DESPERTAR AL AMOR

jueves, 19 de octubre de 2017

19 OCTUBRE: Todo tendrá un desenlace feliz.

AUDIOLIBRO



EJERCICIOS 


LECCIÓN 292


Todo tendrá un desenlace feliz.


1. Las promesas de Dios no hacen excepciones. 2Y Él garantiza que la dicha será el desenlace final de todas las cosas. 3De nosotros depende, no obstante, cuándo habrá de lograrse eso: hasta cuándo vamos a permitir que una voluntad ajena parezca oponerse a la Suya. 4Pues mientras pensemos que esa voluntad es real, no halla­remos el final que Él ha dispuesto sea el desenlace de todos los problemas que percibimos, de todas las tribulaciones que vemos y de todas las situaciones a que nos enfrentamos. 5Mas ese final es seguro. 6Pues la Voluntad de Dios se hace en la tierra, así como en el Cielo. 7Lo buscaremos y lo hallaremos, tal como dispone Su Voluntad, la Cual garantiza que nuestra voluntad se hace.

2. Te damos gracias, Padre, por Tu garantía de que al final todo tendrá un desenlace feliz. 2Ayúdanos a no interferir y demorar así el feliz de­senlace que nos has prometido para cada problema que podamos percibir y para cada prueba por la que todavía creemos que tenemos que pasar.



Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Las promesas de Dios no hacen excepciones. Y Él garantiza que la dicha será el desenlace final de todas las cosas. De nosotros depende, no obstante, cuándo habrá de lograrse eso: hasta cuándo vamos a permitir que una voluntad ajena parezca oponerse a la Suya. (1:1-3)
“De nosotros depende, no obstante, cuándo habrá de lograrse eso”. Siempre volvemos a eso: Cuándo sentiremos el resultado de la dicha en todas las cosas depende de nosotros. Si siento algo que no sea dicha total se debe a mi propia elección de “permitir que una voluntad ajena parezca oponerse a la Suya”. Me parece que es mi propia voluntad la que a veces se opone a la de Dios. Parece que no quiero abandonar las pequeñas comodidades, las complacencias físicas, mentales y emocionales que me concedo continuamente con la ilusión de que las necesito.

La ley de la percepción afirma: “ves lo que crees que está ahí, y crees que está ahí porque quieres que lo esté” (T.25.III.1:3). Si veo en mí una voluntad diferente a la de Dios, la veo porque creo que está ahí. Creo que mi voluntad es diferente de la de Dios. Y creo eso porque quiero creerlo. Si soy semejante a Dios en todo, Dios y yo sólo tenemos una Voluntad, y la voluntad ajena que percibo no es nada. ¡Ésa es la verdad exacta! ¡La voluntad ajena no es nada! No existe. Por eso quiero ver “mi” voluntad que se opone a la de Dios, y por eso la veo. El aparente conflicto en mi vida es el intento inútil del ego de aferrarse a su identidad que es completamente ilusoria.

La verdad del asunto es que lo que veo (mi resistencia a la Voluntad de Dios, que es mi perfecta felicidad) no existe. Lo estoy proyectando desde mi mente. Lo que veo es una ilusión de mí mismo. No es real y, por lo tanto, no trae ni pizca de culpa.

Pues mientras pensemos que esa voluntad es real, no hallaremos el final que Él ha dispuesto sea el desenlace de todos los problemas que percibimos, de todas las tribulaciones que vemos y de todas las situaciones a que nos enfrentamos. (1:4)

Nos demos cuenta de ello o no, todos nosotros vamos por ahí la mayor parte del tiempo inquietos por la contracorriente de resistencia a Dios que creemos que existe dentro de nosotros. Pensamos que es real. Leemos Un Curso de Milagros y decidimos ser más amorosos, perdonar más, y luego encontramos una profunda resistencia a esa idea, un muro aparentemente imponente que no nos va a permitir cambiar. Tenemos una adicción que no podemos romper. Descubrimos una relación en la que el perdón es imposible a pesar de todos nuestros esfuerzos. Decidimos que “Hoy no juzgaré nada de lo que suceda”, y luego, diez minutos más tarde, estallamos de ira por una pequeña injusticia. Y sentimos desesperación, sentimos que no podemos hacerlo, que en cierto modo somos incorregibles, que una parte de nosotros está fuera del alcance de la salvación, que una parte de nuestra voluntad se opondrá a Dios sin remedio.

Jesús nos dice que mientras creamos que esta parte de nosotros que parece oponerse a Dios es real, no encontraremos el mundo real. No encontraremos la manera de escaparnos. No encontraremos “el desenlace feliz de todas las cosas”.

Tenemos que llegar al punto en el que somos conscientes de ese nudo cabezota dentro de nosotros y conscientes al mismo tiempo de que no es real. Tenemos que llegar al estado en que lo vemos, lo reconocemos, y nos hacemos responsables de él y, sin embargo lo hacemos sin culpa. Mirar a la oscuridad del ego sin culpa es posible sólo si, mientras miramos, hemos abandonado toda creencia en su realidad. Eso es lo que el Espíritu Santo nos permitirá hacer. Al hacerlo, nos daremos cuenta de que el ego es una ilusión de nosotros mismos proyectada desde nuestra mente, nada más que una ilusión, y por lo tanto no es nada por lo que disgustarnos. “Sí. Veo el nudo de resistencia dentro de mí, pero lo que veo no está realmente ahí. Lo estoy viendo, pero no es real. No cambia nada la realidad. Yo soy el Hijo que Dios ama, aunque ahora no pueda verlo”.

Queremos que el nudo del ego cambie. Queremos que desaparezca ahora mismo. Y mientras creamos en su realidad, no desaparecerá. El ego es incorregible. El perdón a uno mismo supone aceptar eso acerca de nosotros. El ego siempre será el ego, ésa es la mala noticia. Pero el ego no es lo que somos, y ésa es la buena noticia.

Cuando nos damos cuenta de que estamos escuchando al ego, creyendo en la realidad de una voluntad ajena, podemos aprender a no lo tomarlo en serio. Es como si dijéramos: “Otra vez estaba soñando. Ahora elijo despertar”. Y si nos damos cuenta de que todavía no estamos preparados para despertar del todo, si la apariencia de la resistencia en nosotros todavía parece real, podemos decir: “Sí. Veo que todavía no estoy despierto y que todavía parece real, pero al menos me doy cuenta de que estoy soñando”. El ego no tiene ninguna importancia. Como Ken Wapnick dice: “No es gran cosa”. Aunque parezcamos atrapados en el sueño, no tenemos que sentirnos culpables por ello.

Mas ese final es seguro. Pues la Voluntad de Dios se hace en la tierra, así como en el Cielo. Lo buscaremos y lo hallaremos, tal como dispone Su Voluntad, la Cual garantiza que nuestra voluntad se hace. (1:5-7)

Toda la furia del ego, toda la aparente lucha: todo es un sueño. El final es seguro y la locura del ego no le afecta nada. No hay ninguna voluntad que se oponga a la de Dios y, por lo tanto, Su Voluntad y la nuestra se hará. De hecho, mi voluntad y la de Dios son la misma, lo que garantiza el resultado final. La locura del sueño del ego no tiene efectos, igual que un sueño no tiene efectos en el mundo físico. La locura del ego es únicamente un juego de imágenes en la mente, y nada más que eso. Al final no quedará nada más que pura dicha.

Te damos gracias, Padre, por Tu garantía de que al final todo tendrá un desenlace feliz. Ayúdanos a no interferir y demorar así el feliz desenlace que nos has prometido para cada problema que podamos percibir y para cada prueba por la que todavía creemos que tenemos que pasar. (2:1-2)

“Ayúdanos a no interferir”. Ésa es nuestra oración. Resistir al ego, sentirnos culpables por él, luchar por cambiarlo, o despreciarnos a nosotros por su causa, todas ellas son formas de interferencia. Todas ellas hacen que el error de creer en el ego parezca real, creyendo que realmente hay una voluntad ajena dentro de nosotros que se opone a Dios. No interferir es reconocer que el ego es sólo un sueño acerca de nosotros mismos, y que no hay que hacer nada acerca de ello. La fuerza más poderosa “en contra” del ego es el pensamiento: “No importa. No significa nada”. Únicamente llévaselo al Espíritu Santo y deja que Él se encargue. Di: “¡Vaya! Ya estoy soñando otra vez”. Y abandónalo.



¿Qué es el mundo real? (Parte 2)

L.pII.8.1:3-4

El mundo es un símbolo, de miedo o de amor. “Ves tu mundo a través de los ojos del miedo, lo cual te trae a la mente los testigos del terror” (1:3). La voz que elegimos escuchar, dentro de nuestra mente, determina lo que vemos. Si elegimos escuchar al miedo, el mundo que vemos representa al miedo, y está lleno de “los testigos del terror”. El mundo entonces nos dice lo que nosotros le hemos dicho que nos diga.

Cuando escuchamos al miedo, vemos cosas en el mundo que justifican nuestro miedo. Vemos odio, ataque, egoísmo, ira, conflicto y asesinato. Todo esto son interpretaciones de lo que estamos viendo. En cada caso siempre hay otra interpretación posible. Podemos unir nuestra percepción a la del Espíritu Santo, y Él nos permitirá ver el mundo de manera diferente.

“El mundo real sólo lo pueden percibir los ojos que han sido bendecidos por el perdón, los cuales, consecuentemente, ven un mundo donde el terror es imposible y donde no se puede encontrar ningún testigo del miedo” (1:4). Cuando escuchamos al amor o al perdón, vemos cosas en el mundo que justifican nuestro amor. Nada de lo que vemos da testimonio del terror. Imagínate un mundo en el que “el terror es imposible”, donde nada de lo que ves te dice: “¡Ten Miedo!” Ése es el mundo real tal como lo define el Curso. Todo se ve a través de “ojos que han sido bendecidos por el perdón”. La interpretación de todo lo que vemos se vuelve completamente diferente del que estamos acostumbrados.

La mente determina qué mundo vemos. Con la ayuda del Espíritu Santo podemos elegir lo que queremos ver, y lo veremos. El mundo al que miramos puede haber cambiado o no, pero la interpretación que hacemos de él habrá cambiado totalmente. Ya no veremos más ninguna de las formas de miedo que el ego ha inventado, en su lugar lo único que veremos será amor o petición de amor. Nada de lo que veamos exigirá condena o castigo. Todo lo que veamos pedirá únicamente amor.





TEXTO  


9. ¿Y qué puede pedirte el Amor a ti que piensas que todo esto es verdad? 2¿Podría Él, con justicia y con amor, creer que en tu con­fusión tienes algo que dar? 3No se te pide que tengas mucha con­fianza en Él, 4sino la misma que ves que Él te ofrece y que reconoces que no podrías tener en ti mismo. 5Él ve todo lo que tú mereces a la luz de la justicia de Dios, pero también se da cuenta de que no puedes aceptarlo. 6Su función especial consiste en ofrecerte los regalos que los inocentes merecen. 7Y cada regalo que aceptas le brinda alegría a Él y a ti. 8Él sabe que el Cielo se enri­quece con cada regalo que aceptas. 9Y Dios Se alegra cuando Su Hijo recibe lo que la amorosa justicia sabe que le corresponde. 10Pues el amor y la justicia no son diferentes. 11Precisamente por­que son lo mismo la misericordia se encuentra a la derecha de Dios, y le da al Hijo de Dios el poder de perdonarse a sí mismo sus pecados.

10¿Cómo se le iba a poder privar de algo a aquel que todo lo merece? 2Pues eso sería una injusticia, y ciertamente no sería justo para con toda la santidad que hay en él, por mucho que él no la reconozca. 3Dios no sabe de injusticias. 4Él no permitiría que Su Hijo fuese juzgado por aquellos que quieren destruirlo y que no pueden ver su valía en absoluto. 5¿Qué testigos fidedig­nos podrían convocar para que hablasen en su defensa? 6¿Y quién vendría a interceder en su favor, en lugar de abogar por su muerte? 7Tú no le harías justicia. 8No obstante, Dios se aseguró de que se hiciese justicia con el Hijo que Él ama, y de que ésta lo protegiese de cualquier injusticia que tratases de cometer contra él, al creer que la venganza es su merecido.

11. De la misma manera en que al especialismo no le importa quién paga el costo del pecado con tal de que se pague, al Espí­ritu Santo le es indiferente quién es el que por fin contempla la inocencia, con tal de que ésta se vea y se reconozca. 2Pues con un sólo testigo basta. 3La simple justicia no pide nada más. 4El Espí­ritu Santo le pregunta a cada uno si quiere ser ese testigo, de forma que la justicia pueda ser restituida al amor y quede allí satisfecha. 5Cada función especial que Él asigna es sólo para que cada uno aprenda que el amor y la justicia no están separados, 6que su unión los fortalece a ambos. 7Sin amor, la justicia está llena de prejuicios y es débil. 8Y el amor sin justicia es imposible. 9Pues el amor es justo y no puede castigar sin causa. 10¿Qué causa podría haber que justificase un ataque contra los que son inocen­tes? 11El amor, entonces, corrige todos los errores con justicia, no con venganza. 12Pues eso sería injusto para con la inocencia.

12. Tú puedes ser un testigo perfecto del poder del amor y de la justicia, si comprendes que es imposible que el Hijo de Dios merezca venganza. 2No necesitas percibir que esto es verdad en toda circunstancia. 3Tampoco necesitas corroborarlo con tu expe­riencia del mundo, que no es sino una sombra de todo lo que realmente está sucediendo dentro de ti. 4El entendimiento que necesitas no procede de ti, sino de un Ser más grande, tan excelso y santo que no podría dudar de Su propia inocencia. 5Tu función especial es que lo invoques, para que te sonría a ti cuya inocencia Él comparte. 6Su entendimiento será tuyo. 7Y así, la función espe­cial del Espíritu Santo se habrá consumado. 8El Hijo de Dios ha encontrado un testigo de su inocencia y no de sus pecados. 9¡Cuán poco necesitas darle al Espíritu Santo para que simplemente se te haga justicia!

13. Sin imparcialidad no hay justicia. 2¿Cómo iba a poder ser justo el especialismo? 3No juzgues, mas no porque tú seas también un miserable pecador, sino porque no puedes. 4¿Cómo iban a poder entender los que se creen especiales que la justicia es igual para todo el mundo? 5Quitar a uno para dar a otro es una injusticia contra ambos, pues los dos son iguales ante los ojos del Espíritu Santo. 6Su Padre les dio a ambos la misma herencia. 7El que desea tener más o tener menos, no es consciente de que lo tiene todo. 8El que él se crea privado de algo no le da el derecho de ser juez de lo que le corresponde a otro. 9Pues en tal caso, no puede sino sentir envidia y tratar de apoderarse de lo que le pertenece a aquel a quien juzga. 10No es imparcial ni puede ver de manera justa los derechos de otro porque no es consciente de los suyos propios.


14. Tú tienes derecho a todo el universo, a la paz perfecta, a la completa absolución de todas las consecuencias del pecado, y a la vida eterna, gozosa y completa desde cualquier punto de vista, tal como la Voluntad de Dios dispuso que Su santo Hijo la tuviese. 2Ésta es la única justicia que el Cielo conoce y lo único que el Espíritu Santo trae a la tierra. 3Tu función especial te muestra que sólo la justicia perfecta puede prevalecer sobre ti. 4Y así, estás a salvo de cualquier forma de venganza. 5El mundo engaña, pero no puede reemplazar la justicia de Dios con su propia versión. 6Pues sólo el amor es justo y sólo él puede percibir lo que la justi­cia no puede sino concederle al Hijo de Dios. 7Deja que el amor decida, y nunca temas que, por no ser justo, te vayas a privar a ti mismo de lo que la justicia de Dios ha reservado para ti.







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