DESPERTAR AL AMOR

domingo, 22 de octubre de 2017

22 OCTUBRE: El Espíritu Santo ve hoy a través de mí.

AUDIOLIBRO



EJERCICIOS 


LECCIÓN 295


El Espíritu Santo ve hoy a través de mí.


1. Hoy Cristo pide valerse de mis ojos para así redimir al mundo. 2Me pide este regalo para poder ofrecerme paz mental y eliminar todo terror y pesar. 3Y a medida que se me libra de éstos, los sueños que parecían envolver al mundo desaparecen. 4La reden­ción es una. 5Al salvarme yo, el mundo se salva conmigo. 6Pues todos tenemos que ser redimidos juntos. 7El miedo se presenta en múltiples formas, pero el amor es uno.

2. Padre mío, Cristo me ha pedido un regalo, regalo éste que doy para que se me dé a mí. 2Ayúdame a usar los ojos de Cristo hoy, y permitir así que el Amor del Espíritu Santo bendiga todo cuanto contemple, de modo que la compasión de Su Amor pueda descender sobre mí.





Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Mis ojos son los de Cristo. “Hoy Cristo pide valerse de mis ojos” (1:1). Y al final de la oración, los ojos de Cristo son los míos. “Ayúdame a usar los ojos de Cristo hoy” (2:2). Dos modos de decir lo mismo: pedir que Cristo mire a través de mis ojos o pedir que yo mire a través de Sus ojos, es pedir que Su visión, Sus ojos, reemplacen a nuestra limitada visión.

Cristo pide valerse de mis ojos “para poder ofrecerme paz mental y eliminar todo terror y pesar” (1:2). Él no me pide un sacrificio, sino que me pide para darme un regalo a mí. Me ofrece tomar mi percepción que me muestra dolor y terror, y reemplazarla con Su propia visión, mostrándome paz, dicha y amor.

Al empezar a dar nuestra vida a Dios empezamos a sentir que en lugar de vivir se vive a través de nosotros. El Espíritu Santo mira a través de nuestros ojos, habla a través de nuestros labios, piensa con nuestra mente. Es una experiencia de ser tomado y llevado a través de la vida por una energía de Amor sin límite que es mucho mayor de lo que podemos contener porque incluye a todo.

A veces parezco tan lejos de eso y, sin embargo, sé que está tan cerca como mi aliento. Más cerca. Padre, esta mañana pido la gracia de rendirme a ese flujo de Amor, la gracia de rendirme al Espíritu Santo, ahora, en este instante, y en todos los instantes de este día para que pueda compartir Su visión del mundo.

En cierto modo esta lección es todo el Curso: permitir que el Espíritu Santo mire a través de mí, que inunde al mundo con los ojos del Amor. Caminar durante el día sin ningún propósito en sus cosas externas, sólo vivir con un propósito escondido, una misión secreta: seré amoroso en esta situación. De eso es de lo que se trata, y nada más importa, nada más es real. Yo soy la luz del mundo. Estoy aquí para “permitir así que el Amor del Espíritu Santo bendiga todo cuanto contemple, de modo que la compasión de Su Amor pueda descender sobre mí” (2:2). Eso es mi vida, eso es todo. 

Estoy aquí únicamente para ser lo que soy, para ser mi Ser, que es Amor.


¿Qué es el mundo real? (Parte 5)

L.pII.8.3:1-3

¿Qué necesidad tiene dicha mente de pensamientos de muerte, asesinato o ataque? (3:1)

¿Cómo es “dicha mente”? “Una mente en paz” (2:2). Una “mente que se ha perdonado a sí misma” (2:6). “Una mente que está en paz consigo misma” (3:4). ¿Puedo imaginarme cómo es mi mente en paz consigo misma? ¿Puedo imaginarme cómo me sentiría si me hubiese perdonado a mí mismo completamente, sin llevar encima arrepentimientos del pasado, ni miedo al futuro, ni culpa escondida, y ni pizca de sensación de fracaso? Tener paz y haberme perdonado completamente a mí mismo, son lo mismo. Tienen que serlo. ¿Cómo puedo estar en paz si no me he perdonado algo a mí mismo? ¿Cómo puedo perdonarme algo a mí mismo, si no estoy en paz acerca de ello?

Que mire dentro de mí y esté dispuesto a enfrentarme a mi propia condena que está escondida en los oscuros rincones de mi mente. Sé que está ahí. Es la fuente del constante malestar que me persigue, la tendencia a mirar por encima del hombro, la aparentemente ligera ansiedad que siento ante una carta inesperada o una llamada de teléfono. Algo en mí espera ser “pillado”. Pero este juicio de mí mismo es la causa de más que mis sentimientos personales de malestar. Es también la causa de todos mis “pensamientos de muerte, asesinato o ataque” (3:1). Mi miedo a la muerte viene de mi culpa enterrada. Mis ataques instintivos a los que me rodean son un mecanismo de defensa que he desarrollado para evitar el juicio por mis “pecados”. Mi deseo de tomar la vida de otros para mí (en casos extremos, asesinato) viene de la sensación de que a mí me falta algo.

Y todo ello contribuye a mi percepción del mundo, ésa es la razón por la que veo “las escenas de miedo y los clamores de batalla” por todas partes. Si mi mente estuviera en paz, si me hubiera perdonado a mí mismo, vería el mundo de manera diferente. Lo vería sin estos filtros que deforman la visión. Vería el mundo real. Todo lo que “dicha mente” vería es “seguridad, amor y dicha” (3:2).

Sin culpa en mi mente, “¿Qué podría haber que ella quisiese condenar? ¿Y contra qué querría juzgar?” (3:3). La culpa en mi mente me ha llevado a la locura, y el mundo demente que veo es el resultado de esa culpa. Por esa razón “el Espíritu Santo sabe que la salvación es escapar de la culpabilidad” (T.14.III.13:4). Si en mi mente no hubiera culpa, no vería culpa en el mundo, porque toda la culpa que veo es la proyección de la mía propia. Cuando hoy vea a alguien culpable, cuando lo juzgue, que me recuerde a mí mismo: “Nunca odias a tu hermano por sus pecados, sino únicamente por los tuyos” (T.31.III.1:5). El problema que veo no está ahí fuera, en el mundo, sino dentro de mi propia mente. Que me vuelva entonces al Espíritu Santo y pida Su ayuda para eliminar la culpa de mi mente, para que ya no pueda impedir mi percepción del mundo real. Que hoy, y todos los días, mi objetivo sea “Una mente que está en paz consigo misma”. De esa mente, libre de culpa, la visión del mundo real surgirá de manera natural, sin ningún esfuerzo, pues estaré viendo con claridad por primera vez.

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