Mi papel en el plan de salvación de Dios es esencial.
Instrucciones para la práctica
Propósito: Experimentar la felicidad que es la Voluntad de Dios para ti, comprender que contagiar tu felicidad a otros es el modo en que llevas a cabo tu parte en el plan global de la salvación.
Ejercicios más largos: Cada hora, a la hora en punto, durante cinco minutos (si no puedes hacer esto, al menos haz el alternativo).
- Repite la idea. “Luego comprende que tu papel es ser feliz” (7:3), y no hacer nobles sacrificios, únicamente ser feliz.
- El resto es una meditación en la que intentas encontrar la alegría que Dios puso en ti. Busca muy dentro de ti. Sumérgete hacia abajo y adentro para encontrar el Cristo en ti, la fuente de tu alegría. Mientras te sumerges, deja de lado “los pensamientos pueriles y metas absurdas” (8:5). No dejes que te retrasen. Incluso puedes preguntarte a ti mismo: “¿Qué pensamiento pueril tiene poder para detenerme?” O puedes simplemente recordar que tu única intención es llegar a ese inagotable pozo de alegría en el centro de tu ser, tu única intención es llegar al Cristo en ti. Búscale con confianza, “Él estará allí. Y tú puedes llegar a Él ahora” (9:1-2). Durante todo el ejercicio continúa buscando dentro de ti ese pozo de alegría sin fin.
Recordatorios frecuentes: Entre las sesiones de práctica de cada hora.
Repite la idea, recordando que al hacerlo estás contestando a la llamada de tu Ser. Como siempre, recomiendo repetirlo de este modo ahora, para que puedas sentir los beneficios que te ofrece.
Comentario
Dios no tiene “un plan para mi vida”. Él tiene Su plan, y yo soy una parte de ese plan. No hay miles de millones de planes separados para miles de millones de individuos separados. Sólo existe la Voluntad única de Dios, y cada uno de nosotros tiene una parte esencial en ella. Parte de lo que la salvación está deshaciendo es “la descabellada creencia en pensamientos y cuerpos separados, que viven vidas separadas y recorren caminos separados” (1:2). Cada uno de nosotros tiene el mismo propósito, la misma función, y en eso estamos unidos.
Parte de la sanación de mi propia mente es el reconocimiento de que la otra persona ciertamente comparte el mismo propósito conmigo, y en su realidad quiere lo mismo que yo. Si miro a su ego, veo intereses separados, y eso puede ser todo lo que él o ella ve. Pero cuando abandono mi interpretación y permito que el Espíritu Santo lo interprete por mí, veo que el miedo de la otra persona, que se manifiesta como ataque, en realidad es una petición de amor y es un testigo de la creencia en el amor dentro de su mente. El resultado de esto es que veo que la otra persona no necesita cambiar para ser uno conmigo, ¡ya es uno conmigo! Tengo un aliado secreto en su mente. Tengo su propio consentimiento conmigo en una meta común.
La parte que Dios “ha reservado para mí” (2:1) en Su plan está planeado para devolverme la felicidad, porque Su Voluntad para mí es felicidad. Hay algo en nosotros (¡el ego, por supuesto!) que me dice que está mal querer perfecta felicidad. Pero si la Voluntad de Dios para mí es perfecta felicidad, entonces ¡pensar que no me la merezco es oponerse a la Voluntad de Dios!
Para que la Voluntad de Dios sea completa, mi alegría debe ser completa, pues ¡Su Voluntad es perfecta alegría para todos! Si cada uno con quien me encuentro ve una cara radiante de alegría, oirá la llamada de Dios en mi risa feliz (2:6).
Soy esencial para el plan de Dios, mi alegría es esencial para Su plan (3:1). Así pues, que hoy elija la alegría de Dios en lugar del dolor. “Sin tu sonrisa, el mundo no se puede salvar… toda risa no es sino el eco de la tuya” (3:3-4).
Así que mi tarea hoy, y todos los días, es ser feliz. No puedo ser feliz si ataco, o juzgo, o culpo, o condeno. Tal como el Curso enseña, no puedo ser feliz a menos que acepte, a menos que perdone, no prestando atención a las ilusiones del ego, para ver la feliz verdad en cada uno: quieren amor al igual que yo.
Enseñamos a través de nuestra felicidad. Pedimos a todas las mentes que abandonen sus sufrimientos con nuestra “dicha en la tierra” (4:2). Está claro que esto es acerca de la alegría que se ve, visible en tu cara a través de la sonrisa y de la risa feliz. “Los mensajeros de Dios rebosan de dicha, y su júbilo sana todo pesar y desesperación” (4:3).
Una buena afirmación para el día podría ser: “Mi alegría cura”.
La parte que todos tenemos en el plan de Dios es demostrar, a través de nuestra alegría, que Dios quiere perfecta felicidad para todos los que quieren aceptarla como Su regalo.
La tristeza es una elección, una decisión de “desempeñar otro papel en lugar del que Dios te ha dado” (5:3). La tristeza es el loco deseo del ego de ser independiente de cualquier poder excepto del suyo. Cuando me opongo a mi felicidad dejo de mostrar el mundo que Dios quiere para todos nosotros, y de este modo no puedo reconocer la felicidad que ya es mía, siempre mía.
“Hoy trataremos de comprender que la dicha es nuestra función aquí” (6:1). Nada tiene que cambiar para que esto sea posible. Puedo ser perfectamente feliz ahora mismo, porque la felicidad no depende de nada fuera de mi mente. Disgustarse con algo o alguien no lo cambia; únicamente la felicidad cura. Únicamente la felicidad trae un cambio duradero.
A veces pensamos equivocadamente que nuestra felicidad permite de algún modo el error y el pecado de otros. Si alguien está siendo cruel y yo continúo siendo feliz, parece que apruebo la crueldad. Sin embargo, disgustarse por la crueldad no la sana, la hace real. Es mucho más gozoso y mucho más sanador, ver en la crueldad un miedo infundado que oculta una petición de ayuda; eso muestra que dentro de esa persona existe un vivo deseo que comparte conmigo, un ardiente deseo de Dios, un vehemente deseo de Su regalo de felicidad. Mi felicidad ante la crueldad enseña que no hay motivos para la crueldad. No ataca el síntoma de la crueldad, deshace la causa de la crueldad. Ser feliz no es salir perdiendo, ni sacrificar, ni morir (7:7). Es vivir eternamente.
Son nuestros pensamientos pueriles y metas absurdas los que nos impiden ser felices (9:3-5). Nuestra mente ha elegido hacer algo más importante que ser feliz, y lo que eso significa en términos metafísicos profundos es que hemos inventado algo más importante que Cristo o que Dios. Si buscamos, Él está en nosotros. “Él estará allí”, (este pensamiento se repite dos veces 9:1; 10:1). El Cristo está en mí, esperando que yo lo reconozca como mi Ser. Ésa es la única fuente de verdadera de felicidad, y todos Le tenemos ya.
Mi tarea hoy es ser Su mensajero, y “encontrar lo que Él quiere que des” (10:4). Encontrar la felicidad en mí mismo y dar mi felicidad a otros: ésa es la razón por la que estoy aquí, ésa es la razón por la que este día existe para mí. Soy esencial en el plan de Dios para la salvación del mundo. Sin mi sonrisa, el mundo no se puede salvar (3:3).
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