DESPERTAR AL AMOR

viernes, 22 de diciembre de 2017

22 DICIEMBRE: La enfermedad no es sino otro nombre para el pecado. La curación no es sino otro nombre para Dios. El milagro es, por lo tanto, una invocación que se le hace a Él.

AUDIOLIBRO



EJERCICIOS

 

LECCIÓN 356



La enfermedad no es sino otro nombre para el pecado. La curación no es sino otro nombre para Dios.
El milagro es, por lo tanto, una invocación que se le hace a Él.


1. Padre, prometiste que jamás dejarías de contestar cualquier petición que Tu Hijo pudiese hacerte. 2No importa dónde esté, cuál parezca ser su problema o en qué crea haberse convertido. 3Él es Tu Hijo, y Tú le con­testarás. 4El milagro es un reflejo de Tu Amor, y, por lo tanto, es la contestación que él recibe. 5Tu Nombre reemplaza a todo pensamiento de pecado, y aquel que es inocente jamás puede sufrir dolor alguno. 6Tu Nombre es la respuesta que le das a Tu Hijo porque al invocar Tu Nom­bre él invoca el suyo propio.




Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Me da la impresión de que el Curso iguala cosas que no esperas que se igualen, como lo hace aquí: La enfermedad no es sino otro nombre para el pecado. La curación no es sino otro nombre para Dios. Y al final de la lección: “Al invocar Tu Nombre él invoca el suyo propio” (1:6), es decir, el propio nombre del Hijo, o mi propio nombre. El Curso sugiere que cuando encontremos a Dios habremos encontrado nuestro Ser; y que cuando encontremos nuestro Ser, habremos encontrado a Dios, nosotros y Dios compartimos el mismo Nombre. Su consejo para un nuevo año es: “Haz que este año sea diferente al hacer que todo sea lo mismo” (T.15.XI.10:11). El Curso está constantemente resumiendo todo a un solo problema, la separación, y a una solución, la Expiación. Y nos dice que lo difícil es del ego, por lo tanto, lo sencillo es de Dios.

¿Cómo pueden ser la enfermedad y el pecado lo mismo? Primero, elimina lo que no significa: que estar enfermo es un pecado. Cualquiera que ha hecho todo el Libro de Ejercicios y que ha estudiado el Texto no podría tener esa comprensión equivocada; ése no es el significado aquí. El pecado no existe, sólo imaginamos que existe. Insisto, esta lección no está diciendo que si estás enfermo es porque eres un pecador, o que estar enfermo te convierte en un pecador. ¡Estar enfermo no es nada por lo que tengas que sentirte culpable! Si estás enfermo y alguien te sugiere que “Tienes que estar haciendo algo mal porque las personas espirituales no se ponen enfermas”, deja de escuchar a esa persona. Los pensamientos de nuestra mente sí causan la enfermedad. “Toda enfermedad es una enfermedad mental” (Ps.2.IV.8:1), según el librito de la Psicoterapia. Pero los pensamientos equivocados no son “pecado”, sólo son equivocaciones, errores.

Cuando la lección dice que la enfermedad no es sino otro nombre para el pecado, significa que la enfermedad del cuerpo es un reflejo o manifestación de la creencia de la mente en la realidad del pecado. Dice el Curso que la enfermedad puede ser una especie de castigo a uno mismo, en el que nos atacamos a nosotros mismos debido a nuestra culpa, esperando apartar el castigo de Dios que estamos esperando. “La enfermedad no es sino la ira que se ha descargado contra el cuerpo para que sufra” (T.28.VI.5:1).

Creo que cuando el Curso utiliza la palabra enfermedad generalmente se refiere al pensamiento de enfermedad y no a los síntomas físicos. (“La enfermedad es algo propio de la mente, y no tiene nada que ver con el cuerpo” M.5.II.3:2). Por ejemplo, un miembro tullido puede ser usado por el ego para todavía más pensamientos de incapacidad, culpa y separación; o puede ser usado por el Espíritu Santo para romper la identificación de una persona con el cuerpo y que se vuelva a Dios. Es el pensamiento, y sólo el pensamiento, lo que es importante.

“La enfermedad es una defensa contra la verdad” (L.136). Tenemos que recordar que según el sistema de pensamiento del Curso todo, incluida la enfermedad, es una elección que hemos hecho, y que las elecciones tienen un propósito. Lo importante no es el síntoma físico. Lo importante es la elección y el propósito que tiene.

Cuando elegimos estar enfermos, en algún nivel estamos eligiendo identificarnos con el cuerpo, en lugar de con el espíritu o la mente. La “verdad” contra la que nos estamos defendiendo es que somos espíritu o mente. Nos estamos defendiendo contra la comprensión de que somos uno con Dios y con todos, en Dios. “De esta, manera, tu "verdadera” identidad queda a salvo, y el extraño y perturbador pensamiento de que tal vez seas algo más que un puñado de polvo queda mitigado y silenciado” (L.136.8:4). La enfermedad hace que el cuerpo parezca muy real, lo único real. Pretende que la ilusión de la identidad corporal ocupe el lugar de la verdad de nuestra mente, nuestra identidad espiritual.

¿En qué se parece eso al pecado? Según el Libro de Ejercicios, pecado “es lo que hace que la mente pierda su cordura y trate de que las ilusiones ocupen el lugar de la verdad” (L.pII.4.1:2). ¡Eso es exactamente lo que hace la enfermedad! Cuando veo “pecado” en mí mismo o en un hermano, demuestra que es malo y, por lo tanto, que está separado de Dios. Cuando veo “enfermedad” en mí mismo o en un hermano, demuestra que el cuerpo es real y, por lo tanto, que está separado de Dios.

El pecado y la enfermedad se parecen en que los dos son medios que la mente utiliza para intentar demostrar que la separación es real. No son iguales en la forma, pero son idénticos en propósito. Son intentos del ego de demostrar que soy lo que no soy. Es el pensamiento de separación que el Curso intenta sanar, no el síntoma físico de la enfermedad ni el comportamiento concreto de una persona. Al Curso le interesa la causa, y no el efecto.

Creo que si la mente sana, si la persona sana en el nivel del pensamiento (que es el nivel de la causa), a menudo se producirán cambios en la forma de vida de esa persona. A menudo el comportamiento cambiará cuando cambien los pensamientos, a menudo la salud física mejorará cuando cambien los pensamientos. Sin embargo, el cambio a nivel del cuerpo no es lo que le interesa al Curso. El cuerpo es insignificante (M.5.II.3:12), lo que quiere decir que no significa nada. Si nuestros pensamientos están de acuerdo con el Pensamiento de Dios, el cuerpo servirá al propósito del Espíritu Santo, sea cual sea la forma del cuerpo. Incluso si el cuerpo muere. Al Curso le interesa sólo la sanación de la mente porque el cuerpo no tiene importancia.

“La curación no es sino otro nombre para Dios” (Pensamiento del Título). Por lo tanto, sanar la mente significa reconocer la identidad de mi mente con la Mente de Dios. Sanar es reconocer que yo comparto la naturaleza de Dios. Cuando el Curso habla de sanación, ¡no se refiere a curar la gripe! Está hablando de abandonar mi identificación con este cuerpo que parece estar sufriendo escalofríos y fiebre, de darme cuenta de que el cuerpo no es mi Ser, y que soy el eterno Hijo de Dios. Como siempre, está hablando de un cambio de mente, de pensamientos. Cuando se rompa la identidad de mí mismo con el cuerpo, sabré que lo que le sucede al cuerpo no afecta para nada a Quien yo soy; por lo tanto, lo que le suceda al cuerpo no me importa. Puede ponerse bien o no; si ya no estoy identificado con él, no me importa lo que le suceda.

El pecado y la enfermedad se parecen en que los dos son manifestaciones de nuestra creencia en la separación y su resultado (equivocado): la culpa. Los dos sanan a través del milagro del perdón. Sanar es una vuelta a la compleción, una vuelta a nuestro verdadero Ser, y puesto que nuestro Ser es uno con Dios, toda sanación es una vuelta a Dios. Ofrecer un milagro de perdón o sanación es “por lo tanto, una invocación que se le hace a Él” (Pensamiento de la Lección)

Otra manera de decir esto es que toda sanación lleva a Dios, aunque no estemos pensando o creyendo en Dios. Si es sanación, es de Dios. El librito de Psicoterapia dice: “Para progresar en la salvación el paciente no necesita considerar a la verdad como Dios” (Ps.1.5:1). Si hay sanación, y si hay perdón en lugar de condena, Dios está ahí, aunque no se Le nombre o reconozca. Todo el que aprende a perdonar recordará a Dios.

No importa dónde esté, cuál parezca ser su problema o en qué crea haberse convertido. (1:2)

Dios responde cuando Le invocamos, aunque no nos demos cuenta de que Le estamos invocando. Él contesta, aunque pensemos que no merecemos una respuesta. Creo que hay cientos de veces en las que hemos llamado a Dios y Él nos ha contestado, aunque no nos hayamos dado cuenta de ello. Aunque recibimos Su ayuda, no Le reconocimos. El Curso dice que nuestro dolor y nuestro miedo es una petición de ayuda. ¿Crees que si el Espíritu Santo reconoce todas las peticiones de ayuda como lo que son, no contesta cada una de ellas?

Él es Tu Hijo, y Tú le contestarás. (1:3)

Él nos contesta con Su Nombre, que es un modo de decir con Su Ser o Su Naturaleza. Somos contestados por Lo Que Dios es, porque Lo Que Él es nosotros como Su Hijo Lo somos también. Dios está libre de pecado, y nosotros también; sin pecado no podemos estar enfermos, ya que la enfermedad procede de la creencia en el pecado. Cuando me doy cuenta de mi completa inocencia, “jamás puedo sufrir dolor alguno” (1:5). El Nombre de Dios es lo que me habla de esa inocencia y me dice que debe ser así. ¿Cómo podría no ser santo el Hijo de Dios?
Que hoy aprenda a invocar a Dios (utilice esa palabra o no). Que abra mi corazón a la inocencia, a la dulzura y a la misericordia. Que la sanación sea mi propósito, para mí y para otros. Que recuerde hoy en cada encuentro: Estoy aquí para sanar, estoy aquí para ofrecer milagros, estoy aquí para liberar de la culpa.


¿Qué soy? (Parte 6)

L.pII.14.3:5-7

Nuestra función es traer la salvación al mundo. “No estamos interesados en ninguna función que se encuentre más allá del umbral del Cielo” (3:5). En otras palabras, no despreciamos esta “humilde” llamada a traer la sanación a este mundo de la forma, no intentamos afirmar que estamos llevando a cabo nuestra función de crear (que es nuestra función en el Cielo) y que no nos vamos a molestar con las formas dentro de la ilusión. Hacer eso sería lo que uno de mis antiguos profesores cristianos solía llamar “tener una mente demasiado celestial para ser de alguna utilidad terrenal”.

El conocimiento volverá a aflorar en nosotros cuando hayamos desempeñado nuestro papel. (3:6)

“Conocimiento” se refiere a la perfección del Cielo, al conocimiento directo de la verdad, en lugar de a la menos elevada percepción de las formas. Nuestro papel consiste en trabajar dentro de la ilusión, para convertir la pesadilla en un sueño feliz; cuando hayamos hecho esto, volverá el conocimiento.

Lo único que nos concierne ahora es dar la bienvenida a la verdad. (3:7)

No estamos intentando atrapar directamente a la verdad. Nuestra atención no está centrada en tener experiencias místicas de Dios evitando el mundo de la forma y dejándolo de lado, aunque para alcanzar seguridad, sí buscamos entrar en el instante santo a menudo para renovar nuestra visión del Cielo. Sin embargo, nuestro interés fundamental es “darle la bienvenida a la verdad”, es decir, prepararnos para ella, preparar el camino, preparándonos para aceptarla. Y eso es algo que tiene lugar en este mundo, dentro de esta ilusión que llamamos vida física. Aquí, los muchos instantes santos que experimentamos (y que deseamos experimentar por encima de todas las cosas) llevan a un resultado: el Espíritu Santo nos envía a nuestros muchos “quehaceres” aquí dentro de la ilusión, llevando con nosotros el centro de quietud que hemos encontrado en el instante santo, y compartiéndolo con el mundo (ver T.18.VII.8:1-5).





TEXTO

 

III. Los que se acusan a sí mismos

  

1. Sólo los que se acusan a sí mismos pueden condenar. 2Antes de tomar una decisión de la que se han de derivar diferentes resulta­dos tienes que aprender algo, y aprenderlo muy bien. 3Ello tiene que llegar a ser una respuesta tan típica para todo lo que hagas que acabe convirtiéndose en un hábito, de modo que sea tu pri­mera reacción ante toda tentación o suceso que ocurra. 4Aprende esto, y apréndelo bien, pues con ello la demora en experimentar felicidad se acorta por un tramo de tiempo que ni siquiera pue­des concebir: 5nunca odias a tu hermano por sus pecados, sino únicamente por los tuyos. 6Sea cual sea la forma que sus pecados parezcan adoptar, lo único que hacen es nublar el hecho de que crees que son tus propios pecados y, por lo tanto, que el ataque es su "justo" merecido.

2. ¿Por qué iban a ser sus pecados pecados, a no ser que creyeses que esos mismos pecados no se te podrían perdonar a ti? 2¿Cómo iba a ser que sus pecados fuesen reales, a no ser que creyeses que constituyen tu realidad? 3¿Y por qué los atacas por todas partes, si no fuese porque te odias a ti mismo? 4¿Eres acaso tú un pecado? 5Contestas afirmativamente cada vez que atacas, pues mediante el ataque afirmas que eres culpable y que tienes que infligirle a otro lo que tú te mereces. 6¿Y qué puedes merecer, sino lo que eres? Si no creyeses que mereces ataque, jamás se te ocurriría atacar a nadie. 8¿Por qué habrías de hacerlo? 9¿Qué sacarías con ello? 10¿Y de qué manera podría beneficiarte el asesinato?

3. Los pecados se perciben en el cuerpo, 2no en la mente. 3No se ven como propósitos, sino como acciones. 4Los cuerpos actúan, pero las mentes no. 5Por lo tanto, el cuerpo debe tener la culpa de lo que él mismo hace. 6No se le ve como algo pasivo que simple­mente se somete a tus órdenes sin hacer nada por su cuenta. 7Si tú eres un pecado, no puedes sino ser un cuerpo, pues la mente no actúa. 8Y el propósito tiene que encontrarse en el cuerpo y no en la mente. 9El cuerpo debe actuar por su cuenta y motivarse a sí mismo. 10Si eres un pecado, aprisionas a la mente dentro del cuerpo y le adjudicas el propósito de ésta a su prisión, que enton­ces actúa en su lugar. 11Un carcelero no obedece órdenes, sino que es el que le da órdenes al prisionero.

4. Mas es el cuerpo el que es el prisionero, no la mente. 2El cuerpo no tiene pensamientos. 3No tiene la capacidad de aprender, perdo­nar o esclavizar. 4No da órdenes que la mente tenga que acatar, ni fija condiciones que ésta tenga que obedecer. 5Él cuerpo sólo man­tiene en prisión a la mente que está dispuesta a morar en él. 6Se enferma siguiendo las órdenes de la mente que quiere ser su pri­sionera. 7Y envejece y muere porque dicha mente está enferma. 8El aprendizaje es lo único que puede producir cambios. 9El cuerpo, por lo tanto, al que le es imposible aprender, jamás podría cam­biar a menos que la mente prefiriese que él cambiase de aparien­cia para amoldarse al propósito que ella le confirió. 10Pues la mente puede aprender, y es en ella donde se efectúa todo cambio.

5. La mente que se considera a sí misma un pecado sólo tiene un propósito: que el cuerpo sea la fuente del pecado, para que la mantenga en la prisión que ella misma eligió y que vigila, y don­de se mantiene a sí misma separada, prisionera durmiente de los perros rabiosos del odio y de la maldad, de la enfermedad y del ataque, del dolor y de la vejez, de la angustia y del sufrimiento. 2Aquí es donde se conservan los pensamientos de sacrificio, pues ahí es donde la culpabilidad impera y donde le ordena al mundo que sea como ella misma: un lugar donde nadie puede hallar misericordia, ni sobrevivir los estragos del temor, excepto me­diante el asesinato y la muerte. 3Pues ahí tú te conviertes en un pecado, y el pecado no puede morar allí donde moran el júbilo y la libertad, pues éstos son sus enemigos y él los tiene que des­truir. 4El pecado se conserva mediante la muerte, y aquellos que creen ser un pecado no pueden sino morir por razón de lo que creen ser.

6. Alegrémonos de que ves aquello que crees, y de que se te haya concedido poder cambiar tus creencias. 2El cuerpo simplemente te seguirá. 3Jamás te puede conducir adonde tú no quieres ir. 4No es un centinela de tu sueño, ni interfiere en tu despertar. 5Libera a tu cuerpo del encarcelamiento, y no verás a nadie prisionero de lo que tú mismo te has escapado. 6Tampoco querrás retener en la culpabilidad a aquellos que habías decidido eran tus enemigos, ni mantener encadenados a la ilusión de un amor cambiante a aquellos que consideras amigos.


7. Los inocentes otorgan libertad como muestra de gratitud por su liberación. 2lo que ven apoya su liberación del encarcela­miento y de la muerte. 3Haz que tu mente sea receptiva al cam­bio, y ni a tu hermano ni a ti se os podrá imponer ninguna pena ancestral. 4Pues Dios ha decretado que no se pueda pedir ni hacer ningún sacrificio.






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