Propósito: Abandonar nuestras metas habituales, aunque sólo sea por un rato, para que así puedas poner toda tu atención en aceptar la función que Dios te dio como tu única función.
Ejercicios más largos: Una vez, de diez a quince minutos.
- Repite la idea, luego cierra los ojos y repítela de nuevo.
- Observa cuidadosamente tu mente, el paso de lo que consideras pensamientos normales. Observa cada uno con tranquilidad (como se te enseñó en lecciones anteriores) y di: “Este pensamiento refleja un objetivo que me está impidiendo aceptar mi única función”. Cuando empieces a quedarte sin pensamientos de ese tipo, intenta durante un minuto o así atrapar cualquier pensamiento que quede, aunque no hagas ningún esfuerzo por encontrarlos. La razón de esta fase es vaciar tu mente de tus metas y funciones habituales.
- Luego di: “Que en esta tabla rasa quede escrita mi verdadera función”, o la misma idea con tus propias palabras. Estate dispuesto a que las metas que te has adjudicado a ti mismo sean reemplazadas por la de Dios.
- Repite la idea de nuevo y pasa el resto de la sesión de práctica pensando acerca de la idea y dejando que te vengan pensamientos relacionados. Habiendo expulsado tus funciones habituales, ahora estás intentando “entender y aceptar” (3:1) tu verdadera función, para reflexionar activamente acerca de ella a fin de que se convierta en la tuya propia. Pon toda tu atención concretamente en la importancia y lo deseable de tu función, y la resolución y alivio que te ofrece. Cuando surjan pensamientos de distracción, te sugiero que los hagas desaparecer con la frase que acabamos de usar: “Este pensamiento refleja un objetivo…”
Observaciones: Cuando dice que necesitas elegir un horario para la sesión más larga de práctica, y que lo mantengas durante el día y durante los próximos días, eso puede sonar amenazador. Sin embargo, tiene perfecto sentido. Estás empezando a entregar toda tu vida a tu verdadera función. Dedicarle un tiempo durante el día, un tiempo sólo para eso, un tiempo que es como una roca firme en un río de objetivos sin importancia que no paran, es una estrella, un pie en el hogar. Si no puedes dejar que tu verdadera función ponga un pie en el hogar, ¿cómo puedes alcanzar el punto en el que le dedicas toda tu vida?
Recordatorios frecuentes: Al menos uno por hora.
A veces usa la primera de estas dos formas; otras, usa la segunda: Cierra los ojos y di: “Mi única función es la que Dios me dio. No quiero ninguna otra ni tengo ninguna otra”. Mira a tu alrededor y di la misma frase, dándote cuenta de que lo que ves parecerá completamente diferente cuando aceptes de verdad lo que estás diciendo. (Sugiero que lo intentes ahora y veas el efecto que tiene sobre ti).
Comentario
De lo que me di cuenta cuando lo leí fue la última frase del primer párrafo:
“Aceptar la salvación como tu única función entraña necesariamente dos fases: el reconocimiento de que la salvación es tu función, y la renuncia a todas las demás metas que tú mismo has inventado”. (1:5)
Algunos de nosotros todavía podemos estar teniendo problemas con la primera fase: reconocer la salvación como nuestra función. No es fácil. Decir: “Mi tarea es sanar y ser sanado” requiere un cambio fundamental en la mente para la mayoría. Vernos a nosotros mismos como la luz del mundo no es algo que nos llegue fácilmente. Por eso las lecciones anteriores han tratado ese hecho, y aparecerá de nuevo en lecciones posteriores.
Esta lección va más allá de reconocer que la salvación es nuestra función, añade el pensamiento de que es nuestra única función. Lo deja muy claro que para que esto sea así, todas las demás funciones deben ser abandonadas. Dios nos dio esta única función, y ninguna otra. Las otras nos las hemos inventado nosotros mismos, y cada función diferente compite en algún modo y le quita importancia a la que Dios nos dio.
A medida que transcurre el día, observo cómo mis “propósitos y objetivos triviales” (4:3) interfieren con la búsqueda de mi única función. Puedo observarlo en la práctica sencilla que se propone para los próximos días: reservar de diez a quince minutos para intentar entender y aceptar la idea del día. La lección me pide que me organice el día a fin de reservar este tiempo para Dios. Reservar estos quince minutos requerirá que deje a un lado otros propósitos durante esos minutos. Sacará el tema tratado en esta lección: el modo en que mis otros objetivos compiten con la función que Dios me ha dado.
En mi comprensión con el Curso, el asunto de reconocer mi verdadera función puede tener lugar muy pronto, lo que puede llevar más tiempo es el proceso de abandonar todos mis propósitos menores hasta que no tenga ningún otro que el de Dios. Al principio, no tenemos ni idea de los muchos propósitos competitivos que nos hemos asignado a nosotros mismos. Lleva tiempo descubrirlos y abandonarlos todos. Hoy es sólo el principio, pero cuanto más en serio me tome esta idea, más eficaz puede ser la práctica de hoy.
No hay comentarios:
Publicar un comentario