho o me lavo la cara, puedo usar el tiempo para repetir mentalmente la lección del día y pensar en su significado para mí. ¿Qué otra cosa más valiosa ocupa tu tiempo en esos momentos? Cuando como, puedo acordarme de dar gracias, y dejar que sea un indicador de que recuerde a Dios. Si estoy solo durante la comida, quizá puedo leer una página del Curso, o la lección. Puedo hacer del cuerpo un instrumento de ayuda para recorrer el camino a Dios.



TEXTO


II. Las leyes del caos


1. Puedes llevar las "leyes" del caos ante la luz, pero nunca las podrás entender. 2Las leyes caóticas no tienen ningún significado y, por lo tanto, se encuentran fuera de la esfera de la razón. 3No obstante, aparentan ser un obstáculo para la razón y para la ver­dad. 4Contemplémoslas, pues, detenidamente, para que poda­mos ver más allá de ellas y entender lo que son, y no lo que quieren probar. 5Es esencial que se entienda cuál es su propósito porque su fin es crear caos y atacar la verdad. 6Éstas son las leyes que rigen el mundo que tú fabricaste. 7Sin embargo, no gobiernan nada ni necesitan violarse: necesitan simplemente contemplarse y transcenderse.

2. La primera ley caótica es que la verdad es diferente para cada persona. 2Al igual que todos estos principios, éste mantiene que cada cual es un ente separado, con su propia manera de pensar que lo distingue de los demás. 3Este principio procede de la creen­cia en una jerarquía de ilusiones: de que algunas son más impor­tantes que otras, y, por lo tanto, más reales. 4Cada cual establece esto para sí mismo, y le confiere realidad atacando lo que otro valora. 5Y el ataque se justifica porque los valores difieren, y los que tienen distintos valores parecen ser diferentes, y, por ende, enemigos.

3. Observa cómo parece ser esto un impedimento para el primer principio de los milagros, 2pues establece grados de verdad entre las ilusiones, haciendo que algunas parezcan ser más difíciles de superar que otras. 3Si uno pudiese darse cuenta de que todas ellas son la misma ilusión y de que todas son igualmente falsas, sería fácil entender entonces por qué razón los milagros se apli­can a todas ellas por igual. 4Cualquier clase de error puede ser corregido precisamente porque no es cierto. 5Cuando se lleva ante la verdad en vez de ante otro error, simplemente desaparece. 6Ninguna parte de lo que no es nada puede ser más resistente a la verdad que otra.

4. La segunda ley del caos, muy querida por todo aquel que venera el pecado, es que no hay nadie que no peque, y, por  lo tanto, todo el mundo merece ataque y muerte. 2Este principio, estrechamente vinculado al primero, es la exigencia de que el error merece castigo y no corrección. 3Pues la destrucción del que comete el error lo pone fuera del alcance de la corrección y del perdón. 4De este modo, interpreta lo que ha hecho como una sen­tencia irrevocable contra sí mismo que ni siquiera Dios Mismo puede revocar. 5Los pecados no pueden ser perdonados, al ser la creencia de que el Hijo de Dios puede cometer errores por los cuales su propia destrucción se vuelve inevitable.

5. Piensa en las consecuencias que esto parece tener en la relación entre Padre e Hijo. 2Ahora parece que nunca jamás podrán ser uno de nuevo. 3Pues uno de ellos no puede sino estar por siem­pre condenado, y por el otro. 4Ahora son diferentes y, por ende, enemigos. 5su relación es una de oposición, de la misma forma en que los aspectos separados del Hijo convergen únicamente para entrar en conflicto, pero no para unirse. 6Uno de ellos se debilita y el otro se fortalece con la derrota del primero. 7Y su temor a Dios y el que se tienen entre sí parece ahora razonable, pues se ha vuelto real por lo que el Hijo de Dios se ha hecho a sí mismo y por lo que le ha hecho a su Creador.

6. En ninguna otra parte es más evidente la arrogancia en la que se basan las leyes del caos que como sale a relucir aquí. 2He aquí el principio que pretende definir lo que debe ser el Creador de la realidad; lo que debe pensar y lo que debe creer; y, creyéndolo, cómo debe responder. 3Ni siquiera se considera necesario pre­guntarle si eso que se ha decretado que son Sus creencias es ver­dad. 4Su Hijo le puede decir lo que ésta es, y la única alternativa que le queda es aceptar la palabra de Su Hijo o estar equivocado. 5Esto conduce directamente a la tercera creencia descabellada que hace que el caos parezca ser eterno. 6Pues si Dios no puede estar equivocado, tiene entonces que aceptar la creencia que Su Hijo tiene de sí mismo y odiarlo por ello.

7. Observa cómo se refuerza el temor a Dios por medio de este tercer principio. 2Ahora se hace imposible recurrir a Él en momentos de tribulación, 3pues Él se ha convertido en el "ene­migo" que la causó y no sirve de nada recurrir a Él. 4La salvación tampoco puede encontrarse en el Hijo, ya que cada uno de sus aspectos parece estar en pugna con el Padre y siente que su ata­que está justificado. 5Ahora el conflicto se ha vuelto inevitable e inaccesible a la ayuda de Dios. 6Pues ahora la salvación jamás será posible, ya que el salvador se ha convertido en el enemigo.

8No hay manera de liberarse o escapar. 2La Expiación se con­vierte en un mito, y lo que la Voluntad de Dios dispone es la venganza, no el perdón. 3Desde allí donde todo esto se origina, no se ve nada que pueda ser realmente una ayuda. 4Sólo la destruc­ción puede ser el resultado final. 5Dios Mismo parece estar poniéndose de parte de ello para derrotar a Su Hijo. 6No pienses que el ego te va a ayudar a escapar de lo que él desea para ti. 7Ésa es la función de este curso, que no le concede ningún valor a lo que el ego estima.

9. El ego atribuye valor únicamente a aquello de lo que se apro­pia. 2Esto conduce a la cuarta ley del caos, que, si las demás son aceptadas, no puede sino ser verdad. 3Esta supuesta ley es la creencia de que posees aquello de lo que te apropias. 4De acuerdo con esa ley, la pérdida de otro es tu ganancia y, por consiguiente, no reconoce el hecho de que nunca puedes quitarle nada a nadie, excepto a ti mismo. 5Mas las otras tres leyes no pueden sino con­ducir a esto. 6Pues los que son enemigos no se conceden nada de buen grado el uno al otro, ni procuran compartir las cosas que valoran. 7Y lo que tus enemigos ocultan de ti debe ser algo que vale la pena poseer, ya que lo mantienen oculto de ti.

10Todos los mecanismos de la locura se hacen patentes aquí: el "enemigo” que se fortalece al mantener oculto el valioso legado que debería ser tuyo; la postura que adoptas y el ataque que infli­ges, los cuales están justificados por razón de lo que se te ha negado; y la pérdida inevitable que el enemigo debe sufrir para que tú te puedas salvar. 2Así es como los culpables declaran su inocencia. 3Si el comportamiento inescrupuloso del enemigo no los forzara a este vil ataque, sólo responderían con bondad. 4Pero en un mundo despiadado los bondadosos no pueden sobrevivir, de modo que tienen que apropiarse de todo cuanto puedan o dejar que otros se apropien de lo que es suyo.

11. Y ahora queda una vaga pregunta por contestar, que aún no ha sido "explicada". 2¿Qué es esa cosa tan preciada, esa perla de inestimable valor, ese tesoro oculto, que con justa indignación debe arrebatársele a éste el más pérfido y astuto de los enemigos? 3Debe de ser lo que siempre has anhelado, pero nunca hallaste. 4ahora "entiendes" la razón de que nunca lo encontraras. 5Este enemigo te lo había arrebatado y lo ocultó donde jamás se te habría ocurrido buscar. 6Lo ocultó en su cuerpo, haciendo que éste sirviese de refugio para su culpabilidad, de escondrijo de lo que es tuyo. 7Ahora su cuerpo se tiene que destruir y sacrificar para que tú puedas tener lo que te pertenece. 8La traición que él ha cometido exige su muerte para que tú puedas vivir. 9Y así, sólo atacas en defensa propia.







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