Ejercicio: Tan a menudo como puedas (sugerencia: cada hora, a la hora en punto), durante uno o dos minutos.
- Dite a ti mismo (con los ojos cerrados si la situación lo permite): “Perdonar es mi función por ser la luz del mundo. Cumpliré mi función para así poder ser feliz”.
- Luego usa la práctica que has estado haciendo últimamente: Piensa en las afirmaciones (en este caso, alargándote concretamente en la felicidad que tu función te proporciona). Deja que vengan pensamientos relacionados. Si tu mente se distrae, repite la idea y añade: “deseo recordar esto porque quiero ser feliz”. Este pensamiento añadido motivará a tu mente a que regrese y mantenga la atención.
Observaciones: Fíjate en la gran importancia que se da a tener un día feliz. Por esa razón hacemos las prácticas, nos ayudarán a que nuestro día sea feliz. También traerá felicidad a las personas a nuestro alrededor, ¡incluso a personas de tiempos y lugares lejanos! No es ésta una práctica egoísta.
Fíjate también en que esta lección menciona la fórmula del Libro de Ejercicios de practicar por la mañana, por la noche, y durante el día (4:1). Como ayer, podemos suponer hoy que podemos alargar las prácticas de la mañana y de la noche si queremos.
Finalmente, date cuenta de por qué pueden salir libremente pensamientos relacionados: porque “tu corazón reconocerá estas palabras, y en tu mente se encuentra la conciencia de que son verdad” (4:5). En otras palabras, los pensamientos relacionados vienen de un pozo profundo en nuestra mente, en el que ya entendemos estas ideas. Ellas sacan la sabiduría de ese pozo a la superficie y las hacen nuestras.
Comentario
¿Qué hace la luz del mundo? Perdona. Por ser la luz del mundo, mi función no es enseñar nuevas ideas a la gente, ni corregir sus errores, ni ser el caballero de la brillante armadura (rescatar a otros). Mi función es simplemente perdonarles.
El perdón es la demostración de que tú eres la luz del mundo. Mediante tu perdón vuelves a recordar la verdad acerca de ti. (1:3-4)
El perdón no sólo trae luz a las mentes de aquellos que están a mi alrededor, también me permite recordar la luz en mí mismo, me recuerda la verdad acerca de mí. El perdón es lo que me salva. Hacer aquello por lo que estoy aquí me recuerda lo que yo soy verdaderamente.
¿Por qué? Porque “las ilusiones que tienes acerca de ti y acerca del mundo son una y la misma” (2:1). Si veo la ilusión de pecado en un hermano, estoy realmente viendo mis propias ilusiones acerca de mí. Cuando perdono a ese hermano, me estoy perdonando a mí mismo, estoy viendo más allá de la ilusión que ha oscurecido la verdad tanto acerca de él como de mí. Cuando los pensamientos de ataque se substituyen con pensamientos de perdón, sustituyo la muerte con la vida.
El perdón es el medio que el Curso establece como tu camino para escapar del infierno, porque el infierno en el que estamos se hizo con nuestros juicios y pensamientos de ataque. Perdonar invita al Cristo en mí, mientras que atacar invita a mi propia debilidad. Al invitar al Cristo en mí, Cristo se da a conocer, y empiezo a reconocer a Cristo como mi verdadero Ser. El perdón reinstaura en tu conciencia “la invulnerabilidad y el poder que Dios le dio a Su Hijo” (3:5).
¿Dónde es necesario el perdón? No sólo en lo que pensamos que son cosas importantes: traición, engaño, o intento claro de hacer daño. Cualquier pensamiento en mi mente que me separe de otro y me haga diferente es un pensamiento de ataque, y necesita ser reemplazado con el perdón. Cualquier pensamiento que menosprecie a otra persona, la rebaje, la vea como “menos que”, la considere menos merecedora de amor por alguna razón, la aparte, la mire con disgusto, me vea a mí mismo ganando a costa de que ella pierda, le desee daño o pérdida de algún modo, o dude del amor en su corazón, es un pensamiento de ataque y necesita ser reemplazado con el perdón.
Ésa es mi función, hoy y todos los días. Que libere al mundo del aprisionamiento en el que lo he puesto. Que retire los juicios que he hecho acerca de él, y que así vuelva a descubrir la milagrosa verdad de mi propia naturaleza divina al estar dispuesto a verla en todos los que me rodean.
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