DESPERTAR AL AMOR

miércoles, 1 de noviembre de 2017

1 NOVIEMBRE: Hay una paz que Cristo nos concede.

AUDIOLIBRO



EJERCICIOS  



LECCIÓN 305


Hay una paz que Cristo nos concede.


1. El que sólo utiliza la visión de Cristo encuentra una paz tan profunda y serena, tan imperturbable y completamente inaltera­ble, que no hay nada en el mundo que sea comparable. 2Las com­paraciones cesan ante esa paz. 3Y el mundo entero parte en silencio a medida que esta paz lo envuelve y lo transporta dulce­mente hasta la verdad, para ya nunca volver a ser la morada del temor. 4Pues el amor ha llegado, y ha sanado al mundo al conce­derle la paz de Cristo.

2. Padre, la paz de Cristo se nos concede porque Tu Voluntad es que nos salvemos. 2Ayúdanos hoy a aceptar únicamente Tu regalo y a no juz­garlo. 3Pues se nos ha concedido para que podamos salvarnos del juicio que hemos emitido acerca de nosotros mismos.






Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Hoy siento una cierta resistencia a la lección. La juzgo, no es “bastante inspiradora”, o no me dice nada nuevo. Habla de una paz maravillosa, “una paz tan profunda y serena, tan imperturbable y completamente inalterable, que no hay nada en el mundo que sea comparable” (1:1). Esta mañana no la estoy sintiendo. No estoy tenso de ansiedad ni nada por el estilo, pero sólo tengo una paz limitada, no parece imperturbable, pienso que podría ser alterada. Por ejemplo, sé que la soledad está ahí, atacando mi paz. Parece que no se necesitaría mucho para alterarme, y mi paz desaparecería. Pienso que esto es algo que la mayoría de nosotros siente a veces cuando lee el Curso.

Recuerdo una mañana cuando estaba haciendo la lección, quizá esta misma lección, y todo lo que fue preciso para “destruir” mi aparente paz, fue que en la misma habitación en la que yo estaba alguien entrase ¡dos veces!

La lección dice que la paz de Dios es un regalo, “concedido para que podamos salvarnos del juicio que hemos emitido acerca de nosotros mismos” (2:3). Nos ofrece una oración: “Ayúdanos hoy a… no juzgarla” (2:2). ¿Cómo juzgamos la paz de Dios?

Juzgo que la paz no es adecuada debido a mis circunstancias. La paz de Dios está aquí, ahora, y parte de mi mente lo cree, pero me niego a aceptarla y sentirla porque mi mente la considera no adecuada debido a alguna circunstancia externa: “No puedo estar en paz hasta que esto cambie, hasta que aquello cambie, hasta que eso suceda”. Es una afirmación de la creencia de que existe una voluntad distinta a la de Dios, algo que tiene poder para quitarme la paz. Dios da paz; algo distinto y aparentemente más poderoso la quita. No hay otra voluntad, no hay nada más poderoso que Dios, pero mi rechazo de la paz está afirmando la creencia de que lo hay.

Ves lo que crees que está ahí, y crees que está ahí porque quieres que lo esté. (T.25.III.1:3)

El Curso enseña que no tengo paz porque no quiero paz. ¡El primer obstáculo a la paz es mi deseo de deshacerme de ella! (T.19.IV (A)). Ésa es la única razón. Puesto que no hay nada que pueda quitar la paz de Dios, mi insistencia en que existe tal cosa es un engaño elegido como excusa para mi rechazo del regalo de Dios. Puedo gritar: “¡No es culpa mía! Esta persona, o circunstancia, me la ha quitado. Yo quiero Tu paz, pero ellos me la han quitado”. Estoy proyectando mi rechazo a la paz sobre alguna otra cosa.

Hay otro modo en que juzgo la paz de Dios, la juzgo como débil y fácil de ser atacada y alterada.

¿Por qué quiero deshacerme de la paz? ¿Por qué quiero rechazar el regalo de Dios? En T.19.IV. (A).2, el Texto hace las mismas preguntas:

¿Por qué querrías dejar a la paz sin hogar? ¿Qué es lo que crees que tendría que desalojar para poder morar contigo? ¿Cuál parece ser el costo que tanto te resistes a pagar?

Jesús dice que hay algo que pienso que perderé si acepto la paz. ¿Qué es?

Es la capacidad de justificar el ataque contra mis hermanos, lo razonable de encontrar culpa en ellos (T.19.IV(B).1:1-2:3). Quiero poder echar la culpa a alguien o algo. Si aceptara la paz, tendría que renunciar para siempre a la idea de que puedo culpar a alguien por mi infelicidad. Tendría que renunciar a todo ataque, y detrás de eso está el hecho de que para renunciar al ataque, necesito renunciar a la culpa, necesito renunciar a sentirme separado y solo, necesito renunciar a la separación. Necesito renunciar a la creencia de que estoy incompleto y me falta algo, que es la base de mi creencia en mi identidad separada.

La paz de Dios se nos ha “concedido para que podamos salvarnos del juicio que hemos emitido acerca de nosotros mismos” (2:3). Me juzgo a mí mismo como pecador, indigno e incompleto. Ese juicio está detrás de mi necesidad de aferrarme al ataque como mecanismo de defensa, mi necesidad de tener a alguien o algo a quien culpar por la insuficiencia que veo en mí mismo.

Si acepto la paz de Dios como paz incondicional, me parece estar renunciando a la esperanza de tener cosas y otras personas del modo que yo las quiero. Parece como si estuviera diciendo: “Está bien si no me amas y me dejas solo. Está bien si me quitas el dinero. Está bien si me ignoras o me maltratas. Nada de eso altera mi paz”. Incondicional significa que no importa cuáles sean las condiciones. ¡Y yo no quiero eso! ¡Quiero las condiciones tal como las quiero!

¡Paz incondicional! La idea misma le da pánico al ego. Todo el mundo busca la paz, por supuesto que sí. Pero queremos alcanzar la paz arreglando las condiciones según nuestra propia idea de lo que traerá la paz. Jesús nos ofrece paz sin que importen las condiciones. Él nos dice: “Olvida las condiciones. Yo puedo darte paz en cualquier circunstancia”. No queremos la paz incondicional, queremos la paz a nuestra manera. Preguntamos: “¿Paz? ¿Y qué hay de las condiciones?” No queremos oír que no importan.

La verdad es que nuestro mundo refleja nuestra mente. Vemos un mundo en conflicto porque nuestra mente no está en paz. Pensamos que el mundo es la causa, y que nuestra paz o la falta de ella es el efecto. Jesús dice que nuestra mente es la causa, y el mundo el efecto. Él nos lo plantea a nivel de la causa, no del efecto. Él no va a cambiar las condiciones para darnos paz, Él va a darnos paz y eso cambiará las condiciones. La paz de Dios debe venir primero. Tenemos que llegar al punto de decir de todo corazón: “La paz de Dios es todo lo que yo quiero”. Tenemos que abandonar todas las otras metas, metas relacionadas con las condiciones. Acepta la paz, y el mundo proyectado desde nuestra mente cambiará, pero ésa no es la meta. Ésa no es la sanación que buscamos, es sólo el efecto de la sanación de nuestra mente.

Padre, ayúdame hoy a aceptar el regalo de tu paz y a no juzgarlo. Que vea, detrás de mi rechazo a la paz, mi juicio sobre mí mismo como indigno de ella, y mi deseo de atacar algo fuera de mí y echarle la culpa. En la eterna cordura del Espíritu Santo en mi mente, yo quiero la paz. Ayúdame a identificarme con esa parte de mi mente. Que vea la locura de aferrarme a los resentimientos en contra de alguien o de algo. Háblame de mi estado de plenitud y de que nada me falta. Que entienda que lo que veo que contradice la paz, no es real y no importa. Es sólo mi propio juicio (que no es real). Sana mi mente, Padre mío. “Que mi mente esté en paz y que todos mis pensamientos se aquieten” (L.221). Yo estoy en mi hogar, soy amado, estoy a salvo.


¿Qué es el Segundo Advenimiento? (Parte 5)

L.pII.9.3:1

El Segundo Advenimiento marca el fin de las enseñanzas del Espíritu Santo, allanando así el camino para el Juicio Final, en el que el aprendizaje termina con un último resumen que se extenderá más allá de sí mismo hasta llegar a Dios. (3:1)

Entonces, la secuencia que el Curso ve como el final del mundo empieza con nuestra mente individual pasando por el proceso de la corrección de la percepción, o perdón, hasta que el perdón abarque a todo el mundo. Más o menos, cada uno de nosotros llega a ver el mundo real, hasta que todas las mentes hayan sido restauradas a la cordura, que es el Segundo Advenimiento. Esto devuelve la condición en la que la realidad puede ser reconocida de nuevo. Ya no hay más lecciones. El Segundo Advenimiento prepara el camino para el Juicio Final (que es el tema de la siguiente sección “¿Qué es?”, que empieza con la Lección 311).

El Texto ya ha tratado el Juicio Final con cierta extensión (T.2.VIII y T.3.VI), trataremos de ellos en la siguiente sección “¿Qué es?”. Sin embargo, esta frase da unos avances interesantes. El Juicio Final se llama “un último resumen” que es la cumbre de todo el aprendizaje. Para el Curso, el Juicio Final es algo que hace la Filiación, no Dios. Quizá la mejor descripción de él es un fragmento en el que ni siquiera aparecen las palabras “Juicio Final”. Está en la Sección “El Mundo Perdonado” (T.17.II), que habla de cómo aparecerá el mundo real ante nosotros, y luego habla de la última valoración del mundo que emprenderá la Filiación unida, guiada por el Espíritu Santo.

El mundo real se alcanza simplemente mediante el completo perdón del viejo mundo, aquel que contemplas sin perdonar. El Gran Transformador de la percepción emprenderá contigo un examen minucioso de la mente que dio lugar a ese mundo, y te revelará las aparentes razones por las que lo construiste. A la luz de la auténtica razón que le caracteriza te darás cuenta, a medida que lo sigas, de que ese mundo está totalmente desprovisto de razón. Cada punto que Su razón toque florecerá con belleza, y lo que parecía feo en la oscuridad de tu falta de razón, se verá transformado de repente en algo hermoso. (T.17.II.5:1-4)

Éste es el momento en que, por fin, la constante pregunta que todos nos hacemos (¿Por qué inventamos el mundo?) será contestada y veremos que “aquí no hay ninguna razón”. Bajo Su tierna dirección, buscaremos “las aparentes razones para inventarlo”. Por fin estaremos listos para mirar a ese “terrible” instante del pensamiento original de la separación. Lo que nos parecía irremediablemente feo desde nuestro miedo, crecerá lleno de vida y de belleza, y se nos restaurará y devolverá a nuestra consciencia la hermosura de nuestra mente unida. La culpa primaria se deshará finalmente, y una vez más conoceremos de nuevo nuestra inocencia.

El Juicio Final, que sigue al Segundo Advenimiento, será una última y gran lección resumen de perdón. Esta lección “se extenderá más allá de sí misma” pues eliminará finalmente y para siempre el último obstáculo de la culpa, nuestra culpa colectiva por haber intentado usurpar el trono de Dios. Se extenderá “hasta Dios”, pues devolverá completamente el recuerdo de Dios a nuestra mente unida. El camino estará completamente libre y despejado para que Dios se extienda hasta nosotros y nos recoja en Sus amorosos brazos, en el hogar por fin.





TEXTO

 

X. El fin de la injusticia



1. ¿Qué es, entonces, lo que aún hay que deshacer para que pue­das darte cuenta de Su Presencia? 2Solamente esto: la distinción que todavía haces con respecto a cuando está justificado atacar y cuando es injusto y no se debe permitir. 3Cuando percibes un ataque como injusto, crees que reaccionar con ira está justificado. 4Y así, ves lo que es lo mismo como si fuese diferente. 5La confu­sión no es parcial. 6Si se presenta, es total. 7Y su presencia, en la forma que sea, ocultará la Presencia de Ellos, 8pues a Ellos o se les conoce claramente o no se les conoce en absoluto. 9Una per­cepción confusa obstruye el conocimiento. 10Y no es cuestión de cuán grande es la confusión o de cuánto interfiere. 11Su mera pre­sencia impide la de Ellos y los mantiene afuera donde no se les puede conocer.

2. ¿Qué puede significar el hecho de que percibes algunas formas de ataque como si fuesen injusticias contra ti? 2Significa que tiene que haber otras que tú consideras justas. 3Pues de otro modo, ¿cómo se podrían juzgar algunas como injustas? 4Por lo tanto, a algunas se les atribuye significado y se perciben como sensatas. 5sólo otras se consideran insensatas. 6Y esto niega el hecho de que todas carecen de sentido, de que están desprovistas por igual de causa o consecuencias y de que no pueden tener efectos de ninguna clase. 7Su Presencia se nubla con cualquier velo que se interponga entre Su radiante inocencia y tu conciencia de que dicha inocencia es la tuya propia y de que le pertenece por igual a toda cosa viviente junto contigo. 8Dios no pone límites. 9Y lo que tiene límites no puede ser el Cielo. 10Por lo tanto, tiene que ser el infierno.

3. La injusticia y el ataque son el mismo error, y están tan estre­chamente vinculados que donde uno se percibe el otro se ve tam­bién. 2Tú no puedes ser tratado injustamente. 3La creencia de que puedes serlo es sólo otra forma de la idea de que es otro, y no tú, quien te está privando de algo. 4La proyección de la causa del sacrificio es la raíz de todo lo que percibes como injusto y no como tu justo merecido. 5Sin embargo, eres tú quien se exige esto a sí mismo, cometiendo así una profunda injusticia contra el Hijo de Dios. 6Tú eres tu único enemigo, y eres en verdad enemigo del Hijo de Dios porque no reconoces que él es lo que tú eres. 7¿Qué podría ser más injusto que privarlo de lo que él es, negarle el derecho a ser él mismo y pedirle que sacrifique el Amor de su Padre y el tuyo por ser algo que no le corresponde?

4. Cuídate de la tentación de percibirte a ti mismo como que se te está tratando injustamente. 2Desde este punto de vista, tratas de encontrar inocencia únicamente en ti y no en ellos, a expensas de la culpabilidad de otro. 3¿Puedes acaso comprar la inocencia des­cargando tu culpabilidad sobre otro? 4¿Y no es acaso la inocencia lo que tratas de conseguir cuando lo atacas? 5¿No será la represa­lia por tu propio ataque contra el Hijo de Dios lo que buscas? 6¿No te hace sentir más seguro creer que eres inocente con res­pecto a eso, y que has sido una víctima a pesar de tu inocencia? 7No importa cómo se juegue el juego de la culpabilidad, alguien siempre tiene que salir perdiendo. 8Y alguien siempre tiene que perder su inocencia para que otro pueda apropiarse de ella, y hacerla suya.

5. Crees que tu hermano es injusto contigo porque crees que uno de vosotros tiene que ser injusto para que el otro pueda ser ino­cente. 2Y en ese juego percibes el único propósito que le adscribes a tu relación. 3Y eso es lo que le quieres añadir al propósito que ya se le ha asignado. 4El propósito del Espíritu Santo es que la Presencia de tus santos Invitados te sea conocida. 5ese propó­sito no se le puede añadir nada, pues el mundo no tiene otro propósito que ése. 6Añadirle o quitarle algo a esa única finalidad es privar al mundo y privarte a ti mismo de todo propósito. 7Y toda injusticia que el mundo parezca cometer contra ti, tú la has cometido contra el mundo al privarlo de su propósito y de la función que el Espíritu Santo ve en él. 8Y de este modo, se le ha negado la justicia a toda cosa viviente sobre la faz de la tierra.

6. No puedes ni siquiera imaginarte los efectos que esa injusticia tiene sobre ti que juzgas injustamente y que ves tal como has juzgado. 2El mundo se vuelve sombrío y amenazante, y no pue­des percibir ni rastro de la feliz chispa que la salvación brinda para alumbrar tu camino. 3Y así, te ves a ti mismo privado de la luz, abandonado en las tinieblas e injustamente desposeído de todo propósito en un mundo fútil. 4El mundo es justo porque el Espíritu Santo ha llevado la injusticia ante la luz interna, y ahí toda injusticia ha quedado resuelta y reemplazada con justicia y amor. 5Si percibes injusticias en cualquier parte, sólo necesitas decir:

6Con esto niego la Presencia del Padre y la del Hijo. 7Mas prefiero conocerlos a Ellos que ver injusticias, las cuales se desvanecen ante la luz de Su Presencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario