DESPERTAR AL AMOR

jueves, 12 de octubre de 2017

12 OCTUBRE: Hoy mi santidad brilla clara y radiante.

AUDIOLIBRO



EJERCICIOS 


LECCIÓN 285


Hoy mi santidad brilla clara y radiante.


1. Hoy me despierto lleno de júbilo, sabiendo que sólo han de acontecerme cosas buenas procedentes de Dios. 2Eso es todo lo que pido, y sé que mi ruego recibirá respuesta debido a los pen­samientos a los que va dirigido. 3Y en el instante en que acepte mi santidad, lo único que pediré serán cosas dichosas. 4Pues, ¿qué utilidad tendría el dolor para mí, para qué iba a querer el sufri­miento, y de qué me servirían el pesar y la pérdida si la demencia se alejara hoy de mí y en su lugar aceptara mi santidad?

2.Padre, mi santidad es la Tuya. 2Permítaseme regocijarme en ella y recobrar la cordura mediante el perdón. 3Tu Hijo sigue siendo tal como Tú lo creaste. 4Mi santidad es parte de mí y también de Ti. 5Pues, ¿qué podría alterar a la Santidad Misma?




Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Hoy sólo pido que me vengan cosas dichosas. “Y en el instante en que acepte mi santidad, lo único que pediré serán cosas dichosas” (1:3). La única razón de que sienta dolor, pena, sufrimiento y pérdida es porque en algún lugar de mi mente pienso que lo merezco. De algún modo pienso que el sufrimiento es bueno para mí. Me juzgo pecador, en conflicto con Dios y con Su Amor, y que por eso necesito que se me dé una lección. Necesito rehabilitarme. Pienso que el sufrimiento y las privaciones me darán una lección. Así que envío una invitación a esos pensamientos, ¡y vaya si vienen!

Cuando acepte mi santidad, “¿qué utilidad tendría el dolor para mí?” (1:4). La idea de que el sufrimiento es necesario es una bobada. Pensamos que aprendemos por medio de nuestros sufrimientos. Y lo hacemos. Pero lo que aprendemos no es cómo volvernos santos, aprendemos que somos santos. Una vez que aceptamos ese hecho, ya no necesitamos más el sufrimiento. Una vez que abandonamos la idea de que somos pecadores y culpables y que necesitamos de algún modo pasar por dificultades para compensar algo, entendemos que nos merecemos la dicha porque ya somos santos.

Pensamos que si de repente fuéramos completamente felices, nos faltaría algo. Estamos totalmente convencidos de que nuestras acciones pasadas demuestran que no nos merecemos la felicidad y no estamos preparados para ella. Pensamos que en nuestra personalidad faltan algunos elementos importantes que sólo el dolor y el sufrimiento nos pueden enseñar. Nada nos falta. Si el dolor, la pena y la pérdida terminasen en este instante, estarías bien; de hecho estarías perfecto, ¡porque ya lo eres!

Es como si tuviésemos un transmisor en la cabeza. Tenemos una imagen de nosotros de ser culpables e incompletos. Pensamos que el sufrimiento es necesario para corregir ese estado. Así que enviamos una invitación al dolor, al sufrimiento, a la pena y a la pérdida: “Venid. Ayudadme. Necesito sufrir más”. Debido a que nuestra mente tiene todo el poder creativo de Dios, logramos nuestro intento. Hacemos que suceda todo el sufrimiento, al menos en apariencia.

Cuando aprendemos a vernos como inocentes y completos, como la perfecta creación del Padre, ya no tenemos motivos para enviar tales pensamientos. En lugar de ello, cantamos: “¡Envíame sólo dicha! ¡Envíame las cosas felices de Dios! Hoy sólo acepto cosas dichosas, no permito el sufrimiento”. Mi Ser es amo y señor del universo (Lección 253). Mi mente tiene todo el poder de crear la experiencia de vida que quiero. Elijo crear dicha.


¿Qué es el Espíritu Santo? (Parte 5)

L.pII.7.3:1

Si supieses cuánto anhela tu Padre que reconozcas tu impecabilidad, no dejarías que Su Voz te lo pidiese en vano, ni le darías la espalda a lo que Él te ofrece para reemplazar a todas las imágenes y sueños atemorizantes que tú has forjado. (L.pII.7.3:1)

Esta frase está aquí porque estamos dejando que Su Voz nos llame en vano, y estamos dando la espalda a Sus Pensamientos con los que Él reemplazaría todos nuestros sueños e imágenes atemorizantes. Nuestro propio ego, en su lucha por la supervivencia, nos ha convencido de que Dios no anhela que reconozcamos nuestra inocencia. Es más probable que pensemos (si es que pensamos en ello) que Dios está sentado en el Cielo con su gran libro de informes siguiendo el recorrido de todos nuestros errores y anotándolos contra nosotros. Tenemos miedo de que lo hemos fastidiado todo y hemos ido demasiado lejos como para que se pueda arreglar. Tenemos miedo de Dios y no creemos en Su Amor. No podemos imaginarnos que Él todavía nos ve inocentes y sin mancha. Pero lo hace.

Cuando algo malo parece sucedernos, seguimos pensando de acuerdo con este pensamiento: “¿Qué he hecho para merecer esto?” Todavía pensamos que el mundo es una especie de modo en que el universo nos hace pagar caro por cada metedura de pata. El Curso dice una y otra vez que Dios no está metido en el juego de la venganza. Nosotros somos los únicos jugadores de ese juego, y nosotros nos provocamos nuestros propios castigos. Por otra parte, Dios anhela que dejemos de pensar que somos culpables y que reconozcamos nuestra inocencia.

Le damos la espalda al cambio de nuestros pensamientos que se nos ofrece porque estamos convencidos de que si llevamos todas estas cosas oscuras y sucias a la Luz de Dios, un rayo saldría del cielo y nos liquidaría. Pensamos que esconderlas es más seguro que sacarlas. No queremos admitir que hemos ido en busca de ídolos, en busca de cosas que sustituyan a Dios en nuestra vida, porque pensamos que eso nos ha estropeado para siempre y ha hecho que Dios ya no nos acepte. Eso no es verdad. Todo lo que Dios quiere es que abandonemos este juego tonto y que regresemos al Hogar en Él. Él nos ha dado el Espíritu Santo para que hagamos exactamente eso, pero evitamos acudir adentro hacia Él porque pensamos que perderemos o nos moriremos en el proceso.

Lee la sección del Texto: “La Restitución de la Justicia al Amor”, T.25.VIII. Describe con toda claridad nuestro miedo al Espíritu Santo. Dice que Le tenemos miedo y que pensamos que representa la ira de Dios en lugar del Amor de Dios. Que sospechamos cuando Su Voz nos dice que nunca hemos pecado (T.25.VIII.6:8). Y que huimos “del Espíritu Santo como si de un mensajero del infierno se tratase, que hubiese sido enviado desde lo alto, disfrazado de amigo y redentor, para hacer caer sobre ellos la venganza de Dios valiéndose de ardides y de engaños” (T.25.VIII.7:2).

Si miro honestamente a las veces que realmente acudo al Espíritu Santo para que sane mis pensamientos, y las veces en que no lo hago, parece confirmar lo que ahí se dice. Algo en mí me impide hacer esta sencilla acción, algo me está empujando a mantenerme alejado del Espíritu Santo. Si realmente supiera cuánto anhela mi Padre que yo reconozca mi inocencia, no me comportaría así.

¿Qué puedo hacer? Puedo empezar donde estoy. Cuando reconozca que he estado evitando al Espíritu Santo, puedo empezar a llevarle ese reconocimiento a Él: “Bueno, Espíritu Santo, parece que he tenido miedo de Ti de nuevo. Lo siento”. Y ese sencillo acto pide, que Le llevemos nuestra oscuridad para que Él la sane. Al ser sincero acerca de mi miedo, he dejado el miedo a un lado. Estoy de nuevo en comunicación con Él.







TEXTO 

 

II. El que te salva de las tinieblas



1. ¿No es evidente que lo que perciben los ojos del cuerpo te infunde miedo? 2Tal vez pienses que aún puedes encontrar en ello alguna esperanza de satisfacción. 3Tal vez tengas fantasías de poder alcanzar cierta paz y satisfacción en el mundo tal como lo percibes. 4Mas ya tiene que ser evidente para ti que el desenlace es siempre el mismo. 5pesar de tus esperanzas y fantasías, el resultado final es siempre la desesperación. 6Y en esto no hay excepciones ni nunca las habrá. 7Lo único de valor que el pasado te puede ofrecer es que aprendas que jamás te dio ninguna recompensa que quisieses conservar. 8Pues sólo así estarás dis­puesto a renunciar a él y a que desaparezca para siempre.

2. ¿No es extraño que aún abrigues esperanzas de hallar satisfac­ción en el mundo que ves? 2Pues se mire como se mire, tu recom­pensa, en todo momento y situación, no ha sido sino miedo y culpabilidad. 3¿Cuánto tiempo necesitas para darte cuenta de que la posibilidad de que esto cambie no justifica el que sigas pospo­niendo el cambio que puede dar lugar a algo mejor? 4Pues una cosa es segura: la manera en que ves y has estado viendo por largo tiempo, no te ofrece nada en que basar tus esperanzas acerca del futuro ni indicación alguna de que vayas a tener éxito. 5Poner tus esperanzas en algo que no te ofrece ninguna espe­ranza no puede sino hacerte sentir desesperanzado. 6No obstan­te, esta desesperanza es tu elección, y persistirá mientras sigas buscando esperanzas allí donde jamás puede haber ninguna.

3. Mas ¿no es cierto también que aparte de esto has encontrado alguna esperanza, un cierto vislumbre -inconstante y variable, aunque levemente visible- de que está justificado tener esperan­zas basándote en razones que no son de este mundo? 2Sin embargo, tu esperanza de todavía poder encontrar esperanzas en este mundo te impide abandonar la infructuosa e imposible tarea que te impusiste a ti mismo. 3¿Cómo iba a tener sentido albergar la creencia fija de que hay razón para seguir buscando lo que nunca dio resultado, basándose en la idea de que  de repente ten­drá éxito y te proporcionará lo que nunca antes te había propor­cionado?

4. En el pasado siempre fracasó. 2Alégrate de que haya desapare­cido de tu mente y de que ya no nuble lo que se encuentra allí. 3No confundas la forma con el contenido, pues la forma no es más que un medio para el contenido. 4Y el marco no es sino un medio para sostener el cuadro de manera que éste se pueda ver. 5Pero el marco que oculta al cuadro no sirve para nada. 6No puede ser un marco si eso es lo que ves. 7Sin el cuadro, el marco no tiene sen­tido, 8pues el propósito de éste es realzar el cuadro, no a sí mismo.

5. ¿Quién colgaría un marco vacío en la pared y se pararía delante de él contemplándolo con la más profunda reverencia, como si de una obra maestra se tratase? 2Mas si ves a tu hermano como un cuerpo, eso es lo que estás haciendo. 3La obra maestra que Dios ha situado dentro de este marco es lo único que se puede ver. 4El cuerpo la contiene por un tiempo, pero no la empaña en absoluto. 5Mas lo que Dios ha creado no necesita marco, pues lo que Él ha creado, Él lo apoya y lo enmarca dentro de Sí Mismo. 6Él te ofrece Su obra maestra para que la veas. 7¿Pre­ferirías ver el marco en su lugar y no ver el cuadro?

6. El Espíritu Santo es el marco que Dios ha puesto alrededor de aquella parte de Él que tú quisieras ver como algo separado. 2Ese marco, no obstante, está unido a su Creador y es uno con Él y con Su obra maestra. 3Ése es su propósito, y tú no puedes convertir el marco en el cuadro sólo porque elijas ver el marco en su lugar. 4El marco que Dios le ha proporcionado apoya únicamente Su pro­pósito, no el tuyo separado del Suyo. 5Es ese otro propósito que tienes lo que empaña el cuadro, y lo que, en lugar de éste, tiene al marco en gran estima. 6Mas Dios ha ubicado Su obra maestra en un marco que durará para siempre, después de que el tuyo se haya desmoronado y convertido en polvo. 7No creas, no obs­tante, que el cuadro será destruido en modo alguno. 8Lo que Dios crea está a salvo de toda corrupción y permanece inmutable y perfecto en la eternidad.

7. Acepta el marco de Dios en vez del tuyo y verás la obra maes­tra. 2Contempla su belleza, y entiende la Mente que la concibió, no en carne y hueso, sino en un marco tan bello como Ella Misma. 3Su santidad ilumina la impecabilidad* que el marco de las tinieblas oculta, y arroja un velo de luz sobre la faz del cuadro que no hace sino reflejar la luz que desde ella se irradia hacia su Creador. 4No creas que por haberla visto en un marco de muerte esta faz estuvo jamás nublada. 5Dios la mantuvo a salvo para que pudieses contemplarla y ver la santidad que Él le otorgó.

8. Vislumbra dentro de la oscuridad al que te salva de las tinie­blas, y entiende a tu hermano tal como te lo muestra la Mente de tu Padre. 2Al contemplarlo él emergerá de las tinieblas y ya nunca más verás la oscuridad. 3Las tinieblas no lo afectaron, como tam­poco te afectaron a ti que lo extrajiste de ellas para poderlo con­templar. 4Su impecabilidad no hace sino reflejar la tuya. 5Su mansedumbre se vuelve tu fortaleza, y ambos miraréis en vuestro interior gustosamente y veréis la santidad que debe estar ahí por razón de lo que viste en él. 6Él es el marco en el que está montada tu santidad, y lo que Dios le dio tuvo que habérsete dado a ti. 7Por mucho que él pase por alto la obra maestra en sí mismo y vea sólo un marco de tinieblas, tu única función sigue siendo ver en él lo que él no ve. 8Y al hacer esto, compartes la visión que contempla a Cristo en lugar de a la muerte.

9. ¿Cómo no iba a complacer al Señor de los Cielos que aprecies Su obra maestra? 2¿Qué otra cosa podría hacer sino darte las gra­cias a ti que amas a Su Hijo como Él lo ama? 3¿No te daría a conocer Su Amor, sólo con que te unieses a Él para alabar lo que Él ama? 4Dios ama la creación como el perfecto Padre que es. 5de esta manera, Su alegría es total cuando cualquier parte de Él se une a Sus alabanzas y comparte Su alegría. 6Este hermano es el perfecto regalo que Él te hace. 7Y Dios se siente feliz y agradecido cuando le das las gracias a Su perfecto Hijo por razón de lo que es. 8Y todo Su agradecimiento y felicidad refulgen sobre ti que haces que Su alegría sea total, junto con Él. 9Y así, tu alegría se vuelve total. 10Aquellos cuya voluntad es que la felicidad del Padre sea total, y la suya junto con la de Él, no pueden ver ni un solo rayo de oscuridad. 11Dios Mismo ofrece Su gratitud libre­mente a todo aquel que comparte Su propósito. 12Su Voluntad no es estar solo. 13Ni la tuya tampoco.

10Perdona a tu hermano, y no podrás separarte de él ni de su Padre. 2No necesitas perdón, pues los que son totalmente puros jamás han pecado. 3Da, entonces, lo que Él te ha dado, para que puedas ver que Su Hijo es uno, y dale gracias a su Padre como Él te las da a ti. 4No creas que Sus alabanzas no son para ti también. 5Pues lo que tú das es Suyo, y al darlo, comienzas a entender el don que Él te ha dado. 6Dale al Espíritu Santo lo que Él le ofrece al Padre y al Hijo por igual. 7Nada tiene poder sobre ti excepto Su Voluntad y la tuya, la cual no hace sino extender la Suya. 8Para eso fuiste creado, al igual que tu hermano, quien es uno contigo.

11. Sois lo mismo, tal como Dios Mismo es Uno, al no estar Su Voluntad dividida. 2Y no podéis sino tener un solo propósito, puesto que Él os dio el mismo propósito a ambos. 3Su Voluntad se unifica a medida que unes tu voluntad a la de tu hermano, a fin de que se restaure tu plenitud al ofrecerle a él la suya. 4No veas en él la pecaminosidad que él ve, antes bien, hónrale para que puedas apreciarte a ti mismo así como a él. 5Se os ha otor­gado a cada uno de vosotros el poder de salvar, para que escapar de las tinieblas a la luz sea algo que podáis compartir, y para que podáis ver como uno solo lo que nunca ha estado separado ni excluido de todo el Amor de Dios, el cual Él da a todos por igual. 

III. Percepción y elección


1. En la medida en que atribuyas valor a la culpabilidad, en esa misma medida percibirás un mundo en el que el ataque está justi­ficado. 2En la medida en que reconozcas que la culpabilidad no tiene sentido, en esa misma medida percibirás que el ataque no puede estar justificado. 3Esto concuerda con la ley fundamental de la percepción: ves lo que crees que está ahí, y crees que está ahí porque quieres que lo esté. 4La percepción no está regida por ninguna otra ley que ésa. 5Todo lo demás se deriva de ella, para sustentarla y darle apoyo. 6Ésta es la forma que, ajustada a este mundo, adopta la percepción de la ley más básica de Dios: que el amor crea amor y nada más que amor.

2. Las leyes de Dios no pueden gobernar directamente en un mundo regido por la percepción, pues un mundo así no pudo haber sido creado por la Mente para la cual la percepción no tiene sentido. 2Sus leyes, no obstante, se ven reflejadas por todas partes. 3No es que el mundo donde se ven reflejadas sea real en absoluto. 4Es real sólo porque Su Hijo cree que lo es, y Dios no pudo permitirse a Sí Mismo separarse completamente de lo que Su Hijo cree. 5Él no pudo unirse a la demencia de Su Hijo, pero sí pudo asegurarse de que Su cordura lo acompañase siempre, para que no se pudiese perder eternamente en la locura de su deseo.

3. La percepción se basa en elegir, pero el conocimiento no. 2El conocimiento está regido por una sola ley porque sólo tiene un Creador. 3Pero este mundo fue construido por dos hacedores que no lo ven de la misma manera. 4Para cada uno de ellos el mundo tiene un propósito diferente, y es el medio perfecto para apoyar el objetivo para el que se percibe. 5Para aquel que desea ser espe­cial, es el marco perfecto en el que manifestar su deseo: el campo de batalla perfecto para librar sus guerras y el refugio perfecto para las ilusiones que quiere hacer reales. 6No hay ninguna ilu­sión que en su percepción no sea válida ni ninguna que no esté plenamente justificada.

4. El mundo tiene otro Hacedor, el Corrector simultáneo de la creencia desquiciada de que es posible establecer y mantener algo sin un vínculo que lo mantenga dentro de las leyes de Dios, no como la ley en sí conserva al universo tal como Dios lo creó, sino en una forma que se adapte a las necesidades que el Hijo de Dios cree tener. 2No obstante, error corregido es error eliminado. 3Y de este modo, Dios ha seguido protegiendo a Su Hijo, incluso en su error.

5. En el mundo al que el error dio lugar existe otro propósito por­que el mundo tiene otro Hacedor que puede reconciliar el objetivo del mundo con el propósito de Su Creador. 2En Su percepción del mundo, no hay que nada que no justifique el perdón y la visión de la perfecta impecabilidad; 3nada que pueda ocurrir que no encuentre perdón instantáneo y total, 4ni nada que pueda perma­necer un solo instante para empañar la impecabilidad que brilla inmutable más allá de los fútiles intentos del especialismo* de expulsarla de la mente -donde no puede sino estar- e iluminar al cuerpo en su lugar. 5Los luceros del Cielo no son para que tu mente elija donde los quiere ver. 6Si elige verlos en otra parte que no sea su hogar, como si estuviesen arrojando su luz sobre un lugar donde jamás podrían estar, entonces el Hacedor del mundo tiene que corregir tu error, pues de otro modo te quedarías en las tinieblas, donde no hay luceros.

6. Todo aquel que se encuentra aquí ha venido a las tinieblas, pero nadie ha venido sólo 2ni necesita quedarse más de un ins­tante. 3Pues cada uno ha traído la Ayuda del Cielo consigo, lista para liberarlo de las tinieblas y llevarlo a la luz en cualquier momento. 4Esto puede ocurrir en cualquier momento que él decida, pues la ayuda está aquí, esperando tan sólo su decisión. 5cuando decida hacer uso de lo que se le dio, verá entonces que todas las situaciones que antes consideraba como medios para justificar su ira se han convertido en eventos que justifican su amor. 6Oirá claramente que las llamadas a la guerra que antes oía son realmente llamamientos a la paz. 7Percibirá que lo que antes atacó no es sino otro altar en el que puede, con la misma facilidad y con mayor dicha, conceder perdón. 8Y reinterpretará cualquier tentación simplemente como otra oportunidad más de ser feliz.

7. ¿Cómo podría ser que una percepción errónea fuese un pecado? 2Deja que todos los errores de tus hermanos sean para ti únicamente una oportunidad más de ver las obras del Ayudante que se te dio para que vieses el mundo que Él construyó en vez del tuyo. 3¿Qué puede estar entonces justificado? 4¿Qué es lo que quieres? 5Pues estas dos preguntas son lo mismo. 6cuando hayas visto que son lo mismo, habrás tomado una decisión. 7Pues ver ambas preguntas como una sola es lo que te libera de la creencia de que hay dos maneras de ver. 8Este mundo tiene mucho que ofrecerle a tu paz y son muchas las oportunidades que te brinda para extender tu perdón. 9Tal es el propósito que encierra para aquellos que desean ver la paz y el perdón descen­der sobre ellos y ofrecerles la luz.

8. El Hacedor del mundo de la mansedumbre tiene absoluto poder para contrarrestar el mundo de la violencia y del odio que parece interponerse entre Su mansedumbre y tú. 2Dicho mundo no existe ante Sus ojos perdonadores. 3por lo tanto, no tiene por qué existir ante los tuyos. 4El pecado es la creencia fija de que lo que se percibe no puede cambiar. 5Lo que ha sido condenado está condenado para siempre, al ser eternamente imperdonable. 6Si entonces se perdona, ello quiere decir que haberse percibido como un pecado tuvo que haber sido un error. 7Y es esto lo que hace que el cambio sea posible. 8El Espíritu Santo, asimismo, sabe que lo que Él ve se encuentra mucho más allá de cualquier posibilidad de cambio. 9Pero el pecado no puede inmiscuirse en Su visión, pues ha quedado corregido gracias a ella. 10Por lo tanto, tuvo que haber sido un error, no un pecado. 11Pues lo que el pecado afir­maba que nunca podría ocurrir, ha ocurrido. 12El pecado se ataca con castigos, y de esta manera se perpetúa. 13Mas perdonarlo es cambiar su estado, de manera que de ser un error pase a ser la verdad.

9. El Hijo de Dios no puede pecar, pero puede desear lo que le haría daño. 2tiene el poder de creer que puede ser herido. 3¿Qué podría ser todo esto, sino una percepción falsa de sí mismo? 4¿Y es esto acaso un pecado o simplemente un error? 5¿Es perdonable? 6¿Necesita él ayuda o condenación? 7¿Es tu propósito que él se salve o que sea condenado? 8No olvides que lo que decidas que él es para ti, determinará tu futuro. 9Pues estás construyendo tu futuro ahora: el instante en el que todo el tiempo se convierte en un medio para alcanzar cualquier objetivo. 10Elige, pues, pero reconoce que mediante esa elección se elige el propósito del mundo que ves, el cual se justificará.




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